Capítulo 2: Es demasiado corta

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*Actualizado*

Me desperté con el horrible y desagradable sonido del despertador. Fruncí el ceño extrañada por no haberme despertado con la voz de Hozier cantando Take Me To Church, y fue entonces cuando recordé que estaba en la cama de Daniel. Estiré mi brazo buscando su cuerpo sobre el colchón pero solo encontré un gran vacío a mi lado. Me senté en la cama y miré por toda la habitación, pero no había ni rastro de él. 

Entonces la puerta de la habitación se abrió y Daniel entró con solo una toalla blanca atada a la cintura y con el cabello húmedo; acababa de salir de la ducha. No pude evitar sonrojarme al verlo así; no estaba acostumbrada a ese tipo de exhibicionismo. 

—Buenos días -me saludo sonriente, como siempre. 

—Buenos días -lo saludé de vuelta mirando hacia el suelo. 

—Oye, no me molesta que me veas así -fue hacia su cómoda y abrió el primer cajón de arriba-, tampoco es que me vayas a violar o algo así. 

—No, claro -solté una risa nerviosa. 

—Anda, vete a prepararte o te vas andando hasta el colegio -sacó unos boxers grises y se dirigió al armario a coger algo de ropa. 

—¡Voy! -exclamé bajando, literalmente, de un salto de la cama. 

Fui al baño y me di una ducha rápida. Salí con mi albornoz morada, mi color favorito, y fui a mi habitación. Abrí el armario y me puse a mirar la ropa. Saqué una falda blanca y una camiseta holgada rosa y me los puse. Me agaché y saqué de debajo de la cama unas sandalias de estilo romanas en color marrón claro.

Tras haberme vestido bajé a la cocina y me encontré a Daniel en la mesa tomándose una taza de té mientras leía su libro de química. 

—Buenos días -lo saludé. 

—Buenos dí... -empezó pero paró de golpe al observarme de arriba abajo. 

—¿Qué pasa? -pregunté mientras cogía una taza azul con el dibujo de una vaca sonriente. 

—Nada, es que, ¿no crees que esa falda es un poco corta?

—¿Qué? -pregunté mirándome la ropa-. ¡No, que va! Está bien -me serví una taza de té y le eché un poco de leche-. Además, eres tu el que anda paseándose solo con una toalla. 

—Sí, pero dentro de casa. No me gusta que vayas con una falda tan corta -insistió. 

—No enseño nada, y tengo derecho a ponerme lo que me de la gana. 

—Lo sé, pero ¿y si se te cae algo al suelo y tienes que agacharte?

—¿Vas en serio? -solté un bufido y rodé los ojos-. Si se me cae algo le pediré a alguien que me lo recoja, ¿contento? -le di un gran sorbo a la taza humeante que tenía entre las manos. 

—Un poco -dijo agachando la mirada hacia el libro. 

—¿Por qué te importa tanto como vaya vestida?

—Pues... -dudó un poco-, bueno, porque eres mi hermana, mi hermana pequeña, y es mi debes cuidarte de los depravados mentales. 

—Eso lo entiendo, pero no soy ninguna niña pequeña -me terminé la taza y la dejé en el fregadero-, aunque no te hayas dado cuenta, ya soy toda una mujer. 

—No, si eso ya lo veo -murmuró pero no entendí lo que me dijo. 

—¿Qué? 

—Nada -negó con la cabeza-. Será mejor que nos vayamos para el coche si no queremos llegar tarde -se levantó y metió el libro en la mochila que había sobre la encimera. 

—Vale, me lavo los dientes y bajo en dos minutos. 

Subí corriendo las escaleras y entré en el baño. Me limpié rápidamente los dientes y me puse un poco de cacao en los labios. Salí y fui a mi habitación a por mi mochila y mi chaqueta. Me los puse y bajé corriendo las escaleras. Daniel ya me estaba esperando en la entrada con su mochila y con las llaves de su coche en las manos. 

—Katy -me llamó. 

—¿Qué pasa?

—Es que esa falda... -comenzó de nuevo. 

—¡La maldita falda está bien y no voy a cambiarme! -le chillé. 

—Vale, vale, no te enfades conmigo -me abrazó y me besó la mejilla. 

—Ya sabes que no puedo enfadarme contigo -le sonreí de lado. 

Salimos de casa y nos montamos en su coche. Daniel se sentó en el asiento del piloto y yo en el del copiloto. Arracó el coche y condujo hasta mi instituto. 

—Gracias por traerme -le dije cuando aparcó frente a la entrada del colegio. 

—De nada, y no olvides...

—No me agacharé en ningún momento -acabé la frase por él. 

—¡Vaya! Que compenetración -sonrió-, me has leído la mente. 

—A veces eres muy previsible -le besé la mejilla-. Adiós Daniel. 

—Adiós Katy. 

Me bajé del coche y me despedí de Daniel con la mano. Cuando este se fue, entré en el edificio y fui hasta mi taquilla. Abrí mi mochila y metí algunos libros en la taquilla.

-Buenos días –me saludó alguien y me di la vuelta para verle la cara. 


Enamorada de mi hermanastroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora