Capítulo 3: Una misión

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Gandalf encontró a la joven Leah en el mismo punto del bosque donde el día anterior se habían separado. Ella se encontraba tumbada sobre su lobo, con la cabeza hundida en su pelaje y el pelo revuelto. Togo emitía suaves ronquidos, que se vieron interrumpidos al detectar el olor del mago. Alzó la cabeza mientras bostezaba, miró a Gandalf y le dedicó un pequeño ladrido a modo saludo.

-Buen día, Togo.-sonrió el anciano gris, inclinando la cabeza saludándolo.

El lobo se desperezó, irguiéndose y despertando a Leah. Ambos estiraron sus extremidades, aún adormilados. La joven se miró el pelo, que le caía desordenado y bastante despeinado por delante del rostro. Se quitó la cinta de tela que lo sujetaba, sacudió la cabeza y se peinó con las manos, volviéndose a atar la cinta después dejándose algunos mechones más cortos sueltos por delante de la cara.

-Buenos días, Gandalf.-saludó ella, tras bostezar.

-Vamos, dormilona, hay que ir a visitar a Bilbo. –el mago le lanzó una manzana, la cual cogió al vuelo.

-Togo... ¿estarás bien aquí? –el lobo asintió. La chica suspiró, lamentando tener que dejarlo solo.

-Tranquila, después de visitar al hobbit, puedes volver, tengo intención de regresar por la noche.-los ojos de la druida se iluminaron, quedándose más relajada.

-No tardaré.-le susurró juntando su nariz al hocico de su compañero. Él le dio un lametón en la mejilla.

Emprendieron el camino hacia Hobbiton mientras la druida se comía la manzana. Le agradeció con una sonrisa al mago el detalle del desayuno, pues tenía bastante hambre después de no haber cenado la noche anterior. Al llegar, Leah pudo comprobar lo que eran los hobbits. Todos tenían el pelo rizado, algunos eran rubios, morenos o castaños, con unos pies bastante más grandes de lo habitual y su estatura era bastante baja aunque ella no era mucho más alta que ellos. Se quedó bastante sorprendida y los miraba a todos con mucha curiosidad, quedándose ligeramente rezagada. También le llamaba mucho la atención las casas que tenían los hobbits. Eran agujeros en el suelo, bajo una pequeña colina, protegidos por una puerta redonda.

Gandalf se paró mientras ella se encontraba distraida, tanto que no se dio cuenta hasta que chocó con él. El mago miraba a un joven hobbit, que estaba sentado en un banco de su jardín, fumando su pipa con total despreocupación. Era castaño, con el pelo ondulado, como todos los hobbits, y vestía de manera elegante comparado con otros. Un chaleco rojo sobre una camisa amarilla con detalles blancos le vestían el torso, mientras que sus piernas estaban cubiertas por unos pantalones marrones que le llegaban por las rodillas. "Es bastante atractivo..." pensó la druida sonriendo con ternura. Bilbo exhaló un aro de humo, que al llegar hasta Gandalf se transformó en una mariposa de humo, que revoloteó hasta chocar contra la nariz del mediano, obligándole a abrir los ojos sintiéndose confundido. Una pequeña valla los separaba, guardando las distancias.

-Buenos días.-saludó por fin, sintiéndose bastante inquieto, pues dos desconocidos le estaban mirando.

-¿Qué quieres decir?-planteó el mago- ¿Me deseas un buen día o quieres decir que hoy es un buen día lo quiera o no?-Hizo una pausa- O ¿tal vez te refieres a que te encuentras bien esta mañana en particular? Posiblemente afirmas que es una mañana que hay que sentirse bien. –finalizó con una media sonrisa sin dejar de mirarlo. Leah tuvo que hacer muchos esfuerzos para no reírse, pero no pudo evitar poner una cara extraña frunciendo los labios.

-Emm... Todo eso a la vez... supongo.-contestó aturdido mirando de reojo a la pelirroja.

El anciano lo miró más intensamente, pensativo, mientras la druida le miraba con mucho interés.

El Hobbit: La gran aventura de LeahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora