Preludio

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He de confesar que desde muy pequeña he cultivado una extraña afición a nombrar las cosas con palabras que realmente no acaban de ajustarse a ellas. Este es uno de esos casos. Comenzar esta historia (este relato, este intento de novela) con un capítulo llamado "preludio" es más una convención que otra cosa. Porque de ser totalmente honesta, este pequeño apartado de la historia debería llevar por título "advertencia". Porque más o menos eso es, un aviso sobre lo que puedes encontrar en las páginas de este libro.

Empecemos por una advertencia en cuanto al estilo. Tengo una tendencia, dicen que irritante, a dirigirme a mi lector en segunda persona. Me dirijo a ti mientras escribo. Es una tendencia harto arraigada, pero desde mi punto de vista, lógica. ¿Por qué iba a escribir una historia que nadie leerá? Sería vanidad pura, o un simple ejercicio de futilidad; algo inútil, en resumidas cuentas. En realidad, tampoco estoy segura de qué busco al poner sobre el papel la historia de mi vida, pero desde luego busco un lector. Uno como tú, por ejemplo. Sin lectores las historias no se escribirían.

También he de confesar que soy terriblemente melancólica escribiendo. Nunca he sabido por qué, pero todo lo que escribo tiene un cierto tono de melancolía, incluso los episodios más brillantes; aunque eso tal vez sea debido a la nostalgia. Además, tengo tendencia a poner los puntos y las comas según me apetece, más que como correspondería gramaticalmente.

Lo siguiente que debo decir es que dado que no persigo ningún objetivo al escribir estas líneas, tampoco tengo muy claro cómo saldrá esta historia. No creo que haya un desarrollo, un nudo y un desenlace. Es simplemente la historia de mi vida, del modo que transcurrió desde que nací en un pueblo en mitad del campo hasta el día de hoy. No sé hasta qué punto es una historia interesante. Durante la mitad de mi vida fui un desastre y durante la otra mitad un ídolo con pies de barro.

Dado que estoy segura que buena parte de mi historia resultará tremendamente aburrida, tal vez me salte algunos capítulos. No creo que necesites leer sobre lo difícil que es llevar aparato. También quiero decir que, debido a este afán de no hacer la historia más larga de lo que ya será, algunas de las personas mencionadas en ellas no recibirán el crédito que en realidad tuvieron. Como Anabel y Álex, por ejemplo, o Julio y Victoria. Mencionados de pasada, cuando han sido pilares en mi vida. Vergonzoso. Debería castigarme por esto. .

Tengo que confesar, además, que a lo largo de los años he ido desarrollando una buena batería de problemas psicológicos. Bueno, en realidad exagero (ya te darás cuenta de que soy un tanto dramática); en realidad, solo soy depresiva. Lo que no significa que me pase todo el día llorando. Ah, y anoréxica, aunque ya como como una persona normal. Pero ya ahondaremos en eso más adelante.

Últimamente dicen que las mujeres se encuentran a sí mismas en torno a los treinta. He leído mucho acerca de eso. Suelo preguntarme qué demonios quieren decir con eso. ¿Tú sabes a qué se refieren? Solían hacerme pensar en mi madre gritando "A qué voy yo y lo encuentro", como si fuera una especie de juguete perdido en lo más profundo de mis propios cajones. Una mota en el caos de mi habitación.

Si he de serte sincera, jamás me he encontrado a mí misma. Tampoco pienso que tenga mucho sentido. Me conozco, en la medida que una puede conocerse a sí misma. Pero no siento que haya encontrado mi esencia, o lo que quiera que se suponga que he de encontrar. Simplemente me gusta la vida como es. Siempre un paso por detrás de mí misma, siempre sorprendiéndome con lo que encuentro en el siguiente recodo del camino.

Una vez, alguien que me quería me explicó que me veía como una tormenta de verano, como la lluvia. Era un otoño tardío, uno de estos otoños castellanos que se prolongan hasta bien entrado noviembre. Aunque solo eran mediados de un octubre curiosamente cálido.

Estábamos medio tumbados, medio sentados, en un bosque de encinas y yo me había calado el gorro hasta las cejas y tenía las mejillas rojas como manzanas maduras. En aquel entonces el pelo me llegaba a la cintura y tenía un peso digno de una chica de mi edad. Las manos se me enredaban entre las celdillas negras de la armónica que él acababa de regalarme, curiosas, aún inexpertas.

– Tienes que sujetarla así. Haz una pinza con la mano izquierda, ahueca la derecha para que haga resonancia.

Era como un animalillo plateado, frío y acurrucado entre mis manos blancas. En la parte de arriba se leía un claro "Made in Germany" adornado con estrellas, mientras que la parte de abajo había diversos círculos con consignas en idiomas que no comprendía. El estuche era de plástico de color marfil, con el dibujo de un vapor negro impreso en el lomo. Me hacía pensar en Mark Twain y en el Mississippi.

– ¿Así?

– Más o menos. Tienes que respirar en la armónica, ¿vale? Recuerda, no respires por la nariz. Inspira y expira en la armónica, todo por la boca.

Eran demasiadas cosas para un mismo día. Hacía fresco, tenía el pelo lleno de hojas y además la armónica sonaba a promesas. Me la llevé a los labios y soplé dos celdas a la vez. La cinco y la seis. El sonido de esas dos celdas siempre será el sonido de aquella tarde de otoño. Él se rio, con aquella risa suya que sonaba como un arroyo derramándose o como... ah, como música pura, para qué engañarnos.

– Es un comienzo – dijo, mientras me revolvía el pelo tirando el gorro al suelo –. Ahora tienes que intentar soplar una sola celda por vez. Ya empezarás más tarde con las notas dobles.

Suspiré y lo aparté de un empujón, rodé hasta alcanzar el gorro. Mi feo gorro de lana granate, calado siempre hasta las cejas.

– Eres muy impaciente, Luna.

– En realidad es culpa tuya. Tú eres demasiado paciente.

Él sacudió la cabeza, mientras se reía de nuevo.

– Yo soy como el sol de verano, Lunita. Constante, implacable. No pararé hasta que hagas lo que has de hacer.

– Entonces yo soy nieve – respondí, sacándole la lengua.

– No – dijo él, muy serio –. Tú eres una tormenta de verano. Impredecible, salvaje... nadie te espera, pero todos se alegran de verte llegar. Y lamentan verte partir – acabó, casi en un susurro –. Como la lluvia en Castilla. Eres como la lluvia.

Yo tenía once años y más que una tormenta, era un terremoto. Ni siquiera entonces me resultaba creíble que la gente se alegrase de verme llegar. Pero sí tenía claro que mientras él se alegrase de tenerme a su lado, sería todas las lluvias que quisiera.

Hace un millón de años de aquello.

Los años pasan por la vida y van dejando huella. Más que huellas, cicatrices. Los humanos estamos hechos de cicatrices, de recuerdos. Unos buenos y otros malos. Sueños cumplidos e incumplidos. Él estaba hecho de ilusiones, de ideas. Había dos personas en él. La que podías ver y la que no.

Yo no era gran cosa. Nunca he sido gran cosa. Se me da bien dibujarme en los márgenes, enredarme con las palabras donde nadie me vea. Me gusta pasar desapercibida y observar, tratar de leer en los demás. Escuchar. Soy habladora, llamativa, exuberante, sí. Pero normalmente no digo nada que realmente importe.

Pero él tenía aquel don. El don de hacerme querer ser algo más. En realidad... en realidad, ya está todo dicho. Nunca me encontré a mí misma. Nunca fui nada realmente especial. Un caótico desastre, y luego un ídolo con los pies de barro. Pero si has llegado hasta aquí, quizá se deba a que sientes interés por conocerme. Quizá quieres saber cómo pasé de ser caos a una especie de espejismo soñado.

Ven conmigo. Te revelaré algunas cosas. Te contaré una historia. Te explicaré cómo mi madre se quedó embarazada de gemelos, cómo el amor de mis padres se convirtió en algo diferente y cómo se volcaron en los dos niños sietemesinos que nacieron de aquel nuevo "algo".

Te contaré cómo crecimos codo con codo sin pasar tiempo juntos, cómo la vida nos separó y nos volvió a reunir cuando aún vivíamos en la misma casa. Te hablaré de perderlo todo y encontrarlo el sentido de nuevo. Te explicaré cómo necesité cruzar el océano para empezar a conocerme a mí misma de verdad. Te hablaré del tiempo en que comer era un infierno, y del tiempo en que las lágrimas eran todo lo que tenía que ofrecer al mundo. También te hablaré de arte, de música, y de amor. De todos los tipos de amor de este mundo.

Si vienes conmigo, te contaré cómo me convertí en lluvia.

La Chica de LluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora