Cartas

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Mildred

La mañana era fresca, y la luz del sol se filtraba a través de las grandes ventanas del castillo. Caminé con nerviosismo hacia la biblioteca, donde sabía que encontraría a Harley. Había pasado días intentando decidir si debía hablar con ella o no, pero mi preocupación por mi madre superaba cualquier duda. Necesitaba pedirle permiso para ausentarme, aunque temía molestarla.

Cuando llegué, la encontré sentada en uno de los sillones junto a la ventana. Su cabello en una trenza, ni un cabello suelto, y parecía tan absorta en el libro que leía que, por un momento, dudé en interrumpirla. La escena era tranquila: una taza de té descansaba en la mesa a su lado, y Eros, su fiel perro, dormía plácidamente en su pequeño trono. 

Sí, un trono. 

Aunque debo admitir que se ve cómodo en su cojín de terciopelo rojo.

Respiré hondo y me acerqué.

—Majestad... ¿puedo hablar con usted? —pregunté con un tono que intenté hacer firme, aunque el temblor en mis manos me traicionaba.

Ella levantó la vista, y por un instante, su ceño se frunció como si le molestara haber sido interrumpida. Pero en cuanto me vio, su expresión se suavizó. Cerró el libro y lo dejó a un lado, dedicándome toda su atención.

—Claro, Mildred. ¿Qué sucede? —me preguntó con una calma que me dio un poco de confianza.

Tomé aire antes de hablar, sintiendo que mi voz apenas saldría.

—Mi madre... está enferma. Tiene un resfriado fuerte, y está sola en el castillo Rivermoor. Quisiera pedirle permiso para ausentarme unos días y cuidarla. Sé que es mucho pedir, pero prometo regresar en cuanto mejore.

Mientras hablaba, observé cómo Harley fruncía ligeramente el ceño, pero no de disgusto, sino con una preocupación que no esperaba ver. Cerró el libro completamente, como si lo que acababa de decir fuera más importante que cualquier estrategia militar que estuviera leyendo.

—Por supuesto que puedes ir, Mildred. No tienes que disculparte por querer cuidar a tu madre. Quédate con ella el tiempo que sea necesario, y si necesitas algo para ayudarla, no dudes en pedírmelo.

No sabía cuánto había estado conteniendo hasta que escuché esas palabras. Sentí un alivio tan grande que, por un momento, tuve que parpadear rápidamente para que no se me escaparan las lágrimas.

—Gracias, majestad. No sabe cuánto significa esto para mí.

Ella me dedicó una pequeña sonrisa antes de tomar su taza de té de nuevo.

—Cuida de ella. Eso es lo más importante ahora —dijo con esa serenidad que parecía natural en ella.

Me retiré con una reverencia, pero mientras salía de la sala, no pude evitar voltear una última vez. Harley ya había vuelto a su libro, pero Eros había abierto un ojo, como si estuviera asegurándose de que todo estaba bien antes de volver a acomodarse en su trono. Era increíble cómo incluso el perro parecía compartir la tranquilidad y la dignidad de su dueña.

Caminé hacia mis aposentos para preparar mis cosas, pero no podía dejar de pensar en lo fácil que había sido hablar con ella. Harley tenía una manera de hacerte sentir escuchada, aunque su semblante a veces pareciera distante. No todos en el castillo lo notaban, pero yo sí. Bajo esa fachada de nobleza y fortaleza, había una persona que sabía escuchar y actuar con justicia. Y por eso, me sentí aún más agradecida de estar a su servicio.

Llegar al castillo Rivermoor siempre era un bálsamo para el alma. Aunque no tenía las imponentes torres ni los amplios salones del castillo de Harley, el lugar estaba impregnado de una calidez que solo el hogar podía ofrecer. Las gruesas paredes de piedra guardaban historias de generaciones pasadas, y cada rincón, desde la cocina hasta la sala principal, olía a pan recién horneado.

Reyes Del OdioWhere stories live. Discover now