Luciérnagas

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Damon

El calabozo olía a humedad y desesperanza.

Habían pasado cuatro días. Lo sabía porque contaba cada segundo en su cabeza, como si esa precisión absurda pudiera darle algo a lo que aferrarse. Cuatro días sin comida, sin agua, con un frío que le mordía la piel y una oscuridad que parecía viva, siempre presionándolo desde las esquinas.

Estaba sentado contra la pared, la espalda apoyada en las piedras heladas y las piernas dobladas frente a él. No recordaba la última vez que había dormido, si es que podía llamar sueño a los momentos en los que su mente se apagaba de puro agotamiento. El hambre era insoportable, una punzada constante que ahora se había transformado en un vacío frío en su estómago.

Pero no era el hambre lo que lo consumía. Era otra cosa. Algo peor.

Harley.

No podía dejar de pensar en ella. Desde el momento en que los separaron, su rostro estaba grabado en su mente como un tatuaje, cada detalle de su expresión, su voz llamándolo, el miedo contenido que solo él sabía leer en sus ojos. Harley nunca mostraba su miedo, no a cualquiera. Pero él lo había visto, y esa imagen lo perseguía.

— ¿Estás viva? —murmuré, mi voz apenas un susurro en la inmensidad del silencio.

La pregunta resonó en mi cabeza como un eco cruel. Quería creer que sí, que Harley estaba bien, que de alguna manera había encontrado la manera de salir ilesa de todo esto. Pero en el fondo sabía que no era así. No sé cómo, pero lo siento. Es como si hubiera un hilo invisible entre nosotros que me dice que está herida. No puedo explicarlo. Es algo que no tiene sentido, pero sé que está sufriendo. Y aún así...

Cerré los ojos con fuerza. A pesar de todo, algo en ese mismo lugar dentro de mí me susurra que está viva. Y yo me aferro a eso. Porque si no lo está, si la he perdido, entonces todo lo que he hecho, todo lo que he sacrificado, habrá sido en vano.

El ruido de pasos en el pasillo me puso en alerta. Mi cuerpo reaccionó por instinto, tensándose como un animal acorralado, aunque mi mente estuviera agotada. Miré hacia la puerta, esperando... Pero los pasos se alejaron, y el silencio regresó. Ese maldito silencio.

Tengo que salir de aquí.

La idea me martilla el cerebro como un tambor. No puedo seguir aquí sentado, esperando que algo pase, esperando que alguien me rescate. Harley no lo haría. Ella no esperaría.

Recorrí con la mirada la celda una vez más, aunque ya conocía cada centímetro de ella. La puerta está reforzada con hierro, pero las bisagras están oxidadas. Tal vez... no. No ahora. Necesito fuerzas primero. Si intento algo en este estado, terminaré muerto antes de empezar.

Apoyé la cabeza contra la pared, cerrando los ojos. El cansancio es como una ola que amenaza con arrastrarme, pero no puedo permitirme ceder. No aquí. No ahora.

Harley.

Su nombre volvió a mi mente como un susurro persistente. Me la imagino de pie, con esa mirada desafiante que siempre tiene, como si pudiera enfrentarse al mundo entero y ganar. Ella siempre ha sido así. Más fuerte de lo que debería, más valiente de lo que es seguro. Pero ahora... ahora no estoy allí para protegerla.

— Aguanta, Harley... —murmuré, mi voz apenas un hilo de aire.

No sé si lo dije para mí mismo, para consolarme, o como si de alguna manera pudiera enviárselo a ella. Lo único que sé es que no puedo perderla. No puedo permitirlo.

El frío es cada vez más insoportable, pero ni siquiera lo siento ya. Todo mi cuerpo está entumecido, y mi mente está empezando a nublarse. Pero en medio de esa neblina, una chispa de determinación se enciende. Tengo que salir de aquí. Por mí, por Harley, por lo que sea que quede de todo esto.

Reyes Del OdioWhere stories live. Discover now