-¿Hay alguien en casa? -escuché gritar a Daniel desde la entrada.
-En el salón -le contesté usando como marca-páginas para el libro mi regla rosa.
-Hola, ¿estás sola? -me preguntó. Se quitó la mochila de la espalda y la dejó caer en el suelo al lado de la mesilla donde estaban una lámpara y los mandos de la tele.
-Sí -le sonreí. Se sentó detrás mío, en el sofá.
-¿Por qué siempre estudias sentada en el suelo? -rodeó mi cuello con sus brazos y puso su mejilla contra la mía; su incipiente barba me raspaba.
-Esta alfombra es muy suave. No me raspes con la barba, pica.
-Creía que te gustaba mi barba -se apartó.
-Sí, me gusta, estás muy guapo con ella, pero no me gusta que me raspes con ella.
-Entendido.
-¿Qué tal el estudio?
-Bien, aunque me da que Luis va a suspender física, no se entera de nada.
-No fastidies. Pues que mierda. ¿Tu llevas bien todo?
-Sí, creo que sí. ¿Qué estás haciendo?
-Preparo unos resúmenes para literatura universal.
-¿De qué libros?
-Generación Beat y El Faro.
-Ni idea y... ese me suena -señaló mi edición de bolsillo de El Faro.
-Es de Virginia Woolf.
-Oh, ¿la que escribía Las Olas? -asentí-. Vale, de eso me suena. ¿Quieres que te ayude?
-¿Cómo me puedes ayudar a hacer resúmenes de libros que no has leído?
-Puedo prepararte la merienda y haces un descanso de veinte minutos para ver la tele.
-Suena bien -le sonreí de lado-. Mientras terminaré el resumen de Generación Beat.
-Perfecto -se levantó-. ¿Dos sandwiches de nocilla?
-Con Kas de limón.
-Solo hay de naranja, anoche me tomé la última de limón.
-Vale, pues de naranja; glotón -le guiñé un ojo y él me sacó la lengua.
(***)
-¿Hay algo en la tele, ahora? -preguntó tendiéndome mi sandwich.
Nos habíamos sentado en el sofá, uno al lado del otro, y estaba haciendo zapping en la tele mientras Daniel abría las latas de Kas de naranja.
-Creo que solo hay tu casa a juicio.
-No me obligues a ver ese programa -lloriqueó.
-Oye, a mi me gusta. Pero no tenemos por qué verlo, podemos ver Mi perro tiene un blog en Disney Channel.
Me miró con una ceja arqueada. Sabía que yo sabía que él consideraba que si algo había peor que pasar toda la tarde viendo un programa de reformar y comprar casas, era pasar toda la tarde viendo series para niños de Disney Channel. Para desgracia de Daniel había elegido como novia a una chica que le encantaba ver programas de decoración para coger ideas para su futura casa y que además adoraba las series para niños pequeños.
< Aunque lo cierto es que ya no hay series buenas como las de antes como Lizzie McGuire o Raven >
Reí al ver como se hundía de hombros y dejaba el mando sobre la mesa de té sin cambiar el canal; Tu casa a juicio había ganado el combato contra Disney Channel.
Cogí mi sándwich, el cual aun estaba caliente, y le di un bocado, pero antes de que pudiese siquiera intentar detenerlo, un reguero de nocilla salió del sándwich embadurnándome las manos y parte de la barbilla con el líquido viscoso.
-¡Oh, por Dios! -exclamé horrorizada buscando algún rastro de chocolate en mi ropa; no parecía que me hubiera manchado-. ¿Has puesto la nocilla nada más sacar el pan de la tostadora?
-Sí -contestó Daniel con el ceño fruncido; el pobre ya intuía que había hecho algo mal-. No debía hacerlo, ¿verdad?
-Pues no, hay que esperar a que se enfríe tan solo un poco, sino la nocilla se vuelve completamente líquida -cogí una servilleta pero pronto pude notar la viscosidad en ella-. ¿Has traído los sándwiches envueltas en las servilletas?
-Sí, ¿por qué? -dejó con cuidado su sándwich sobre la mesa. Él solo se había pringado un poco las yemas de las manos. Le enseñe la servilleta el cual tenía una gran mancha marrón; esta también se había llenado de la deliciosa crema-. Traeré algo para limpiar esto.
Se fue corriendo a la cocina y mientras yo dejé mi sándwich encima de la servilleta sucia, total, que más daba que se manchara un poco más. Al poco rato Daniel volvió al salón con un rollo de papel de cocina entre las manos.
-He pensado que será mejor usar esto, no sé si las manchas de chocolate se van de la ropa -cogió un trozo y tras limpiarse los dedos, cogió otro trozo y se dispuso a limpiarme las manos-. Tu madre me matará si la mancha no sale ¿verdad?
-¿Por esa mancha de chocolate en una mísera servilleta? -le sonreí de lado-. Por supuesto que te matará. Más te vale que la mancha salga. Si se pone como se pone cuando la vajilla tiene manchas de cal, imagínate cómo se puede poner con una mancha de chocolate.
-Tu madre a veces da miedo.
-Si solo fuese a veces -me encogí de hombros.
Daniel se dedicó a limpiarme con cuidado las manos. Cuando terminó dejó el trozo de papel, hecho una pelota, al lado de la otra que había usado.
-También tienes chocolate en la barbilla -hizo ademán de acercar su rostro al mío.
-No, no vas a hacer lo que estás pensando hacer -aparté mi rostro pero el me agarró del mentón atrayéndome hacia él.
-Oh, claro que lo haré -dijo riendo.
-A mi esto no me hace gracia -dije, pero antes de poder apartarme de nuevo pude sentir su lengua en mi barbilla recurriendo el camino que el chocolate había hecho. Trazó el camino con lentitud, saboreando el dulzor del chocolate. Acarició mis labios con su cálido aliento; pretendía seducirme, torturarme, hacer que perdiera el control; y bien que lo consiguió.
Lo agarré del mentón, igual que él lo había hecho conmigo hacía unos instantes y lo atraje hacia mí profundizando el beso, haciéndolo aun más intenso.
Puso su mano izquierda sobre mi muslo izquierdo, acariciándome sobre el vaquero oscuro que llevaba. No reprimí el impulso y me senté a horcajadas sobre él. ¿Quién hubiese dicho que la nocilla podía resultar ser un fuerte afrodisíaco?
-Haz el favor de bajarte de encima de él -dijo una tercera voz, seca y cortante.
Reconocí la voz al instante, sabía a quién me encontraría en cuanto apartara los ojos de Daniel y mirara por encima del respaldo del sofá, pero eso no evitó que un escalofrío recorriera mi espina dorsal al ver aquellos ojos azules que me miraban con severidad.
-Mamá -dije apenas en un susurro.
-Te espero arriba, en mi habitación, a solas.
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Enamorada de mi hermanastro
Roman d'amourCuento las horas, los minutos, los segundos, cuento el tiempo que falta para que podamos estar a solas, para que solo estemos él, yo y nuestro amor. No sé por qué, puede que siempre lo amase o tal vez fue por la ternura con la que me trataba o tal v...