Eran las seis y cuarto de la tarde cuando colgué mi teléfono. Hablar con Raúl me había hecho bien. Lo quería muchísimo y aunque aun no lo amase, estaba segura de que el tiempo conseguiría que algún día lo hiciese.
Lo mío con Raúl era simplemente fácil, no tenía nada de complicado. No tenía ningún obstáculo. El destino le había puesto un trampolín a nuestra relación y parecía que las fuerzas de la naturaleza se habían unido para que lo mío con Raúl funcionase.
Era un chico encantador, amable, gracioso, guapo, y lo mejor de todo, era mi mejor amigo, mi confidente, mi compañero. Estar con él era fácil, y sabía que él era la decisión acertada, sabía que nunca me fallaría y que mi vida a su lado sería maravillosa.
Y sin embargo, una parte de mi ser había comenzado a cambiar, y me preocupaba mucho. Me preocupaba lo que pasó la noche anterior. Me preocupaba lo que sentí al estar tan cerca de él, lo que sentí al mirarlo a los ojos y sentir su respiración chocar con la mía. Me preocupaba que por un momento desease tan profundamente rodear su cuello con mis brazos y besarlo, besarlo como jamás había besado a alguien.
Me preocupaba que una pequeña parte de mí hubiera comenzado a sentir algo por aquel maravilloso chico que se encontraba en la habitación contigua a la mía incando los codos y estudiando.
Me encontraba una vez más tumbada en mi cama, mirando las estrellas de Daniel. No sabía qué hacer. Lo único que me apetecía en aquel momento era hablar con él. Entrar en su habitación y estar a su lado. Nada más. Tan solo quería estar a su lado. Sentir sus brazos rodeándome y sentir el calor que emanaba su cuerpo.
Me levanté de la cama y salí de la habitación sin pensármelo dos veces. Fui hasta la puerta de su habitación y entré sin llamar antes. Abrí con cuidado tratando de no sacar ruido y me encontré a Daniel sentado en una silla frente a su escritorio. Me acerqué por su espalda y acerqué mi rostro a su oído.
-¿Aún no has parado de estudiar? -susurré esperando que se asustara o que se sobresaltara, pero ni siquiera se movió un poco- ¿Daniel? -lo zarandeé y su cabeza cayó hacia delante.
-¿¡Qué pasa!? -preguntó sobresaltado- Oh, mierda, me he quedado dormido. Tengo que estudiar -cogió uno de los libros que tenía sobre la mesa y comenzó a pasar las hojas rapidamente.
-Daniel, si te has dormido es que estás realmente agotado. Deberías de descansar un rato.
-No, no puedo. Tengo que estudiar y aprovar el examen.
-Vamos, aunque sea puedes descansar diez minutos -le dije sonriéndole de lado.
-No, no puedo -insistió negando con la cabeza.
-Vamos, ¡a la cama! -le exigí señalándola con mi dedo índice.
-Que no... -dijo poniendo morritos.
-Hagamos un trato -me agaché hasta quedar a su altura- Si tu te tumbas en la cama por diez minutos te daré uno de esos masajes que tanto te gustan.
-¿Un masaje de los tuyos?
-Sí, uno de los míos -asentí con la cabeza- Uno de esos masajes que te doy cuando estás tenso, como el que te di cuando tenía que hacer la selectividad.Miró hacia la cama y luego miró sus libros mordiéndose ligeramente el labio. Volvió a mirar hacia la cama pero después me miró a mi. Frunció el ceño y soltó un suspiro.
-Eso es jugar sucio -dijo haciendo un puchero.
-¿Jugar sucio? ¿Por qué? -lo miré arqueando una ceja- ¿Porque sé que es imposible que te niegues?
-Exactamente. Porque sabes que no me puedo resistir.
-¿Eso es que aceptas?
-¿Tu qué crees? -se levantó y se lanzó sobre la cama bocabajo.
-Genial -me enderecé y caminé hacia la cama- Empecemos -hice ademán de subirme a la cama pero me detuvo.
-Espera... -se mordió el labio- ¿No vas a coger ese líquido que huele tan bien?
-¿El aceite de lavanda? -asintió- Está bien -reí- Hay que ver qué exigente eres.Corrí al cuarto de baño y saqué del cajón derecho, el más cercano al suelo, un bote de plástico de color lila.
Volví a la habitación de Daniel y me pronto me quedé helada. La camiseta morada de Rip Curl que había llevado durante todo el día se encontraba tirado en el suelo. Me acerqué a Daniel que seguía tumbado bucabajo y admiré su ancha espalda. Sus músculos se contraían y relajaban a medida que respiraba. Me senté en el borde de la cama.
-No te había dicho que te quitases la camiseta -dije mientras me quitaba los zapatos y los dejaba alineados en el suelo.
-Quería ahorrarte tiempo -murmuró sin apartar la cara del colchón.
-¿Debo agradecértelo?
-Deberías.
-Gracias Daniel -dije riendo y le besé la mejilla derecha- Comencemos -me senté sobre la parte má baja de su espalda- ¿Peso mucho?
-¿Qué dices? Pero si no pesas nada -puso sus brazos a modo de almohada y apoyó en ellas su cabeza.Cogí el bote de aceite y me eché un poco en las manos. Calenté mis manos frotándolas vigorosamente entre sí y la puse sobre los hombros de Daniel. Comencé a masajear toda su espalda lentamente admirando su trabajada anatomía. Sus hombros eran anchos y sus brazos trabajados en el gimnasio. Su espalda estaba perfectamente definida y todo aquello lo remataba un precioso bronceado.
Empezaba a considerar seriamente que tal vez mi hermanastro debería ir sin camiseta los 365 días del año, lo cierto era que nos alegraría las vistas y los días a todos, o al menos, me los alegraría a mí.
¿Katy qué pasa? ¿Por qué has dejado de moverte? -preguntó Daniel girando la cabeza haciendo que saliera del trance.
-¿Qué? Em... no, no pasa nada -sacudí la cabeza- Lo siento -empecé a frotar su espalda con decisión.
-Eso se siente muy bien -murmuró relajándose por completo.No debía de pensar en cosas así respecto a Daniel. Era mi hermanastro, mi familia, y no debía pensar en su increíble cuerpo ni en cómo me haría gozar el verlo sin camiseta todos los días del año. No estaba bien, y mucho menos si tenía la tajante idea de comenzar una larga relación con Raúl.
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Enamorada de mi hermanastro
RomanceCuento las horas, los minutos, los segundos, cuento el tiempo que falta para que podamos estar a solas, para que solo estemos él, yo y nuestro amor. No sé por qué, puede que siempre lo amase o tal vez fue por la ternura con la que me trataba o tal v...