Lágrimas de quimera

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Justo después de que las dimensiones del cuerpo de Dahlia igualasen a las de misteriosa mujer, una secuencia de insólitos cambios dio inicio. Lo primero que la niña terrícola percibió fue un agradable cosquilleo recorriéndole la piel. Un lejano rumor idéntico al del vaivén de las olas la arrullaba, al tiempo que cientos de puntos lumínicos inundaban sus cabellos, cual si fuesen restos de polvo cetrino diamantado. Un iridiscente traje hecho de etéreas plumas albinas alargadas recubrió su descubierta anatomía casi por completo. Aunque no comprendiera por qué estaba sucediendo todo aquello, la hija de Emil tenía la inexplicable certeza de que era su congénere quien lo ocasionaba. Estaba segura de que lo hacía porque estaba tratando de ayudarla.

Dahlia sentía un indescriptible apego hacia la dama que tenía frente a sí. A pesar de que no la reconocía, una parte de su corazón le indicaba que esa mujer era muy importante para ella. Quizás era esa desgarradora sombra de tristeza en la mirada invernal de la desconocida lo que creaba una extraña conexión entre ambas féminas. Aún sin recordar nada acerca de sí misma, la rubia estaba consciente de que la expresión de su propio rostro era idéntica a la de aquella pelinegra. La chiquilla había perdido el brillo en los ojos y su pálida boca ya no recordaba cómo sonreír. Eso era justo lo que le transmitía el semblante melancólico de su nueva acompañante. Parecían haber sido sincronizadas en cuanto a gestos y sentimientos. Sin ser capaz de identificar las razones que impulsaban sus actos, la jovencita se acercó a la señora y le sostuvo el rostro entre sus manos, al tiempo que sus mortecinas mejillas se poblaban de abundantes lágrimas.

—Mea mater, te diligo ex toto corde —susurró Dahlia, mientras le retemblaba la mandíbula.

La respiración de la dama comenzó a hacerse dificultosa. Con delicadeza, retiró los brazos de la muchacha de sus mejillas y caminó unos cuantos pasos hacia atrás a toda prisa. De repente, sus globos oculares se tiñeron de negro y una perturbadora rigidez se adueñó de los músculos de su cara. Elevó la vista hacia el resplandeciente firmamento verdoso, tras lo cual permaneció inmóvil durante varios segundos. Luego de un desesperante silencio casi interminable, un pequeño remolino tormentoso se formó en el cielo. Desde el vórtice del mismo, un potente relámpago salió disparado e impactó contra el torso de la mujer. La enorme descarga eléctrica le provocó una serie de violentas convulsiones, pero ella logró permanecer de pie y no dejó escapar de su garganta ni el más leve de los quejidos. Después de que las sacudidas en sus miembros por fin cesaron, el tono ceniza regresó a los iris de la pelinegra. Las comisuras de sus finos labios se curvaron hacia arriba de manera muy sutil.

—Mea filia, vide cor meum —declaró la señora, con mucha ternura en la voz.

Acto seguido, la dama extendió ambas palmas y las colocó sobre su pecho durante un lapso breve. Al removerlas, podía verse con claridad que un intenso resplandor carmesí palpitaba justo debajo de su translúcida piel. Aquel corazón brillaba cual gema preciosa cristalina que es atravesada por los rayos del sol. La otrora lánguida fisonomía de la desconocida ahora lucía como la de una lozana niñita, puesto que exudaba vitalidad y alegría.

—¡Sabía que algún día me encontrarías, pequeña! —exclamó la mujer, mientras caminaba hacia donde se encontraba la rubia.

Dahlia se sorprendió al notar que su interlocutora le estaba hablando en su propio lenguaje. La joven Woodgate era monolingüe, por lo cual no conocía el idioma nativo de aquella fémina tan peculiar. Aún no se explicaba cómo había sido posible que ella hubiese logrado reconocer lo que la señora le decía. Y mucho menos entendía de dónde había sacado las frases que utilizó como respuesta. De cualquier modo, lo que le interesaba en ese momento era el hecho de que ambas podrían comunicarse con facilidad de allí en adelante.

Pacto de Fuego [Saga Forgotten #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora