Cinco años después de Amanecer, las cosas parecen ir relativamente bien tanto para la familia Cullen como la manada de los Quileute.
Sin la amenaza constante de Aro y el resto del clan Vulturi, se podía respirar la paz y la calma en el ambiente.
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Nathan sintió el golpe de adrenalina justo cuando los ojos brillantes se alzaron por completo, a una altura que no era mucho mayor a la suya, pero aun así, era extraño y aterrador. Sus músculos se tensaron, y el terror se apoderó de él. Sin pensarlo, giró sobre sus talones y comenzó a correr, su respiración resonando en el aire viciado de la fábrica.
El débil haz de luz que se había vuelto a encender en su linterna aún caída en el suelo, volvió a extinguirse por completo, dejando que la penumbra lo envolviera. Solo una débil claridad se filtraba por las rendijas de las paredes y las ventanas rotas. Nathan estiró las manos frente a él, tanteando en la oscuridad, mientras trataba de avanzar por el pasillo.
A cada paso, el eco de sus pisadas parecía multiplicarse, mezclándose con sonidos que no provenían de él: pasos más pesados, un jadeo gutural que resonaba a corta distancia, como si lo estuvieran persiguiendo.
¡Corre y no mires atrás, corre y no mires atrás!, se repetía una y otra vez, pero la necesidad de asegurarse de que aquella cosa no estuviera justo detrás de él era demasiado fuerte. Volteo rápidamente, tropezando en el proceso.
Sus ojos, acostumbrándose poco a poco a la penumbra, no lograron distinguir más que formas informes y el largo pasillo que había dejado atrás. No había rastro de los ojos brillantes, pero el sonido continuaba.
Nate tragó saliva, sus piernas temblaban, y su corazón parecía a punto de estallar. Trató de controlar su respiración para escuchar mejor, pero lo único que logró fue hacer más evidente el sonido de su propia desesperación.
De repente, algo cayó detrás de él con un estruendo metálico. Se giró, su mirada captando el movimiento de un viejo tubo que rodaba por el suelo. Su mente le decía que era solo un objeto cayendo al azar, pero su instinto gritaba que no estaba solo.
El jadeo se hizo más fuerte.
Nate corrió más rápido, con una mezcla de desesperación y fatiga acumulándose en su cuerpo. Sabía que la salida no estaba lejos, pero los pasillos parecían interminables. Su respiración entrecortada y los latidos de su corazón llenaban el silencio entre cada paso.