2. La Llegada.

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Las palabras retumbaron en mis oídos fuertemente. Intento recordar cómo respirar, no puedo hablar y estoy completamente aturdida, mientras el nombre me rebota en las paredes del cráneo. Alguien me toma del brazo, y creo que quizá haya empezado a caerme y esa persona me ha sujetado.

Mellie Kravitz vuelve a repetir entusiasmada: "Cressida Fink" y es allí cuando entro en shock. Deseaba que todo fuese un horrible sueño, pero no lo era. Logré escuchar la voz de Mellie repetir: "Cressida Fink ¿Estás aquí? ¡Acércate, querida!"

Mis pies empezaron a moverse contra mi voluntad. Se movían, pero no era yo quien los impulsaba. La multitud me abría espacio mientras susurraba cosas que a duras penas lograba entender. Subí al escenario forzosamente. Sentía como si yo no estuviera ahí, como si fuese una pesadilla de la que estaba a punto de despertar, aunque la realidad era otra y mis pesadillas estaban haciéndose realidad.

Mellie Me invadía con preguntas que no podía responder, solo la miraba a los ojos, como suplicando que me explicara qué rayos estaba pasando. Cuando logró entender que yo estaba demasiado impactada como para responderle, simplemente desistió con sus preguntas y se acercó a la urna de los chicos. Pero antes de que pudiera sacar ningún sobre, se escuchó una voz gritando, que resonó con fuerza en todos los rincones de la plaza: "¡Me presento voluntario para Tributo!".

Reconocí esa voz al instante, pues se trataba de nada más ni nada menos que Tristan. De pronto, el recuerdo de su promesa se hizo presente en mi memoria: "...Moveré tierra y mar para protegerte...". Sonreí conmocionada aún entre la confusión del momento.

Tristan subió al Escenario, con pasos decididos mientras era el centro de atención y el motivo de todos los susurros y Mellie comenzó con su habitual "entrevista", que parecía más un interrogatorio.

— ¿Cómo te llamas, querido? —La voz aguda y melosa de Mellie resonaba en todos los megáfonos. Podía ver su sonrisa de emoción y la excitación del momento en sus ojos.

— Tristan Fink... —Tristan respondió con una actitud cortante, sin muchas ganas de alargar el espectáculo.

— ¡Ah...! Así que esta señorita es tu hermana ¿No? —Mellie volvió a arremeter con una pregunta cuya respuesta era más que obvia, todo por extender el show que habíamos creado.

— Sí.

— Qué bien. Eres muy noble y valiente al acompañar a tu hermanita a los Juegos.

— Gracias. —Y Tristan se acercó a mí tan pronto como terminó de responder y me abrazó con fuerza, presionándome contra él.

Seguidamente, Mellie exclamó llena de energía: "¡Felices Juegos del Hambre! ¡Y que la suerte esté siempre de su lado...!". La multitud comenzó a dispersarse, mientras nosotros nos quedamos en medio del escenario del Edificio de Justicia, con la incertidumbre apoderándose de nuestros cuerpos.

A continuación, Los Agentes de la Paz y Mellie nos escoltaron a adentro del gran edificio y nos condujeron a una habitación, a esperar a que nos llamasen para ir a la estación de tren, desde donde partiríamos a la Capital. Aproveché la privacidad para agradecerle a Tristan por todo lo que estaba haciendo por mí.

— ¡Tristan, no debiste hacerlo! Te has metido en este problema por mi culpa —Lágrimas de pánico comenzaron a brotar y resbalarse por mis mejillas, estaba muy asustada— Pero gracias, en serio, gracias... —Sólo podía repetir mi agradecimiento en murmullos casi inaudibles.

— Tranquila, princesa. Estoy aquí para protegerte... —Con su pulgar, comenzó a secar las lágrimas que amenazaban con seguir saliendo, brindándome algo de seguridad.

— Tengo miedo, Tristan... —Mi voz salió entrecortada, como un hilo. Tristan lo notó y me atrajo hacia él en un cálido abrazo, mientras susurraba palabras reconfortantes.

— Yo también. Pero el miedo que tenga no importa ahora. Yo te cuidaré a toda costa, aunque me cueste la propia vida.

No atiné a decirle nada, porque no sabía qué decir. Me abalancé aún más sobre él para estrujarlo en un enorme abrazo, que no dudó en corresponder mientras acariciaba mi melena con dulzura, relajándome en cuestión de segundos. Nos quedamos así por un momento, en silencio, ya que no necesitábamos hablar para transmitirnos seguridad.

Luego de unos minutos, mi madre cruzó la puerta de la habitación muy alterada. Estaba histérica y lloraba de emoción, sus manos temblaban y apenas podía hablar sin trabarse. Ambos la abrazamos y ella nos rodeó con sus brazos. Nos llenó el rostro de besos y reiteradamente decía: "Los quiero mucho mis pequeños, y siempre lo haré..." Luego, entraron dos Agentes de la Paz y escoltaron a mi madre a afuera del edificio. Antes de que nos separaran a los tres, le prometimos que estaríamos bien, aunque no sabíamos ciertamente si seríamos capaces de cumplir esa promesa. Luego entró Mellie y nos dijo que era hora de irnos al Capitolio. El momento que no quería que llegase estaba comenzando.

El camino a la estación de trenes fue silencioso, excepto por Mellie, quien con su voz aguda y hasta un poco irritante nos comentaba con entusiasmo todos los lujos y cosas extravagantes que podríamos encontrar en el Capitolio, mientras yo me dedicaba únicamente a observar por la ventana, grabando el paisaje de mi hogar en mis retinas, ya que no sabía si sería capaz de regresar.

Ya en la estación, subimos a un lujoso tren y entramos juntos al vagón que nos tocaba. Allí estaban dispuestas unas pequeñas mesas con bocadillos y bebidas. Mellie nos dijo que aunque esto solo fuera por un momento, debíamos disfrutarlo. Tristan y yo nos atragantábamos con panecillos y pasteles. De repente aparece el mentor que nos designaron, en el vagón: Plutarch Volkov, un ganador de los Juegos de hace varias ediciones atrás, conocido porque se volvió un amargado y alcohólico después de regresar de los Juegos. Ambos lo observamos unos segundos y luego él nos dijo a los dos:

— Ustedes sí que están aprovechando los bocadillos... —No atinamos a responder nada. Solo lo mirábamos fijamente.

— Yo soy su mentor. Yo soy el encargado de entrenarlos y darles consejos para sobrevivir en los Juegos... ¿Alguna pregunta? —Dijo mientras ojeaba la barra de licores que se encontraba en el vagón.

Nuevamente, no pudimos responderle nada. Entonces nos dijo un último comentario y se retiró del vagón:

— Bueno... Bienvenidos...—Y se despidió con un gesto de manos aburrido, mientras se marchaba hacia otro vagón.

Tristan y yo nos sentamos en el vagón a observar a través de la ventana, cuando de pronto, todo se volvió oscuro: nos habíamos adentrado en un túnel. Los dos nos pusimos alertas, y cuando por fin salimos del túnel, ambos nos sorprendimos por lo que veíamos: Habíamos llegado al Capitolio...








Los Juegos Del Hambre: La Historia de Cressida Fink.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora