Indiferencia

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Cuando el carruaje de Harley finalmente se detuvo frente al imponente castillo de Rivermoor, la joven princesa descendió con pasos rápidos y cargados de furia contenida. Su mente era un torbellino, cada pensamiento girando en torno al rostro de Damon Delacroisse, al tono condescendiente de sus palabras, a la insoportable arrogancia que parecía emanar de cada movimiento suyo. Sentía que el peso de todo aquello estaba comenzando a hundirla.

El jardín, que en otras ocasiones era su refugio, pasó desapercibido mientras cruzaba el sendero empedrado sin detenerse. Las flores, usualmente cuidadas con esmero, parecían marchitarse en la penumbra de la tarde, reflejo de su estado de ánimo. Al entrar en el gran hall del castillo, las altas columnas y candelabros parecían observarla en silencio, como si también esperaran el desenlace de lo que estaba por venir.

Rey Caelan Rivermoor estaba allí, de pie junto a las escaleras principales, con las manos cruzadas tras la espalda. Su porte imponente y su mirada fija en Harley hablaban de un hombre acostumbrado a llevar el peso del reino sobre sus hombros. Pero en ese momento, había algo más en sus ojos: una mezcla de cansancio y preocupación que ella no quiso interpretar como culpa.

—Harley —la llamó, su voz profunda resonando en el hall vacío—. Necesito saber cómo fue la reunión.

La princesa se detuvo a unos pasos de él, su rostro aún enrojecido por la ira. Cerró los ojos por un instante, tratando de contener la explosión que sabía que venía. Cuando habló, su tono era cortante.

—Un desastre, padre. —Abrió los ojos, y la intensidad de su mirada habría hecho retroceder a cualquiera—. Ese hombre es insoportable. Arrogante, petulante, y completamente incapaz de hablar sin creer que tiene la razón. ¿Qué esperabas que pasara? ¿Que de repente me enamorara de él y lo aceptara como mi futuro esposo? ¡No quiero volver a verlo!

Caelan suspiró, llevando una mano a su frente como si el peso de la conversación fuera demasiado para él.

—Harley, sé que esto no es fácil para ti. Pero ya hemos hablado de esto. Este matrimonio es crucial para el reino. Los Delacroisse no son solo aliados potenciales, son la clave para evitar una guerra que podría destruirnos a todos.

Ella alzó una ceja, incrédula. Su ira se encendió de nuevo, esta vez alimentada por la sensación de que nadie, ni siquiera su propio padre, la escuchaba.

—¿Y mi vida, padre? ¿Mi libertad? ¿Qué hay de eso? ¿Voy a sacrificar todo lo que soy, todo lo que quiero ser, solo para mantener a raya a un reino que ni siquiera respeto? ¡No soy una pieza en tu tablero de ajedrez, Caelan! —El uso de su nombre en lugar de "padre" fue un golpe directo, y ambos lo sabían.

El rey frunció el ceño, su postura rígida como el acero. Pero cuando habló, su voz se suavizó ligeramente, aunque no perdió autoridad.

—Harley, esto no es solo por mí. Es por Rivermoor. Por nuestra gente. Por tu hermano, por todos los que dependen de nosotros. No tienes que quererlo, pero sí debes aceptarlo. El peso de la corona no es justo, pero es necesario.

Ella apretó los puños, sus uñas clavándose en las palmas mientras contenía las lágrimas de frustración que amenazaban con caer. No iba a llorar. No frente a él.

—No lo acepto. Y nunca lo haré —susurró con un tono cargado de veneno. Sin esperar respuesta, giró sobre sus talones y subió las escaleras hacia su habitación, cerrando la puerta con un portazo que resonó por todo el castillo.

Horas más tarde, mientras la noche envolvía Rivermoor, Mildred, la leal ama de llaves, golpeó suavemente la puerta de la habitación de Harley. Llevaba en las manos una carta, el sello de los Delacroisse inconfundible.

Reyes Del OdioWhere stories live. Discover now