Diez

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Caminamos escaleras abajo. Algo parecía no estar del todo bien, porque, por alguna razón, todo estaba... demasiado callado.

Los escalones de por si eran bastante largos porque vivíamos en un cuarto piso con mis padres, y parecían aun mas infinitos si los recorria con este chiquillo, a quien no recordaba muy bien pero sabiendo que había dejado una huella imborrable por nada en el mundo.

Y siempre quise averiguar de que se trataba, pero solo que su presencia era tan imponente para mi, y tan chiquita me hacia sentir que sentía un extraño miedo.

Ibamos ya por el tercer piso, y ninguno decía nada. La bilis subia y bajaba por mi garganta y mi cuerpo entero ardia por dentro de tantos nervios. Los escalofríos no cesaban y no podía comprender porque demonios me ponía asi de nerviosa.

—Esto...—  Dijo y las palabras me cayeron como balde de agua fría, despavilandome por completo de mis preocupaciones—   Yo... ¿El Sabado es tu cumpleaños?

Asiento con la cabeza. Se que como desde hace ya seis años que mi madre me prepara alguna reunión familiar , porque lo que es amigos, no tengo nada.

—Si—  Conteste.

—¿Cuántos?—  Su sonrisa se ensancho. Al voltear a verlo, su presencia me agrado. Sus ojos color avellana, su sonrisa, su perfume. Era un tipo agradable.

—Veintiuno—  Sonrei yo y mire hacia abajo.

—Yo he cumplido veintidós este año—   Comento y me choco ligeramente con el hombro.

Ambos continuábamos bajando, y por alguna razón, ambos reíamos.

—¿De qué te ríes?—  Pregunto el aun con una sonrisa dentada.

—No lo sé—  Conteste entre risas—   ¿De qué te ríes tú?

—No lo sé—  Y se echó a reír mas fuerte.

Al cabo de un rato, tuvimos que parar de bajar porque de otro modo uno de los dos iba a rodar escaleras abajo.

—Basta—   pedí, pero el continuo riéndose y no pude evitar contagiarme de su risa, y reírme yo también.

—Bueno—   Dijo él más tranquilo y continuamos bajando.

Al llegar al restaurante cruzamos la cocina y le mostré donde estaban las cartas y cómo funcionaba la entrega de pedido.

El decía que si a todas mis ordenes y obligaciones, pero no parecía estar escuchándome realmente. Parecia estar perdido en otro mundo porque asentía con la cabeza de una manera lenta y torpe, y realmente no parecía concentrado o atentado.

—¿Hey, me estas escuchando? —  Pregunte un poco mas histérica, porque no lo aparentaba y me estaba poniendo un tanto impaciente.

—Ajumm—  Asintio, realmente parecía hipnotizado.

—¡Ruben!—  Grite y salio de su trance, y cayo de bruces al suelo por echarse hacia atrás y tropezar con sus propios pies.

Junte las manos como quien reza en misa, y dispare los ojos al cielo.

—Santo cielo—  Me queje—   Niño, ven que te ayudo.

Estire una mano para ayudarlo a levantarse, pero solo la miraba dudoso, como si fuera algún ser maligno. Me comenzó a temblar dicha mano, y estaba a punto de retirarla y dejarlo levantarse solo, cuando alzo una de sus manos y la sujeta con fuerza. Entonces fui capaz de percatarme de que mi mano es en tamaño la mitad de la suya y sus dedos doblan los míos en longitud.

Pero a pesar de hacer muchos esfuerzos por ayudarlo a levantarse, el no parecía querer. Por el contrario, jalo de mi brazo con fuerza y me obligo a caer al lado suyo.

Me incorpore como un relámpago y el hizo lo mismo antes de que mi madre pasara por ahí con la vajilla sucia y nos viera tirados en el suelo.

—¿Eres?¿Te haces?—  Escupía preguntas sueltas como veneno, mirándolo con tanta fulminencia como para matarlo con la mirada, y el comenzó a reír sin concordia.

—Hay Dios—   Suspiró y camino hasta el mostrador de las cartas, las tomo y salió por la puerta de la cocina en dirección a las Mesas. Intercambio unas palabras con Miguel Ángel y siguió de largo.

—¡Astrid!—   Exclamo este último agitando los brazos. Salí de la cocina y me recargue en el mostrador.

—Con que te toco la cocina—  Rió y yo bufe en respuesta.

—Dame la maldita orden y sigue tu camino—  Lo reprendí y no evito reírse por mi mal humor.

—Que nadie te ha visto—   Comento entre risas y yo automáticamente me alarme.

—¡¿Qué nadie ha visto qué?!—  Mi voz era tan sorda que algunos comensales del restaurante se nos quedaron viendo.

—Shhh—  Me chito Mangel poniendo su dedo índice sobre mi boca—  Callate. No grites.

—¿Qué es lo que nadie ha visto, Miguel Angel Rogel?—   Estaba enojada como un rayo, de solo imaginar que Mi hermano vio como me caí casi encima de Ruben.

—Tu caída—  Comento entre risotadas y no pude sentirme más avergonzada en mi vida. Esperaba con todas mis fuerzas que mi madre no me hubiera visto.

—Ya, vete a cocinar que nos estamos atrasando—  Comentó y vio como dos clientes entraban al lugar—   Con prisa, Astrid.

Le arrebate la nota de las manos y me encamine hasta las estufas y los fogones para preparar los alimentos que nos pedían.

El resto del día hábil transcurrió de la misma manera. Rubén y Miguel, dos criaturas, iban y venían dejando y llevando pedidos, iban y volvían de nuevo. Reían, se gastaban entre sí, contaban chistes el uno para el otro y la pasaban bien. Mientras tanto, mi padre trabajaba en el pedido aparte de la Inspectora Roussfog; Exigía algo extravagante y bien elaborado, por lo que mi padre necesitaría concentrarse únicamente el pedido especial de la Madamm.

Termine exhausta y lista para cerrar el Café tan pronto la comensal nos dio el visto bueno. Cocinar treinta o cuarenta platos diferentes por día debe ser agotador. Ahora sé que no me gustaría estar en los zapatos de mi padre.

Al Final te Enamorare | Ruben DoblasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora