*Actualizado*
Era un día normal cuando mi madre me anunció que se iba a volver a casar. Me alegré muchísimo por ella, desde la muerte de papá lo había pasado realmente mal. Apenas salía de casa, se limitaba a ir a trabajar y encerrarse en su habitación al volver a casa. No salía, no reía, apenas hablaba, y yo sufría al verla así, tan sola, todos los días, sin poder hacer nada para ayudarla. Por eso me alegré tanto cuando conoció a Rob y comenzaron a salir. Era una persona encantadora, era generoso y atento, y al igual que mi madre, él también era viudo.
Rob tenía un hijo, Daniel, dos años mayor que yo; yo tenía quince años cuando lo conocí, y dieciséis cuando nuestros padres decidieron casarse.
Adoraba a Daniel, era un hermanastro increíble. Siempre había querido tener un hermano y él era el mejor que podía haber tenido. Tenía a Raúl, que prácticamente era mi hermano, pero un mejor amigo, aunque pueda parecerse, no llega a ser un hermano. Daniel era genial. Me trataba muy bien y me respetaba, lo cual era genial pues siempre había oído a mis amigos quejarse de sus hermanos y hermanas.
Habían pasado varios meses, unos tres o cuatro, desde que mi madre se casó con Rob. Me dijo que lo llamase papá si quería, él me consideraba hija suya, y para mí Rob era como un segundo padre, pero nunca pude llamarlo papá, por la misma razón por la que Daniel nunca pudo llamar mamá a la mía; simplemente, Rob no era mi padre, nunca, nadie podría reemplazar a mi padre, y a su vez, nadie podría reemplazar a la madre de Daniel. Al final Rob se acostumbró a que lo llamase por su nombre.
Durante los primeros meses todo fue estupendamente. Al principio me resultó algo raro que la presencia masculina volviese a casa, pero convivir con Rob y Daniel era mucho más fácil de lo que podría haberme imaginado. Además, ambos aceptaron mudarse a nuestra casa. Mi madre trabajaba como cirujana y el hospital le quedaba bastante cerca de casa yendo en coche, así que tanto Rob como Daniel aceptaron serían ellos los que se mudasen; les agradecí profundamente que tomasen aquella decisión. Hubiese sido muy duro para mí dejar la casa en la que crecí, la casa en la que mi padre vivió, y siempre tuve claro que, al igual que lo hubiese sido para mí, para ellos fue muy duro dejar su casa, sus recuerdos.
Mamá y Rob fueron de viaje de novios a Italia por tres semanas, que por cierto fueron las tres semanas en las que descubrí que Daniel era un peligro inminente en la cocina. Cuando volvieron del viaje, parecía que su mente todavía seguía en Florencia. Se querían muchísimo y no tenían reparo alguno en demostrarlo frente Daniel y yo. Jamás discutían por nada porque parecía que su amor era tan fuerte que les hacía vivir en una realidad paralela en la que la vida era de color rosa. Pero como pasa con todo lo bueno, aquello acabó, y la feliz pareja comenzó a tener las primeras disputas matrimoniales.
Aquella noche, me encontraba en mi habitación, echada en mi cama, mientras escuchaba la fuerte discusión que tenían mi madre y Rob. No tenía ni idea de cómo empezó, pero seguro que había una tontería que se sumo a otra y a otra y al final se les fue de las manos y la discusión se llenó de gritos a pleno pulmón.
No soportaba aquello, no podía más, no podía escuchándolos reñir. Odiaba escuchar gritos y discusiones, lo odiaba y necesitaba salir de ahí. Necesitaba a alguien a mi lado, a una persona en concreto, y esa persona estaba en la habitación contigua a la mía.
Salí de mi habitación y caminé con rapidez hacia la puerta de Dani intentando ignorar los gritos. Llamé a la puerta y no pasó mucho tiempo hasta que me dijo que pasara.
Entré y cerré la puerta intentando no sacar ruido alguno. Me acerqué a la cama de Dani y me senté en el borde de esta. Estaba vestido con un pijama compuesto por un pantalón corto gris y una camiseta de tirantes negra que realzaba sus fornidos brazos. Puede que no tuviese abdominales, pero tenía unos brazos y una espalda impresionantes.
—Hola Katy -dijo esbozando una pequeña sonrisa.
—Hola Daniel -le saludé de vuelta.
—Es grande ¿eh? La bronca, digo.
—Sí, mucho -me encogí de hombros-. No puedo con ello.
—No te pongas mal, ya sabes que mañana volverán a estar igual de empalagosos que siempre -se incorporó y me abrazó por la cintura apoyando su cabeza en mi hombro.
—Ya lo sé, pero igualmente no me gusta escuchar gritos. ¿Puedo dormir contigo? No quiero estar escuchando esa discusión.
—Ya sabes que siempre eres bienvenida en mi habitación -besó mi mejilla y se tumbó dejándome un hueco.
—Gracias Dani.
Me tumbé a su lado y nos cubrimos con las mantas. Me acurruqué a su lado y él me abrazó por la cintura. A diferencia mío, el cuerpo de Daniel era caliente, yo siempre estaba congelada, y apoyar la cabeza en su pecho y sentir el calor que emanaba de este me calmó, y más el escuchar el tranquilo y constante latido de su corazón. Daniel me calmaba, me daba paz, y pronto me quedé profundamente dormida entre sus brazos.
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Enamorada de mi hermanastro
RomantizmCuento las horas, los minutos, los segundos, cuento el tiempo que falta para que podamos estar a solas, para que solo estemos él, yo y nuestro amor. No sé por qué, puede que siempre lo amase o tal vez fue por la ternura con la que me trataba o tal v...