El juego del destino

62 11 10
                                    


El día siguiente fue tranquilo, pero la sensación de incomodidad entre Max y Checo seguía flotando en el aire, como una niebla que no lograba disiparse. Ambos habían acordado que la noche de karaoke quedaría como una "noche loca" para olvidar, pero había algo más. Algo que ni siquiera ellos sabían cómo manejar.

Mientras caminaban por el paddock al día siguiente, Max no podía evitar lanzar una mirada furtiva a Checo, que estaba hablando con su ingeniero, un leve brillo en los ojos que Max sabía que no era solo por el trabajo.

Max: "¿Sabes? Estaba pensando en la carrera de la próxima semana... ¿te imaginas cómo será sin este... extra estrés?" – dijo Max, intentando romper el hielo con un tono casual, aunque la incomodidad seguía presente.

Checo, sin mirarlo, respondió con la sonrisa de siempre, esa que no sabías si era amigable o sarcástica.

Checo: "Max, si es lo que crees, puedes olvidarlo. Estoy tan preparado como siempre. Pero claro, si te da miedo, no hay problema, yo lo hago por los dos." – El tono no era desafiante, pero la chispa de diversión en sus ojos lo delataba.

Max dejó escapar una risa que fue más un suspiro de frustración. Se estaba empezando a acostumbrar a esa actitud confiada de Checo, pero había algo detrás de esos comentarios que lo hacía difícil de ignorar. Era como si cada palabra de Checo fuera una pequeña provocación en el juego que ninguno de los dos estaba dispuesto a admitir.

La tarde transcurrió con la misma normalidad, pero el evento de la noche estaba por llegar. Lando, como siempre, ya había planeado algo para el grupo, y esta vez era un pequeño viaje fuera del circuito para cenar y relajarse. Sabía que Max y Checo se necesitaban un empujón para romper la tensión, así que propuso un "viaje espontáneo".

Lando: "¿Así que esta noche nos olvidamos de todo y nos vamos a un restaurante de tapas? Los tres, ¿qué me dicen? Max, Checo, Carlos. Nada de trabajo, solo comida y algo de bebida."

Carlos asintió rápidamente, como siempre, pero Checo lo pensó por un momento antes de responder.

Checo: "Solo si promete que no habrá karaoke esta vez." – su sonrisa traviesa dejaba claro que estaba bromeando, pero Max pudo notar algo más. Como si, después de todo lo que había sucedido, realmente no quisiera volver a pasar por lo mismo.

Max: "No sé, Lando. ¿Seguro que no va a haber sorpresas este vez? Porque si me haces cantar otra vez, te juro que te llevo el micrófono a la cara."

Lando sonrió, ya anticipando el caos. "Claro, nada de karaoke, solo buena comida y unas copas."

La noche llegó, y el restaurante estaba lleno de risas y ruido, pero de una manera diferente. Todos se habían relajado, como si la velocidad de los circuitos hubiera quedado atrás por unas horas. Las bromas fluían fácilmente, y las tensiones anteriores entre Max y Checo empezaban a desvanecerse en el bullicio.

Carlos, siempre un poco más extrovertido, no perdió la oportunidad de incitar a Max con alguna broma.

Carlos: "Oye, Max, ¿te has dado cuenta de que siempre que Checo te lanza uno de esos comentarios, siempre le sigues el juego? Eres un caso perdido, ¿sabías?"

Max: "¿Yo? ¿Siguiéndole el juego? No tengo idea de lo que estás hablando." – Max levantó las manos, sin poder evitar la risa.

Checo, sentado frente a ellos, observaba en silencio, con una mirada algo más tranquila, pero también sabiendo que, en algún punto, las palabras y los gestos entre él y Max ya no eran solo bromas. Había algo más profundo, algo que ninguno de los dos se atrevía a mencionar.

A lo largo de la noche, Lando aprovechó el ambiente relajado para continuar con sus bromas.

Lando: "¿Quién será el primero en confesar que no es tan fácil competir en el equipo de Red Bull? O... ¿quién va a admitir que, de alguna manera, a veces es más divertido fuera de la pista?"

Max se inclinó hacia adelante, bajando la voz para que solo los más cercanos pudieran oír.

Max: "Para ser sincero, Checo, yo creo que todo esto... las carreras, la competencia, la rivalidad... de alguna forma, me divierte. Pero también tengo que admitir que, fuera de la pista, puede ser incluso mejor."

Checo lo miró por un largo momento, como si esas palabras le tocaran algo en el fondo. Luego, sin perder la sonrisa, respondió:

Checo: "Creo que tienes razón, Max. Puede que la Fórmula 1 sea mi vida, pero esas pequeñas cosas, como estar aquí, con gente como ustedes, hacen que valga la pena."

Carlos: "¡Vaya, vaya! Mira quién se pone filosófico. ¿Será que Checo se está ablandando con el tiempo?"

La noche avanzó, y a medida que las copas se vaciaban y las risas se hacían más profundas, el ambiente en la mesa se fue relajando por completo. Nadie se molestaba por los pequeños comentarios de Lando ni las bromas de Carlos.

Max y Checo, aunque aún con una rivalidad palpable, comenzaban a entender algo: fuera de la pista, era mucho más sencillo disfrutar de la compañía del otro. No había presiones, no había contratos que cumplir. Solo eran dos personas, compartiendo una noche como amigos, aunque las sombras de la competencia seguían al acecho.

Pero esa noche, Max y Checo se dieron cuenta de algo más: el juego del destino estaba mucho más allá de las carreras. Tal vez estaba en esas pequeñas interacciones fuera del circuito, donde los verdaderos desafíos comenzaban a surgir.

Y tal vez, solo tal vez, esta amistad cargada de tensiones iba a convertirse en algo mucho más complicado.

Max observó a Checo mientras este reía con una broma de Carlos. Sus ojos brillaban con una mezcla de admiración y algo más, algo que no sabía cómo describir. Y Checo, sin darse cuenta, lo miró también, como si estuviera considerando lo mismo.

La carrera aún no había terminado.

Las Sombras de Red BullDonde viven las historias. Descúbrelo ahora