El comienzo de una travesía

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Olivia avanzaba despacio, alternando entre pasos y saltos, dado que no cesaba de escrutar cada centímetro del paisaje pueblerino circundante con su alegre mirada de niña curiosa. Hacía mucho tiempo que no tenía el placer de caminar junto a alguien con quien se sintiera tan segura y tranquila. A pesar de que en realidad no conocía a Gabriel y de que nada le aseguraba que él fuese una persona de fiar, el episodio sobrenatural que acababa de experimentar junto a ese chico le había ayudado a desarrollar una gran confianza en él. Por algún motivo que todavía no era capaz de identificar, una enorme sonrisa adornaba sus labios de muñeca en cuanto contemplaba el fino rostro del muchacho. Estaba consciente de que era hija única, pero aquel joven le inspiraba un fuerte sentimiento de apego fraternal. Existía algo escondido en el interior de su alma que la movía a pensar en él como si de su amado hermano se tratase, lo cual la llenaba de una gran dicha.

Transcurrieron apenas siete días desde que el chaval se había encontrado con su nueva amiga, mientras esta dormía en mitad del bosque. Aunque parecía muy poco tiempo, resultó ser más que suficiente para que la lozanía en la piel de Olivia estuviese de regreso. Su amplio y ligero vestido amarillo lucía ajado, pero al menos ya estaba limpio. Gracias a su amable compañero, la muchachita ahora tenía un buen par de botas de cuero protegiéndole los pies. Emma, la esposa de uno de los vendedores de comestibles del pueblo, siempre se mostraba simpática con Gabriel y le regalaba algunas de las mejores frutas de las que disponía. Decía que él le recordaba mucho a uno de sus tres hijos, Lothar, el cual se había marchado a vivir lejos de Mittenwald. Por esa razón, en cuanto el joven le presentó a la chica de lindos ojos azules, diciéndole que eran primos, la jovial mujer se encariñó con ella casi de inmediato. No dudó en obsequiarle un magnífico par de borceguíes cafés apenas se percató de que aquella dulce chiquilla carecía de calzado.

La villa en donde el muchacho trabajaba por temporadas cortas y llevaba a cabo algunos negocios lucía bastante pintoresca. Los despejados cielos servían como escaparate para los desfiles constantes de dirigibles de todos los tamaños y colores pensables. Aquel medio de transporte era el más utilizado por las familias ricas de la comarca, por lo cual se fabricaban nuevos modelos cada vez más llamativos de manera constante. Las calles estaban abarrotadas por decenas de animales mecánicos que acompañaban y asistían a sus amos en toda actividad para la que estos los necesitasen. En una esquina, Olivia vio a un monito hecho de engranajes y tuercas cobrizas que cargaba el cesto de las compras de un hombre mayor. Iba a acercarse al simio para verlo mejor, pero un imponente corcel metálico plateado con alas hechas a base de perlas se cruzó en su campo de visión. La bestia iba tirando de un elegante carruaje cubierto de terciopelo rojo y relucientes ruedas doradas. La imponente dama que viajaba en su interior le dirigió una fría mirada desdeñosa a la muchachita. La pobre solo atinó a apartar el rostro y ruborizarse. Gabriel entendió lo que su amiga estaba pensando en ese momento, por lo cual decidió que era apropiado dirigirle unas sinceras palabras de ánimo.

—No le hagas caso a esa clase de gente. Nadie debería sentirse avergonzado por no ser adinerado. Si eres una persona honrada y trabajadora, enorgullécete de ello. Mantén la frente en alto y sigue adelante, ¿de acuerdo? —declaró él, guiñándole el ojo izquierdo mientras sonreía.

—Está bien. Así lo haré —contestó ella, obsequiándole una sonrisa casi idéntica a la de él.

Una descarga de ternura la invadió en ese momento. Sentía unas ganas inmensas de abrazar al chico, así que decidió hacerlo. Corrió hacia donde se hallaba y le rodeó el cuello con ambos brazos. Recostó la cabeza sobre el pecho del chaval, al tiempo que se reía a carcajadas. A Gabriel se le hizo un nudo en la garganta que le dificultaba la simple acción de tragar. Su vista se empañó de repente, pues varias lágrimas amenazaban con escapársele de las cuencas. Desde que su familia se había marchado del país, varios años atrás, ninguna otra persona le había prodigado la clase de afecto que Olivia le estaba dando. El contacto físico se limitaba a fugaces apretones de manos para cerrar tratos con los hombres y mujeres que lo contrataban. Casi nadie lo veía como una persona, sino que lo consideraban un simple limpiachimeneas, recadero o cocinero. Por lo tanto, el cálido abrazo de la jovencita le devolvió una parte de sí que creía perdida. Poco a poco, sus brazos se fueron elevando como si tuviesen voluntad propia, para luego posarse sobre la espalda alta de ella.

Pacto de Fuego [Saga Forgotten #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora