Capítulo 9: Mi hermanastro, nada más

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-¿Qué horas son estas? –me preguntó Daniel con firmeza.

-¡Joder Daniel! –maldije llevando la mano al pecho- ¿Pretendes que me de un infarto o algo así? –me agaché y me quité los zapatos que me estaban moliendo los pies.

-No me has respondido, ¿tienes idea de la hora que es? –siguió hablando con firmeza.

-Sí, lo sé, y tu también sabes que estaba en una cita con Raúl.

-¿Acaso consideras que por tener una cita tienes derecho a hacer lo que de la maldita gana? –preguntó escupiéndome las palabras.

-¿Pero qué demonios te pasa? –pregunté deteniéndome frente a él- ¿Qué demonios te he hecho para que me trates así? No eres mi padre, no tienes derecho a hablarme así.

-Te quiero, ¿acaso no te das cuenta? Te quiero y me preocupo por ti. Me prometiste que volverías pronto y son más de las doce, ¿te haces una idea de lo preocupado que estaba?

-Yo también te quiero y me preocupo por ti, pero ya no soy una niña Daniel, y que me trates así es horrible y me duele –comencé a subir las escaleras hacia el piso de arriba- Siempre nos hemos llevado muy bien, ¿qué está pasando? ¿qué te he hecho?

-Solo trato de protegerte –dijo agarrándome del brazo haciendo que lo mirara a los ojos.

-¿De quién? ¿De Raúl?

-Ya te he dicho que no me fío de él, no quiero que te haga sufrir.

-Ahora mismo el único que me está haciendo sufrir eres tu –le solté y me arrepentí al instante al ver la expresión de su cara.

Me soltó del brazo y se quedó en silencio durante un rato. Tenía la mirada perdida, estaba perplejo. De pronto me abrazó con fuerza y apoyó su mentón en mi hombro izquierdo.

-Lo siento, lo siento mucho –dijo- Soy un maldito hipócrita, te digo que no quiero que nadie te haga sufrir y es precisamente lo que hago yo –me estrechó con aun más fuerza- Te prometo que no volveré a hacerte daño, te lo prometo.

-Daniel, no tienes que prometerme nada, no tienes que hacerme ninguna promesa. Te quiero y con que me demuestres que tú también me quieres me basta, no te pido que seas perfecto, solo algo más comprensivo y me aflojes la cuerda un poco –rodeé su cintura con mis brazos.

-Lo siento Katy, perdóname por ser un imbécil.

-Sabes que te perdono –me aparté y lo miré sonriendo- Te dije, te lo digo y te lo vuelvo a decir, soy incapaz de enfadarme contigo. Te quiero Dani, y no se me ocurre nada que puedas hacer para que me separe de ti.

-Pues prométeme, que aunque haga algo como para que te quieras separar de mí, no lo harás. Nunca me dejes Katy, por favor.

-No lo haré; jamás –dije mirándolo a los ojos.

Nos quedamos mirándonos fijamente el uno al otro. No era la primera vez que lo hacíamos, pero por primera vez sentí algo que nunca sentí por él, algo que nunca pensé que podría sentir por mi hermanastro. Mis músculos se tensaron y mis sentidos agudizaron, todo por él, por tener aquellos hermosos ojos azules mirándome fijamente.

Nos dejamos llevar por el impulso, por la situación, y poco a poco, fuimos acercándonos el uno al otro. Sus manos rodearon mi cintura suavemente e inclinó un poco la cabeza hacia abajo. Nuestros labios se encontraban a escasos centímetros. Un poco más y los sentiría sobre los míos. Me pregunté cómo se sentiría aquello, besar a Daniel. Pero entonces entré en razón y me separé de golpe de él.

-Em… yo… -tartamudeé nerviosa- De-debería ir a mi cuarto… -dije antes de salir disparada hacia mi habitación.

Entré en mi cuarto y me dejé caer sobre mi cama. Miré hacia el techo blanco adornado con estrellas luminosas. Adoraba aquellas estrellas, fueron un regalo de navidad de Daniel. Sabía que me encantaba ver las estrellas a la noche, así que me regaló un enorme paquete con estrellas, lunas y planteas luminiscentes para que pudiera ver las estrellas cada noche al irme a la cama.

No pude evitar sonreír al recordar el día que pegamos todas aquellas estrellas. Buscamos en internet diferentes constelaciones, y luego fuimos representándolas en el techo de mi habitación. Cuando acabamos, bajamos las persianas y nos tumbamos en la cama, el uno al lado del otro. La habitación estaba oscura salvo por decenas y decenas de estrellas luminosas que había en el techo. Abracé a Daniel y apoyé mi rostro en su pecho. Sentí el tranquilo latido de su corazón y me calmé, porque él me calmaba, calmaba mi corazón y mi alma.

Era la mejor persona que había conocido nunca, había tenido la extraordinaria suerte de tener un maravilloso hermanastro que me quería y me amaba, y por eso me preocupaba lo que había sentido hacía unos minutos. Era mi hermanastro, nada más, no podía ser nada más, porque algo más podría estropearlo todo y no me arriesgaría a perderlo. 

Enamorada de mi hermanastroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora