Coronación

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Harley

La coronación estaba a punto de comenzar, y el castillo de Delacroisse vibraba con un frenesí palpable. Cada rincón del imponente castillo reflejaba el peso de la ocasión. Los pasillos, generalmente tranquilos y solemnes, se habían transformado en un enjambre de actividad. Sirvientes vestidos con túnicas de lino blanco y dorado se apresuraban de un lado a otro, llevando candelabros y colgando tapices. Los herreros ajustaban el último detalle de las armaduras y las joyas brillaban a la luz de los candiles. Las cocinas trabajaban sin descanso para preparar un festín que sería recordado durante generaciones. Todo el reino parecía estar unido en un mismo propósito: asegurar que el día fuera perfecto.

El salón principal, donde se llevaría a cabo la coronación, estaba tan deslumbrante que casi resultaba irreal. Las columnas doradas que flanqueaban el pasillo central se alzaban con majestuosidad, sus capiteles decorados con intrincados detalles de hojas y flores, creando un contraste impresionante con las cortinas de terciopelo rojo y azul que caían pesadamente desde los techos. El rojo, el color de la pasión y el poder, se mezclaba con el azul, el símbolo de la lealtad y la justicia. Los colores de la casa real, de una belleza solemne y poderosa, marcaban cada rincón, creando una atmósfera cargada de historia y trascendencia.

Las antorchas encendidas a lo largo de las paredes no solo iluminaban el espacio, sino que parecían llenarlo con un resplandor dorado, reflejándose en los ricos suelos de mármol blanco. La luz danzante de las llamas otorgaba al ambiente una calidez envolvente, pero también una cierta solemnidad, como si las sombras mismas se unieran en la espera de lo que estaba por suceder. El aire estaba impregnado de una mezcla de incienso, flores frescas y un perfume sutil a madera envejecida, una fragancia que evocaba el paso del tiempo y las generaciones de reyes que habían caminado por esos mismos pasillos.

En las mesas dispuestas alrededor de la sala, flores de todo tipo estaban dispuestas con una meticulosa perfección. Lirios blancos, orquídeas de un morado profundo y rosas rojas, todas cuidadosamente seleccionadas por su significado. Las flores no solo embellecían el salón, sino que tenían un propósito simbólico. Los lirios representaban la pureza del corazón, las orquídeas la nobleza, y las rosas rojas, la pasión que unía al pueblo con su soberano. Guirnaldas de laurel y hojas de olivo se entrelazaban entre las flores, creando una conexión directa con la paz y el renacimiento. Los tulipanes, especialmente los de tonos rosados y amarillos, se destacaban en jarrones de cristal tallado, cuyas formas y detalles eran casi tan hermosos como las flores que contenían, reflejando la riqueza del reino tanto en su naturaleza como en su arte.

En el centro de la sala, descansando sobre una mesa de madera oscura, se encontraba la corona, el símbolo definitivo del poder de Damon. La corona, una obra maestra de orfebrería, brillaba bajo la luz de las antorchas con un resplandor propio. Hecha de oro puro, se elevaba como un sol cautivador, sus esmeraldas y rubíes reflejando destellos de luz en cada ángulo. Cada piedra preciosa había sido seleccionada con gran cuidado: las esmeraldas representaban la estabilidad, las rubíes la fuerza y el coraje, y otras piedras menores simbolizaban la sabiduría, la prosperidad y la justicia. Era una corona que hablaba no solo de riqueza, sino también de los ideales que el reino de Delacroisse deseaba personificar en su nuevo rey.

La corona de reina es una pieza majestuosa, imponente en su diseño y a la vez delicada, como si reflejara la verdadera esencia del poder y la responsabilidad que conlleva el trono. Hecha de oro pulido, su forma es clásica, con un anillo alto y elegante que resalta en todo momento, destacando su grandeza. Cada curva de la corona parece estar perfectamente equilibrada, y su contorno es suave, sin asperezas, como si el oro hubiera sido moldeado con la misma precisión que el destino de los reyes.

A lo largo de la circunferencia de la corona, se intercalan gemas preciosas que dan vida a la pieza. Rubíes de un rojo intenso, tan profundos como la sangre real, están distribuidos de manera simétrica, acompañados de esmeraldas que brillan con un verde misterioso, representando la riqueza y fertilidad del reino. Entre las gemas más grandes, pequeñas perlas blancas como las de un mar lejano se incrustan en delicados filigranas, que añaden un toque de suavidad a la realeza de la corona. Estas perlas se deslizan de forma sutil entre los otros adornos, pero su presencia resalta la nobleza de quien la porta.

Reyes Del OdioWhere stories live. Discover now