X: De buenas intenciones y desastres inintencionados

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Aarón y yo éramos muy diferentes, en muchos sentidos. Nuestras semejanzas quedaban a flor de piel; el amor por la lectura, la facilidad con las palabras, los gustos y aficiones compartidos. Aarón tocaba la guitarra y era un virtuoso con el teclado; dibujaba decentemente bien. Le gustaba leer y sus favoritos coincidían con los míos. Su videojuego preferido era el único al que Eco había conseguido aficionarme (videojuego que, paradójicamente, Eco detestaba). Pero al margen de eso, teníamos una abrumadora carga de diferencias.

La más... abismal, la más difícil de superar era la clase social. Yo, como ya he dicho, era de clase media. Bueno, media-baja, admitámoslo. Digamos simplemente que tanto mi padre como mi madre consiguieron todo lo que tienen a día de hoy con el sudor de sus frentes, que nunca les regalaron nada. Durante la época en la que tanto Eco como yo estuvimos en la Universidad pasamos algunos apuros económicos.

Aarón pertenecía a la clase alta. No diré que fuera millonario, pero jamás había sabido lo que era tener problemas con el dinero. Vivía en una enorme casa con un jardín delantero más grande que nuestro salón y un jardín trasero en el que hubiera cabido sin problemas nuestro piso entero.

La casa tenía dos plantas, un ático que habían acondicionado como biblioteca y una bodega enorme; y para más inri, ni siquiera era la única casa que sus padres tenían en propiedad. Aparte de aquella, sus padres poseían otras tres casas y varios pisos repartidos por todo el país, además de una buena cantidad de terrenos en propiedad.

Al principio eso no me pareció un problema, en absoluto. Aarón no alardeaba de tener dinero, nunca nos hizo sentir inferiores o como si no mereciésemos sentarnos a su mesa. No vestía con ropa de marcas caras, no usaba teléfonos móviles de última generación. Pero... eran pequeños detalles. Como el hecho de que él pagase todas las cenas sin darme opción a negarme. Sus regalos siempre eran extremadamente caros. No me malinterpretes, no voy a decir que no me guste un regalo caro. Pero desde mi punto de vista todas las relaciones han de ser, al menos en cierta medida, proporcionadas. Y Aarón me daba regalos que valían más que casi cualquier cosa que yo poseyera; jamás iba a encontrar el modo de devolverle eso.

Salir con alguien que disfrutaba de una situación económica mucho más... digamos holgada que la mía nunca se me hizo fácil. Al principio todo era maravilloso; cenar fuera todas las noches, ir al cine siempre que nos apeteciera, los regalos inesperados. Parecía que cualquier cosa estuviera a nuestro alcance; nada más sacarse el carnet de conducir Aarón se compró un coche, o mejor dicho, sus padres se lo compraron. Y desde aquel momento ya no hubo destino que estuviera demasiado lejos.

Pero luego llegaba su cumpleaños y el momento de hacerle un regalo. ¿Qué podía hacer yo? Aarón ya tenía todo lo que deseaba y yo no podía presentarme con algo barato en su casa, no delante de sus padres. No quiero que se me malinterprete; sus padres nunca insinuaron nada, pero yo siempre me sentí incómoda en su presencia. Y Aarón siempre agradeció mis regalos, sin importar qué fueran.

No era culpa suya; la culpa era toda mía. No me sentía bien regalándole una camiseta por su cumpleaños, así que pasaba semanas ahorrando, terriblemente ansiosa. Recuerdo que una vez me gasté un montón en un jardín zen absolutamente exclusivo... y luego no pude regalarle nada a mi padre por su cumpleaños, porque no me quedaba ni una moneda en los bolsillos.

Supongo que podemos resumirlo en que vivía por encima de mis posibilidades. Además, a los pocos meses sus padres empezaron a invitarme a comer con ellos cada domingo. Eso no hubiera sido un problema de no ser porque comíamos en restaurantes caros, que de otro modo hubieran estado fuera de mi alcance. Estoy segura de que ellos lo hacían siempre como un gesto de consideración, que lo hicieron con la mejor de las intenciones; pero yo siempre terminaba aquellas tardes con la sensación de estar aprovechándome de la familia y terriblemente incómoda.

La Chica de LluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora