ᴇʟʟᴀ ɴᴏ ᴇꜱ ᴛᴜʏᴀ - 𝘓𝘶𝘪𝘴 Á𝘯𝘨𝘦𝘭 𝘔𝘢𝘭𝘢𝘨ó𝘯

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| Narra Jordan Carrillo |

Me enteré de la tragedia a través de un mensaje en el grupo de antiguos compañeros de la selección. No podía creerlo. Sofía, la mujer con la sonrisa más cálida que jamás conocí, había muerto en manos de ese monstruo. Mi mente no podía procesar cómo alguien tan lleno de vida podía ser arrebatado de esta forma tan cruel.

Llegué al funeral con un nudo en la garganta. Había mucha gente, pero todos estábamos unidos por el mismo dolor. Mientras caminaba hacia el ataúd, sentí que el aire se hacía pesado, como si el mundo entero estuviera llorando por Sofía. Ella estaba ahí, tranquila, pero sin esa luz que siempre irradiaba. Me quedé unos segundos en silencio, pensando en todo lo que habíamos vivido.

Aunque nuestro tiempo juntos fue breve, Sofía siempre dejó una huella profunda en mi vida. Recordé cómo me contó su corazón siempre había pertenecido a Malagón. Lo entendí entonces, y la dejé ir con todo el amor que le tenía. Ahora, verla aquí, con su historia truncada, me llenaba de impotencia.

Decidí quedarme apartado mientras los demás se acercaban a despedirse. Fue entonces que lo vi. Sebastián había llegado. Mi sangre hirvió. ¿Cómo se atrevía? ¿Qué buscaba? Noté cómo Igor lo enfrentó, pero mantuve mi distancia, sabiendo que no era mi lugar intervenir.

Después de la confrontación, mientras todos seguíamos en silencio, mi mente me llevó a uno de los últimos momentos que compartí con Sofía. Fue una tarde tranquila en un las canchas de los entrenamientos semanas después de nuestra ruptura. Ella me agradeció por entenderla. Me dijo algo que ahora me resonaba más fuerte que nunca:
—Jordan, el amor no siempre es posesión. Amar de verdad es saber cuándo dejar ir, aunque duela.

Al mirar alrededor, vi el impacto que había tenido en todos los presentes. Sofía era más que una mujer hermosa; era el núcleo de muchos corazones, una luz en medio de las tormentas. Su ausencia sería un vacío imposible de llenar, pero su legado viviría en quienes tuvimos el privilegio de conocerla.

Antes de irme, me acerqué a Igor y le di un abrazo. No necesitábamos palabras. Ambos entendíamos que nuestro deber ahora era honrar la memoria de Sofía, proteger su legado y asegurarnos de que su historia no quedara opacada por el monstruo que intentó destruirla.