Labial cereza

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Las semanas pasaron como un suspiro pesado y denso. Las protestas de Harley, los intentos de sabotaje a los encuentros con Damon y las noches llenas de preguntas que se respondían solas habían quedado atrás. Ahora estaba frente a un enorme espejo, con un vestido blanco de princesa que parecía salido de un cuento, aunque para Harley era más bien una pesadilla.

La cola del vestido se extendía varios metros, decorada con delicados bordados en hilo de oro y plata. Era una obra maestra, algo que jamás habría elegido por sí misma. Siempre imaginó que, si algún día llegaba a usar algo tan elegante, sería porque lo había decidido ella, no porque estuviera atrapada en esta burla del destino.

"Debería ser uno de mis hermanos", pensó, mientras tocaba la tela entre sus dedos. "Ellos deberían ser quienes firmaran tratados y fortalecieran alianzas. Yo siempre fui la guerrera, la que protegía Rivermoor."

La luz de las velas iluminaba la caja sobre la mesa cercana, donde descansaba el anillo que Damon le había enviado. La joya relucía como si se burlara de ella, recordándole que ya estaba atrapada en este compromiso. Se llevó la mano al pecho, donde el anillo brillaba en su dedo, y suspiró.

Un leve golpeteo en la puerta la sacó de sus pensamientos. La reina Louisa entró con un porte elegante, su vestido azul noche resaltando la autoridad que llevaba tan naturalmente como el aire.

— ¿Puedo acompañarte? —preguntó suavemente.

— Claro, entra madre.

La reina se sentó a su lado, sus movimientos eran gráciles, como si flotara sobre el suelo. Por un momento, ninguna habló. La reina simplemente observó el vestido y luego la miró con una sonrisa apaciguadora.

— Es un vestido impresionante, ¿no crees?

— Sí, supongo. —respondió Harley, mirando hacia otro lado.

La reina no se dejó intimidar por el tono seco de Harley.

— Sé que este no es el camino que habías imaginado para ti. Pero quiero que sepas que lo entiendo. En la vida no todo lo que es correcto signifique que es fácil o es el camino que queremos seguir.

Harley levantó la vista, sorprendida por la honestidad de esas palabras.

La reina sonrió con melancolía y tomó algo de su bolsillo. Era un par de pendientes de perlas blancas rodeadas de pequeños diamantes.

— Con el tiempo. Y con la firmeza de saber que, aunque este matrimonio puede ser una obligación, no define quién eres. Estos pendientes los llevé el día de mi boda. Quiero que los uses mañana. No como un símbolo de lo que se espera de ti, sino como un recordatorio de que aún puedes ser quien desees ser.

Harley tomó los pendientes con cuidado, sintiendo el peso no solo de las joyas, sino de las palabras de la reina.

— Gracias mamá.

La reina asintió y, tras darle una última sonrisa de apoyo y beso en la coronilla, se levantó y salió de la habitación, dejándola sola nuevamente con sus pensamientos.

Harley se miró al espejo una vez más. El vestido, el anillo, los pendientes... todo estaba en su lugar, pero ella sentía que algo faltaba.

"Quizá no soy yo quien debe estar aquí", pensó, pero al mismo tiempo sabía que ya no había escapatoria. Mañana, la iglesia dorada de Delacroisse sería el escenario de una unión que nunca quiso, y todo lo que podía hacer era enfrentarlo con la misma determinación con la que había enfrentado cualquier batalla.

Se llevó los pendientes al pecho, cerró los ojos y decidió dormise.

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Damon despertó aquella mañana con una mezcla de irritación y resignación. Era el día de su boda, un evento que no quería, que no había pedido, pero que era ineludible. Desde que su padre, el gran rey Damian Delacroisse, le anunció la unión, sus protestas habían sido ignoradas con la frase habitual: "El deber supera al deseo". Aquella sentencia resonaba ahora en su mente, fría y definitiva, mientras un par de sirvientes ajustaban los últimos detalles de su traje ceremonial.

Reyes Del OdioWhere stories live. Discover now