El curioso Leonardo Castro deambulaba despacio, melancólico, por los pasillos de aquel hermoso edificio de habitaciones amplias y lujosas. A pesar de que aquel parecía ser un sitio seguro, no había manera de que él no se sintiese asustado y confundido. Seguía sin comprender qué era lo que había sucedido después del terrible día en que, a petición de su amigo Marcos, encendió la televisión y puso el canal de las noticias. Jamás iba a olvidar esas imágenes tan grotescas que aparecieron ante sus ojos. Nada fue igual en el mundo después de los fatídicos acontecimientos del primero de agosto más oscuro de toda la historia de la humanidad. Las tomas explícitas de los múltiples ataques terroristas perpetrados por la extraña secta de encapuchados aún le atormentaban la mente cuando se iba a dormir por las noches.
Había dos particularidades que lo inquietaban en exceso. Una era que nadie en el edificio hablaba de lo que estaba sucediendo en el exterior. Y la otra lo desconcertaba aún más que la primera. Aunque todos decían provenir de distintos países y culturas, por alguna inexplicable razón, comprendían y manejaban muy bien el español. En más de una ocasión, el muchacho había intentado sacarle algo de información a Anastasia, la amable mujer que lo recibió cuando despertó acostado en la gran cama de la habitación que le fue asignada. Ella se rehusaba a decirle cómo había llegado ahí, cuándo había sucedido y por qué. Solo se limitaba a sonreírle y asegurarle que no tenía razón alguna para preocuparse. El lugar donde ahora residían era elegante y acogedor, además de que la estadía, la vestimenta y la alimentación allí eran gratuitas para la totalidad de los inquilinos. Sin importar cuánto insistiese en hablar acerca del loco mundo afuera de esas impolutas paredes, el joven fotógrafo nunca recibía las respuestas que tanto anhelaba escuchar.
Al estar siempre inmerso en sus divagaciones, Leo no se molestaba en prestarles atención a las personas que lo rodeaban. De todas maneras, ya conocía a todos los inquilinos del edificio y ninguno de estos había podido decirle algo relevante acerca de la hecatombe que los llevó a aparecer ahí sin explicación. No era que le desagradara su nueva residencia o que despreciase las comodidades que se le brindaban, sino que su conciencia no podría estar en paz hasta que supiera qué había sido del resto del planeta. Aunque extrañaba su vecindario y a sus compañeros de la facultad, ese no era un factor que lo deprimiese. En un momento como ese, daba gracias al cielo por ser huérfano, sin hermanos, sin una novia o esposa ni tampoco hijos. Su situación personal evitaba que sintiera más abrumado de la cuenta. De haber tenido una familia, el solo hecho de estar separado de esta y sin posibilidades de comunicarse lo hubiese vuelto loco.
Un par de zapatos deportivos de tono rojo chispeante llamó la atención de las distraídas pupilas del pelinegro meditabundo. No recordaba haber visto nunca semejante elección de color en la vestimenta de ninguno de los residentes, ya que todos solían ser discretos al manifestar sus gustos. Ese detalle lo hizo levantar la cabeza para observar a quién le pertenecía ese inusual calzado. Los músculos de su quijada se aflojaron al comprobar que no reconocía al dueño de aquellas zapatillas. Aquel hombre de baja estatura, cabellera castaña y mirada azulada, frunció el ceño y apretó los labios al caer en cuenta de que Leonardo no apartaba sus ojos de él. Sin ser capaz de borrar la perturbadora expresión facial que tenía estampada, el joven Castro se animó a iniciar una conversación.
—Disculpe, es nuevo por aquí, ¿verdad? —inquirió el muchacho, casi a gritos.
—Bueno, podría decirse que sí lo soy. ¿Por qué te interesa saber eso?
—Porque tal vez usted sí tenga las respuestas que tanto busco.
—¿Qué clase de respuestas buscas? Explícate un poco.
—¿Sabe dónde estamos y por qué nos trajeron aquí? ¿Quién controla este edificio lleno de extraños? ¿Qué está sucediendo allá afuera?
Emil se quedó pensativo por un largo rato. Con respecto a las preguntas iniciales, se encontraba tan desinformado como su interlocutor. Pero en cuanto a la tercera interrogante, no estaba seguro de si sería prudente de su parte darle las sombrías noticias que tenía a su disposición a ese desconocido. La gran mayoría de la gente entraría en pánico si se enterase de que un enorme grupo de poderosos seres sobrenaturales, caracterizados por la crueldad, había tomado posesión completa del mundo. El señor Woodgate se sentía atormentado por el hecho de haber sido un participante directo y relevante en aquella espantosa debacle planetaria. ¿Cómo iba a decirle a un chico común que él descendía de la gobernante de ese violento grupo? ¿Tendría el valor de revelarle que había sido cómplice del engaño y el asesinato de una mujer inocente solo para salvar su propio pellejo? Mientras seguía debatiéndose entre decirle toda la verdad u ocultarle la cruda realidad, Leonardo corrió hacia él. Sin previo aviso, lo sostuvo con firmeza de ambos brazos y comenzó a sacudirlo muy rápido.
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Pacto de Fuego [Saga Forgotten #2]
FantasyLa consciencia de Dahlia se encuentra aprisionada en un lugar del cual es casi imposible regresar. Nadie ha salido ileso de allí. ¿Podrá ella liberarse? ¿Recuperará su cuerpo? ¿Seguirá siendo la misma chica de antes? Amadahy no tiene idea de lo que...