9. Cacería de Tributos.

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Era de mañana. Desperté con el cuerpo adolorido. Ya me había acostumbrado a dormir en las cómodas camas del Capitolio, por lo que era de esperarse que una noche en el suelo me provocara tales dolores, mucho más después de la caída por la colina de ayer.

Caminaba en círculos por toda la cueva pensando en que no podía quedarme sin hacer nada. Pensé en salir a cazar y tomé mi mochila, en donde habían algunos cuchillos y dagas, además de las provisiones que había guardado la noche anterior. 

Salí de la cueva, internándome en el bosque procurando no alejarme demasiado del refugio, siempre alerta por si aparecían presas, o en el peor de los casos, otros tributos. La suerte estaba de mi lado; logré cazar dos conejos y una zarigüeya, que podría cocinar en una fogata en cuanto regresara al refugio.

Cuando volví, me hallé con la sorpresa de que dos Tributos inspeccionaban el interior de la cueva. Ellos rápidamente se percataron de mi presencia, y entonces comencé a correr, con la esperanza de perderlos de vista. Sin embargo, los había subestimado, ya que resultaron ser más rápidos de lo que parecían, y pronto me encontraba rodeada, sin una vía de escape.

La chica, una joven delgada y que parecía no saber qué hacer, sacó rápida y torpemente unas cuchillas de los bolsillos de su chaqueta, y las lanzó contra mí con un aullido cargado de alteración. Por suerte, fui lo suficientemente rápida como para predecir sus movimientos y agacharme, haciendo que éstas se clavaran en el tronco de un árbol cercano. Fue entonces que el muchacho se abalanzó sobre mí desde atrás, notablemente desesperado, presionando mi garganta con su brazo y cortando mi respiración, pero con una maniobra que Plutarch me enseñó, logré quitármelo de encima y tumbarlo con fuerza en el piso, y sacando una cuchilla que tenía escondida en mi manga, logré apuñalarlo directo en el cráneo. La otra tributo no se rindió e intentó apuñalarme por detrás, pero logré percibirla y, retirando la cuchilla que usé en el otro chico, la lancé en su dirección, con tal puntería que se clavó justo en su garganta, haciendo que cayera inmóvil al suelo.

Mi respiración, que en ese momento se encontraba agitada, comenzó a normalizarse otra vez. Contemplé los cuerpos inertes de ambos tributos al tiempo que oía el sonido de dos cañonazos más, sintiendo un mal sabor de boca, pues nunca creí que sería capaz de matar a otra persona, aunque en los Juegos fuese "legal", no lo sentía correcto. Nada en relación con los Juegos era correcto.

Comencé a caminar, intentando regresar al refugio, cuando caí en cuenta de que me había perdido. A causa de la persecución, me había alejado demasiado de la cueva y ahora no tenía idea de cómo regresar. Pero no perdí la esperanza y caminé un buen rato, pensando que de algún modo encontraría la cueva.

Pasaron las horas, y anocheció, y yo aún no encontraba el camino hacia mi escondite. Entonces, me trepé a un árbol alto y me recosté en una rama gruesa, atándome con una soga que estaba en mi mochila para no caerme. Comí algunas galletas saladas de uno de los paquetes de provisiones que había guardado en mi mochila. Aunque sabían desabridas, calmaron el hambre que venía sintiendo desde hacía un buen rato. Poco a poco el cansancio fue venciéndome, haciendo que mis párpados se sintieran pesados y me dormí en cuestión de minutos.

No sé cuánto tiempo habrá pasado, pero me desperté gracias a que escuché un leve ruido, como el del crepitar del fuego en una fogata. El olor a humo indicaba que se encontraba muy cerca.

Entonces abrí los ojos, buscando el objeto del que procede el sonido, y es cuando vi a una chica, creo que es Tributo del Distrito 5, calentándose frente al fuego. De pronto, aparecieron otras siluetas en la escena, definitivamente eran los profesionales, que se reían con carcajadas malévolas y luego atacaban a la chica, que comienza a gritar desesperada diciendo: "¡No me maten, por favor, haré lo que quieran!". Al principio sentí lástima por ella, pero luego pensé que debía ser demasiado estúpida como para encender un fuego en medio de la noche, sabiendo que los profesionales están buscando darle caza a algunos Tributos. Entonces, me quedé lo más rígida posible, para que estos no me vieran. Pasan frente a mí riéndose y conversando. De pronto escucho voces, apenas logro entender lo que dicen.

— ¿Por qué no sonó el cañón? Estoy segura de que la dejé bien muerta... —Dijo una voz que pude reconocer como la de una chica.

— Yo veré si murió, sino la remataré, y continuamos, ¿De acuerdo?, así que cállate...  —Y esa era definitivamente la voz de Athos, el bruto del Distrito 2. Se me heló la sangre de solo oírla. 

Escuché algunos gemidos de dolor, que luego, dejaron de oírse. Después de unos segundos, suena el cañón. Eso significa que ha caído un Tributo más. Unos minutos más tarde, el Himno, comenzó a sonar acompañado de los rostros de los caídos, que resultaron ser nada más que 3, la chica del 5 y los tributos que yo había asesinado, ambos del Distrito 9.

Comencé a pensar en las familias de ambos, y en las de todos los tributos que habían fallecido hasta ahora. Deben estar sufriendo mucho por culpa de este macabro show. La culpa por sus muertes me carcomería por el resto de mi vida. Con esa idea en mente, comencé a caer rendida por el cansancio, hasta quedarme dormida.

Poco a poco, nos vamos acercando cada vez más al fin de este circo sangriento llamado los Juegos del Hambre.


Los Juegos Del Hambre: La Historia de Cressida Fink.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora