Cap.13 Pt.03

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La voz del instructor resonó como un látigo en el aire, cortante y sin concesiones:

—¡A nadie le importa si estás cansada! ¡Aquí no hay lugar para débiles!—

La destinataria de esas palabras era una niña cerca de Argo, con lágrimas corriendo por su rostro mientras trotaba. Su respiración era forzada, entrecortada, y sus piernas parecían temblar con cada paso. A pesar de su evidente agotamiento, se negaba a detenerse. Cada lágrima que caía hablaba de un esfuerzo descomunal por no rendirse, por no ser una más de los que ya habían abandonado.

Argo, que había estado observando a su alrededor, no pudo ignorar su lucha. La voz del instructor le provocó un nudo en el estómago. Algo en esa escena lo movió a actuar. Sin decir nada al principio, ajustó su ritmo para quedar justo detrás de ella, como si su mera presencia pudiera sostenerla si llegaba a caer.

—¡Vamos, tú puedes!— le dijo, con un tono firme pero alentador. No era un grito, no era un reproche. Era simple apoyo, como un puente tendido en medio de un río turbulento.

La niña no respondió, pero su ritmo pareció estabilizarse un poco. Aunque las lágrimas seguían corriendo, ahora había algo más en su expresión: una chispa de determinación renovada. Tal vez no estaba sola en esta lucha, tal vez alguien creía que ella podía lograrlo, incluso cuando sus propios pensamientos empezaban a decirle lo contrario.

Elisa, trotando más adelante, notó lo que estaba ocurriendo y lanzó una rápida mirada hacia Argo. No dijo nada, pero en su mente reconoció el gesto de su amigo. Erika también lo vio, y aunque su rostro permaneció serio, algo en su mirada indicaba una sutil aprobación.

El instructor principal, sin detenerse, observó el intercambio desde el frente del grupo pero no dijo nada al respecto y mientras se movían como un organismo único, aunque el esfuerzo crecía, la determinación de algunos comenzaba a influir en los demás.

A los treinta minutos de iniciado el trote, un niño en medio de la multitud comenzó a quedarse ligeramente atrás. Su rostro estaba bañado en lágrimas, y sus hombros temblaban mientras luchaba por mantener el ritmo. Entre sollosos y jadeos, murmuraba en voz alta para sí mismo, como si intentara convencerse:

—Vamos… no puedo detenerme… no puedo parar…— su voz se rompía entre palabras, mientras trataba de contener las lágrimas.
—¡Ya basta, debes contenerte, para de llorar!— agregó entrecortado, con sonidos de su respiración acelerada mientras buscaba aire desesperadamente.

Desde unos metros más adelante, Argo lo escuchó. Giró la cabeza y lo vio, luchando contra su cuerpo y contra sí mismo. Y sin dudarlo,
—¡Resiste!— le gritó con fuerza, su voz cargada de determinación.

El niño levantó la vista por un momento, sus ojos rojos e hinchados encontrándose con los de Argo. Sus palabras parecían alcanzar algo en su interior, como una chispa de energía que la mantenía en movimiento.

Aunque su respiración seguía entrecortada y sus piernas parecían estar a punto de fallar, apretó los puños y continuó trotando, murmurando ánimos para sí mismo mientras las lágrimas seguían corriendo.

—¡No me detendré!— exclamó el niño de pronto, con una fuerza inesperada en su voz. Las lágrimas seguían cayendo por su rostro, y el sudor hacía que su cabello se pegara a su frente, pero algo había cambiado. Su mirada, antes nublada por el cansancio, se clavó en otro compañero igualmente agotado que trotaba cerca de él.

—¡Ni pienses que voy a caer antes que tú!— gritó, desafiándolo con un tono lleno de determinación.

—Eddie—, pensó sorprendido por las palabras, alzó la vista hacia él. Por un instante, parecía a punto de ceder, pero algo en la declaración de Eddie lo sacudió. Inspirado, también apretó los dientes y se obligó a seguir adelante, aumentando el ritmo. La motivación era contagiosa, como un fuego que se propagaba rápidamente.

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⏰ Última actualización: 3 days ago ⏰

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