Damon Delacroisse

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Harley

Esa noche, el castillo de Rivermoor estaba iluminado como nunca antes. Las grandes antorchas de fuego danzaban en las paredes, y el resplandor de los candelabros reflejaba la calidez del ambiente. Los nobles, sus ropas de terciopelo y seda brillando bajo las luces, se mezclaban entre sí en animadas conversaciones, intercambiando historias de antiguas gestas y de la reciente victoria de la princesa Harley. El festín, dispuesto sobre largas mesas de roble, estaba lleno de manjares que nunca antes habíamos tenido en tan abundancia: carnes asadas, pasteles de frutas y tartas doradas que evocaban la riqueza de la tierra.

Cada rincón del castillo reverberaba con risas, brindis y el sonido del clinking de copas. Los músicos tocaban una melodía suave y alegre, mientras que los caballeros, visiblemente orgullosos, contaban sus propias hazañas. Pero entre todos los festejos, lo que realmente dominaba la atmósfera era el reconocimiento que finalmente recibía Harley. Su victoria sobre el caballero, tan inesperada para muchos, había desbordado las expectativas y dejado claro que Rivermoor no era solo un reino gobernado por la fuerza de un rey, sino también por el valor de su princesa.

Mi padre, el rey Caelan, se levantó en su lugar al fondo de la sala, y el bullicio de la celebración se extinguió de inmediato. Con una copa de vino en la mano, su figura alta y majestuosa se proyectaba hacia todos los presentes. La sala se sumió en un silencio reverente, todos expectantes ante lo que estaba por decir.

—Por Harley, mi hija guerrera—comenzó, su voz profunda y resonante llenando cada rincón del salón—. No solo es digna de Rivermoor, sino que también tiene la fuerza para protegerlo.

Esas palabras se colaron en mi pecho, dándome una sensación de calidez y gratitud, como si la historia de nuestro reino, la que había sido escrita por mi padre y nuestros antepasados, de alguna manera se uniera a mi propia historia. Los nobles, algunos aún escépticos de mi capacidad, me miraban ahora con una mezcla de asombro y respeto. Los murmullos de aprobación comenzaron a esparcirse entre ellos, y por un momento, sentí el peso de sus ojos, no como una carga, sino como un recordatorio de lo lejos que había llegado.

Me levanté con la copa en la mano, sintiendo cómo mi mirada se encontraba con la de mi padre. Mi respuesta fue simple: una inclinación de cabeza y un leve pero genuino sonrisa. Era mi forma de agradecerle por haberme dado la oportunidad de demostrar que no solo era una princesa, sino una guerrera, digna de defender este reino. Y aunque las celebraciones continuaron a mi alrededor, mi mente comenzó a viajar nuevamente a ese momento en la pista, a esa competencia que había cambiado todo.

Porque lo que había logrado no era solo ganar una medalla o vencer a un caballero. Había ganado mucho más que eso. Había ganado el respeto de aquellos que solo me veían como una figura decorativa en el trono. Había demostrado que Rivermoor no solo era fuerte por su rey, sino también por la mujer que, aunque aún joven, estaba dispuesta a luchar por su gente, por su tierra y por su honor. Nadie, ni siquiera Talon Valen, el temido líder enemigo, podría ignorar ahora el poder de Rivermoor y su heredera.

La música seguía, las risas se mezclaban con los ecos de los brindis, pero yo estaba sumida en mis pensamientos. Había recorrido un largo camino desde el día en que me sentí atrapada entre las paredes del castillo, deseando más, luchando por ser vista. Y esa noche, rodeada de los que habían dudado de mí, sentí que por fin estaba caminando con mis propios pasos, firmes, seguros y decididos.

Había ganado mucho más que el respeto de los nobles y los guerreros. Había ganado el derecho de ser quien debía ser. Mi padre, con su orgullosa mirada, me había dado su bendición. Pero yo sabía que mi batalla apenas comenzaba. Aquella noche, celebrábamos, sí, pero también sabíamos que nuevos desafíos se aproximaban. Y yo estaba lista para enfrentarlos.

Reyes Del OdioWhere stories live. Discover now