El furor del amor

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Samuel dio media vuelta para sonreír por la llegada de su concubina. Como todas las veces, Rubén se le acercó e inclinándose besó su mano. Como todas las veces, él se reincorporó y le vio a los ojos.

—¡Te extrañé tanto...! Aún debo acostumbrarme al morado en tus ojos. —expresó Samuel acariciándole el cabello.

—No sabe cuánto pensé en usted, mi Sultán. —le rodeó el cuello—¡Por fin terminaremos las novelas pendientes!

—¡Oh! Así que me esperaste.

—Claro, ¿a caso su Majestad me ha traicionado de nuevo?

—¿Cómo osas acusarme, eh? —con un brazo le agarró la cintura y la unió a su cuerpo—¿Cuándo yo te he traicionado? —Rubén abrió los labios con mucha seguridad, incluso rabia, pero luego se arrepintió de lo que estaba apunto de hace, mirando a un lado. Samuel sonrió, interpretando eso como que le dio la razón—¿Ves? Nunca te he fallado.

El Sultán entonces con su mano libre agarró la mandíbula de su concubina, apretando sus mejillas, y direccionándola se dispuso a empezar una ronda de besos apasionados que, a pesar de la misteriosa molestia de la concubina, fueron irresistibles.

Siguieron sus besos encendedores que los llevaron a la desnudez. De repente, Rubén colocó su palma en la mejilla de su amado, de allí arrastró su pulgar en la comisura labial de Samuel, que cesó los besos por curiosidad. Como un niño que recién conoce el mundo, le abrió la boca y separó su mejilla para ver dentro, pero de repente su pulgar fue mordido con fuerza por los molares del contrario.

—¡Auch! ¡Qué salvaje! ¿Así me maltrata?

—¿Quién te dio permiso para examinar la boca del Sultán, eh? —dijo en burla mientras le apretaba la espalda y le plantaba besos en el cuello, dispuesto a seguir con el acto.

—¡Umh! ¡Solo quería otra vez ver la corona de oro!

—¿... La...?

—La corona de oro que tiene en un diente atrás. —Samuel le vio entrecerrando los ojos, bastante sorprendido; ninguna concubina se había dado cuenta—¿Por qué se la hicieron?

Rubén se acostó en la cama sonriente, dispuesto a escuchar la historia. Samuel le veía pensante, incluso se diría que incomodado.

—Puedes vivir sin saberlo. —dijo altanero.

Aprovechando que su pareja estaba acostada, se le subió encima. Pero cuando intentó besarle su concubina escondió los labios y cerró los ojos. Samuel le vio confundido.

—¿... No puede contarme antes de seguir?—le dio una carita de inocencia, a la par que le colocaba sus manos en el pecho—¡Vamos! No voy a juzgar nada, yo te quiero mucho. —le sonrió, presumiendo los labios.

Samuel vio a Rubén como todo un descarado y negó con la cabeza. Ignorando los deseos del Khuntha se acomodó para intentar volver a besarle, pero rápidamente Rubén tomó la almohada de al lado y la usó de escudo. El Sultán empezaba a perder la paciencia y apartó parcialmente la almohada, descubriendo un sonrisita juguetona y muy infantil al lado de unos ojitos parpadeantes y llenos de caprichos.

—Mi hija Lorenza tiene más madurez que tú. —Rubén arrugó su nariz.

—¿... Qué tal si me cuenta la historia—levantó un poco su parte superior, le besó y se acercó a su oído—... y esta noche le satisfago el doble?

—¿Te crees resistente?

—¿Duda de mí, mi Sultán?

El hombre sonrió detenidamente, colocó donde iba la almohada y apresó de las caderas al de abajo, acostándose de espalda y logrando darle la vuelta hasta que el Khuntha se encontró arriba de su pecho.

Haseki Sultán《AU #rubegetta》#karmaland Donde viven las historias. Descúbrelo ahora