Lluvia

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Damon

¿Cómo sucedió esto?

Desperté con una sensación extraña, como si algo estuviera fuera de lugar. Abrí los ojos y me encontré con la penumbra de la carpa, iluminada tenuemente por los últimos destellos de la fogata afuera. Había calor, más del que debería sentir en una noche fría como esta. Fue entonces cuando noté el peso sobre mi brazo, algo cálido y suave. Giré la cabeza y la vi. Harley.

Estaba dormida, su respiración tranquila, sus facciones relajadas de una forma que rara vez veía en ella. Durante el día, Harley era pura intensidad: su mirada siempre afilada, sus palabras cargadas de fuerza. Pero ahora, en ese momento, era distinta. Vulnerable, incluso. El contraste me dejó inmóvil por un instante, incapaz de procesar lo que estaba viendo. ¿Desde cuándo estoy tan cerca de ella?

Mi brazo, como si fuera un reflejo involuntario, la rodeaba ligeramente, y su cabeza descansaba sobre mi hombro. Recordaba claramente cómo había sucedido: el cansancio, el silencio de la noche, y esa pequeña voz en mi interior que me decía que, tal vez, acercarme era lo correcto. Pero ahora que lo veía, que sentía su calor tan cerca, la culpa y la confusión me golpearon como una ola. ¿Qué estoy haciendo?

Con cuidado, intenté moverme. No quería despertarla, no quería que viera lo que había pasado. Si lo hacía, ¿qué pensaría? Harley no era alguien que permitiera que otros se acercaran, mucho menos yo. Me aparté lentamente, el aire frío llenando el vacío que dejaba su cuerpo.

Una vez fuera de la carpa, me llevé una mano al rostro, intentando despejar mi mente. El bosque estaba tranquilo, el sonido del viento entre los árboles y el lejano murmullo del arroyo eran los únicos acompañantes en la oscuridad. Pero en mi interior, el caos reinaba. ¿Por qué lo hice?

Caminé un poco, buscando un pretexto para ocuparme. Encontré un arroyo cercano y, con movimientos automáticos, busqué algo de comida. Pero incluso mientras mis manos trabajaban, mis pensamientos no dejaban de volver a Harley, a ese momento en la carpa. Su respiración tranquila, el calor de su cuerpo junto al mío. Era una imagen que no podía sacarme de la cabeza.

Regresé al campamento con un par de pescados en la mano, pero me detuve al verla. Estaba sentada junto a la fogata, su cabello suelto cayendo en cascada sobre sus hombros. ¿Cuándo fue la última vez que la vi así? Harley siempre tenía el cabello recogido, perfectamente trenzado como si fuera una armadura. Pero ahora, con su cabello al viento, parecía... diferente. No menos fuerte, pero sí más real.

Por alguna razón, esa visión me incomodó. Tal vez porque la hacía parecer más humana, más cercana, y yo no sabía cómo manejar eso. Necesitaba recuperar el control, y como siempre, recurrí a lo que mejor sabía hacer.

—¿Y no piensas peinarte o las aves buscarán tu cabello como nido? —solté con una sonrisa burlona, mi tono cargado de sarcasmo.

Ella levantó la vista, sus ojos encontrando los míos. No dijo nada al principio, pero su mirada fue suficiente para que un escalofrío recorriera mi espalda. No era enojo lo que veía en sus ojos. Era algo más profundo, más difícil de identificar.

—¿Y tú siempre tienes que ser tan molesto? —respondió finalmente, su voz cansada pero firme.

No insistí. Algo en su tono me detuvo. En silencio, me senté junto a la fogata y comencé a cocinar los pescados. La tensión entre nosotros era palpable, pero por alguna razón, no me molestaba. Era un silencio diferente, menos hostil, aunque no menos incómodo.

Mientras comíamos, no podía dejar de mirarla de reojo. Había algo en ella que no había notado antes, o tal vez algo que siempre había estado ahí, pero que ahora veía con más claridad. Harley no era solo la mujer testaruda y orgullosa que siempre había conocido. Había algo más bajo la superficie, algo que me hacía querer acercarme, aunque sabía que sería un error.

Reyes Del OdioWhere stories live. Discover now