Cap.12 Pt.04

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El estacionamiento era amplio y sombrío, con apenas unas cuantas farolas parpadeantes que esparcían una luz tenue sobre los vehículos aparcados en fila. El lugar parecía un laberinto de sombras y metal brillante, perfecto para ocultar secretos y movimientos discretos. Gabriela recorrió el espacio con la mirada, analizando cada detalle con precisión: las posiciones estratégicas de los autos, las cámaras de seguridad apenas visibles y las posibles entradas secundarias al hotel.

A su lado, el guardia caminaba torpemente, su compostura rota por la evidente incomodidad que provocaba la "tensión" en su pantalón. Cada paso era un esfuerzo por disimular su estado, pero el rubor en su rostro y su postura rígida lo traicionaban. Gabriela, percibiendo todo, dejó escapar una sonrisa apenas perceptible mientras ajustaba su estrategia mentalmente. Cada movimiento de su acompañante confirmaba que ya tenía el control absoluto de la situación.

Mariam permanecía en silencio, sus ojos fijos en las múltiples pantallas que mostraban las transmisiones en tiempo real de las nano-cámaras y los búhos desplegados. Cada palabra de Gabriela resonaba en su auricular, y aunque su expresión era seria, había un destello de fascinación en su mirada.

No podía evitar admirar la manera en que su amiga manipulaba a los hombres con una facilidad casi artística. Gabriela no solo era hermosa, sino que sabía exactamente cómo usar su carisma como una herramienta afilada, desarmando a cualquiera con la precisión de un cirujano. Mariam, siempre pragmática y lógica, encontraba este talento igual de impresionante que desconcertante.

Sin apartar la vista de las cámaras, murmuró, apenas un susurro:
—Una cosa es segura, Víbora... jamás jugaría póker contigo.—

Gabriela, con un leve amago de risa que apenas lograba contener, mantuvo intacta su fachada de seducción. En un gesto calculado, se llevó una mano al cabello, deslizándolo hacia un lado con fluidez, dejando que su perfume, cuidadosamente escogido para situaciones como esta, envolviera al guardia en una nube irresistible. Cuando el hombre inhaló profundamente, su respiración delató el efecto inmediato: estaba completamente embelesado.

Con una sonrisa que destilaba encanto, Gabriela lo miró a los ojos y, con un tono suave pero cargado de insinuación, murmuró:
—¿Dónde lo haremos, amor?—

El guardia, visiblemente dominado por la mezcla de nervios y deseo, aceleró el paso hacia una de las limusinas negras estacionadas al fondo. El vehículo, elegante y pulcro, pertenecía a la distinguida familia Erleuchtet, cuya influencia resonaba en las sombras del Hotel Leonhard.

—Por acá, sígueme—, dijo el hombre, su voz temblorosa pero apurada, mientras tomaba la mano de Gabriela con una mezcla de determinación y torpeza.

Gabriela, controlando con maestría el asco que le provocaba el contacto, apretó los labios para evitar que su desdén se reflejara en su rostro. Sus instintos le pedían fulminarlo allí mismo, pero sabía que era demasiado pronto para quebrar su personaje. Con una respiración controlada y una mirada cargada de dulzura fingida, permitió que la guiara, aunque cada paso era una prueba de su paciencia.

Mientras avanzaban, Gabriela no dejó de observar todo a su alrededor: las cámaras, las posibles salidas, y sobre todo, el entorno cercano al vehículo. Cada detalle era una pieza en el tablero que tenía que dominar antes de hacer su próximo movimiento.
La limusina, oculta entre un laberinto de vehículos, ofrecía un lugar apartado, perfecto para el desenlace que Gabriela había planeado con meticulosidad. El guardia, completamente ajeno a la realidad, estaba perdido en sus propias fantasías, anticipando lo que creía que sería un momento inolvidable. Su respiración era rápida, y sus manos temblaban mientras sacaba las llaves para abrir la puerta.

Cuando soltó la mano de Gabriela para hacerlo, ella supo que era el instante preciso. Su mente analizó cada detalle en fracciones de segundo: el aislamiento del lugar, la postura del hombre y su completa vulnerabilidad. Darle la espalda fue un error que no tendría oportunidad de corregir.

Gabriela se movió con precisión letal, acercándose al guardia en un solo paso fluido. Su brazo izquierdo envolvió el cuello del hombre con una técnica conocida como mata león, ampliamente usada en artes marciales y entrenamientos tácticos por su capacidad de incapacitar rápidamente a un oponente al bloquear el flujo de sangre al cerebro.

El mata león consiste en posicionar el brazo dominante alrededor del cuello del objetivo, de manera que el codo quede justo debajo de la barbilla. El antebrazo presiona un lado del cuello, mientras el bíceps y el hombro ejercen presión sobre el otro, comprimiendo las arterias carótidas que suministran sangre al cerebro. Con la mano libre, Gabriela aseguró el agarre sosteniendo su propia muñeca, formando un círculo cerrado que garantizaba una fuerza constante e inquebrantable.

La técnica no solo cortó el flujo sanguíneo, sino que también limitó cualquier intento de defensa. Para aumentar la efectividad, Gabriela inclinó su cabeza hacia el hombro del guardia, ejerciendo presión adicional y estabilizando el agarre para evitar que el hombre pudiera zafarse. Este detalle impidió que el guardia lograra mover su cuello lo suficiente como para aliviar la presión, dejándolo completamente vulnerable.

El efecto fue inmediato: en dos segundos, el guardia comenzó a tambalearse, y su respiración se convirtió en un gorgoteo ahogado. Sus manos intentaron desesperadamente liberar el agarre, pero sus movimientos se volvieron erráticos y sin fuerza. En menos de cinco segundos, sus piernas fallaron y su cuerpo colapsó, quedando completamente inconsciente.
Gabriela controló la caída con precisión, bajandolo suavemente al suelo para evitar ruidos que pudieran alertar a otros. Su expresión permaneciá fría y profesional, cómo si el acto fuera una simple rutina.

—Juego Terminado, cariño.— murmuró con tono irónico mientras revisaba sus pertenencias y se ajustaba el cabello, lista para el siguiente paso de su misión.













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