XXI: De la gente de música

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Antes de empezar con este capítulo, hay algo que quiero decir respecto al título. Y es que el título es literal. No es algún tipo de metáfora ni nada así. Éamonn, Saoirse y Riley realmente estaban hechos de música. Bueno, en realidad la mayor parte de la gente irlandesa lo está. Pero ellos más que nadie.

Nos conocimos en un pub, un bar irlandés de dos plantas llamado The Crane y bastante famoso en Galway. Ewa y yo habíamos ido a parar allí por casualidad y estábamos a punto de salir cuando un guapísimo chico rubio de ojos azul muy claro me volcó una pinta entera encima. Recuerdo la sensación de frío repentino que me sacudió por completo.

Damn it! – exclamó el chico, con una voz sorprendentemente ronca para su apariencia angelical.

Recuerdo que me quedé mirándole con los ojos muy abiertos, el jersey blanco empapado con una amplia mancha marrón. Cerveza negra, por supuesto.

– ¿Estás bien, lass? – preguntó una segunda voz desde una mesa.

– Sí, diría que sí – respondí, aún un tanto aturdida –. Lo siento...

– No lo sientas, ha sido culpa de Riley, ¿verdad, lad? Sé un caballero y discúlpate.

– En eso estoy de acuerdo, la culpa ha sido de él – intervino Ewa, sonriendo con picardía mientras se acercaba a la mesa –. Espero una disculpa en condiciones.

El chico rubio nos miraba con expresión de diversión, una media sonrisa insinuándose en sus labios carnosos.

– La culpa es de ella, Éamonn. Mírala, con ese tamaño era imposible que la viera. Debería ser más alta.

– ¡No es mi culpa que en esta isla todos seáis gigantes! – exclamé, indignada, mientras los dos muchachos y una chica rubia aún sentada en la mesa rompían a reír.

– Me gusta tu nueva chica, Riley – comentó la muchacha de la mesa –. Ahora sé bueno, discúlpate e invítalas a sentarse.

– Me rindo – respondió él teatralmente –. Tú ganas, Saoirse. Ladies, ¿nos haríais el honor?

Extendía la mano hacia la mesa, sosteniendo el vaso vacío contra el pecho con una sonrisa de oreja a oreja. Me eché a reír sin poderlo evitar. El encanto irlandés, supongo. No vacilé ni un segundo antes de sentarme junto al chico de pelo negro y ojos azules al que habían llamado Éamonn.

– ¿Cómo te llamas? – me preguntó, con una sonrisa.

– Luna, ¿tú eres Éamonn?

– Lo pronuncias mal, pero sí – respondió él, aún sonriendo –. Esta es Saoirse, mi novia. Y tú eres... – acabó, dirigiéndose a Ewa, que acababa de sentarse a mi lado.

Ella le respondió con una sonrisa, justo cuando Riley llegaba a la mesa con otra pinta para él y una para cada una de nosotras. Se negó a escuchar nuestras protestas y las plantó en la mesa con decisión, deteniéndose solo para preguntar nuestros nombres de nuevo.

– Además, nosotros no pagamos – replicó, cuando yo ya estaba sacando la cartera.

– ¿Cómo? – pregunté, atónita, mientras Ewa cogía la pinta de cerveza, desaparecido todo rastro de duda.

– No pagamos. Somos músicos – dijo, como si fuera lo más natural del mundo.

Solo entonces reparé en los estuches. Éamonn tenía uno sobre las rodillas; había otro alargado en la mesa, frente a Saoirse. Cuando Riley se sentó junto a Ewa, sacó de debajo de la mesa el inconfundible estuche de una guitarra.

La Chica de LluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora