Capítulo 5.

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Hoy es mi segundo día en el bachiller.

Realmente no estoy tan emocionada como creí que lo estaría. Al fin y al cabo, es una escuela como todas las demás...

Una escuela bastante fea... y vieja, y mugrosa, y maltratada, pero aún así lo es.

Mis padres tuvieron que levantarme a las seis y media de la mañana, ya que ellos suelen despertarse a esa hora, pero yo continué durmiendo. Por alguna razón, anoche no pude pegar ni un solo ojo, así que no dormí muy bien que digamos. Después de la visita de Kim de ayer (que se quedó hasta las diez de la noche), cenamos un poco tarde. Me higienicé como suelo hacer todas las noches antes de ir a dormir. Luego, me puse la pijama, me acosté y me quedé escuchando música por, más o menos, una hora y media. Tengo la maldita costumbre de escuchar música antes de dormir, porque hay veces en que no tengo tanto sueño y pues... escuchar música durante un buen rato logra a que, por fin, entre en un coma bien profundo como siempre.

Así que digamos que por eso no tengo muchas ganas de despertarme.

Pero luego escucho el grito de mamá.

—¡AUDREY! ¡LEVÁNTATE, O TE VOY A ARROJAR UNA CUBETA LLENA DE AGUA FRÍA, ¿EH?!

Cuando escuché que hizo énfasis en la palabra "llena", al rato me levanté y tendí mi cama. No quería tener la suerte de ganarme un cubetazo de agua fría, ya que, lamentablemente, viví esa situación un par de veces cuando me quise hacer la vaga. Y no fue para nada lindo despertar con un resfríado al otro día.

Me acerqué a mi reloj que se encontraba en mi mesita de luz. Eran las siete y media. Un momento... ¿siete y media? ¡Siete y media! ¡Voy a llegar súper tarde! ¡Peor, voy a hacer que mi padre llegue tarde, ya que vamos al bachiller juntos! ¡Y encima me falta desayunar! Sin más preámbulos, corrí directo hacia el baño y me higienicé. Luego corrí hasta mi habitación, patinándome por el suelo de mármol, y me vestí lo más rápido que podía, tomando lo primero que veía en mi armario y me lo ponía. Me calcé mis viejas zapatillas negras.

Corrí hasta mi espejo de cuerpo entero para ver si estoy más o menos presentable. Todo estaba bien, excepto... miré mi blusa. ¡La tenía al revés! ¡Se notaba la parte de atrás del estampado que tenía! Me la quité y, torpemente, me la puse otra vez. Ahora estaba bien, pero mi rostro... ¡parecía un zombie! ¡No puedo ir al bachiller de ésta manera después de haber ido tan maquillada el día anterior!

Para el momento en que iba a agarrar mis cosméticos, mamá abrió la puerta de mi habitación con brusquedad. La miré a través del reflejo de mi espejo; desde aquí, se podía ver cómo la vena de su frente estaba a punto de reventar.

—¡¿Se puede saber por qué se te da de hacerte la vaga ahora mismo?! —me dijo, levantando un poco la voz más de lo que suele hacer—.

Normalmente, mamá no me regaña mucho. Se puede decir que soy una niña de "bien" (sí, entre comillas). Las veces por las que me ha regañado son cuando me saco una nota baja de seis en algún examen, cuando me quedo escuchando música de noche y cuando me hago la vaga (como ahora mismo).

—Audrey, son las ocho menos cuarto de la mañana. ¡Vas a hacer que tu padre y tú lleguen tarde! ¡Y ni siquiera has desayunado! —miró rápidamente a mi mesita de luz, y pudo encontrar mi celular conectado a mis auriculares. «Mierda», pensé—. ¿Acaso has estado escuchando música anoche?

Me miró, sus cejas estaban alzadas. Me di la vuelta para encararla y tragué fuerte mi saliva.

—¿Cuántas veces te he dicho que no quiero que escuches música a la noche? O sea, no tengo nada en contra de que escuches música, pero ¡no cuando se trata de ir a la escuela al otro día! ¡Ya hemos hablado de esto un par de veces, y creo que ya lo deberías de saber!

Muda.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora