VIII: De reconstruir lo destruido

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El año que siguió a aquella revelación fue duro, pero en un sentido mucho más satisfactorio.

Tras muchos años de hacer el idiota tanto en la calle como en el instituto, me encontré con que estaba en segundo de bachillerato y tenía que enfrentarme a la decisión más importante de mi vida estudiantil: ¿iba a ir a la universidad? Solo tres años antes, mis padres habían tenido que arrancarme la promesa de que iba a acabar, al menos, la ESO.

No recuerdo bien por qué empecé el bachillerato en vez de meterme directamente a un módulo. Supongo que pensé que aquello me daría más tiempo de vivir de mis padres, si me sacaba el bachillerato en los años que fuera y luego ya haría un Módulo de Formación Superior. No tengo ni idea, pero lo cierto es que en septiembre de aquel año me alegraba de haberlo hecho.

Estaba en segundo de bachillerato de Ciencias de la Salud. La elección de itinerario era absurda, sobre todo teniendo en cuenta mi pasión por las Letras; pero al menos eso sí puedo explicarlo. En las reuniones del instituto nos habían dicho mil veces que "Ciencias te abre las puertas a todas las carreras, mientras que Letras está reducida a las de Letras". Más o menos era cierto, pero yo no tardé en descubrir que tal razonamiento era bastante inútil. Lo que en realidad te abría las puertas a las carreras universitarias era la nota media y si estabas estudiando algo que detestabas difícilmente ibas a subir del aprobado raspado.

Soy inteligente. No lo digo con intención de presumir, pero es un hecho. No soy tan deslumbrantemente inteligente como mi madre y tampoco como mi hermano Eco. Pero al menos tengo algo entre oreja y oreja y solo así se explica que lograse sobrevivir al segundo de bachillerato de ciencias en junio. Puedo prometerte que odié cada minuto que dediqué a estudiar, excepto las asignaturas de Historia y Literatura.

Soy de Letras. Es un hecho. Lo que se me da realmente bien son las Letras, y eso debí haber escogido desde el principio. Tal vez de ese modo hubiera logrado sacar unas notas más altas y si no, al menos disfrutar aquel año en el instituto. Pero en su lugar llegué a pasar días en los que estudiaba más tiempo del que dormía, aborreciendo cada segundo que le dedicaba al estudio.

Si en este momento estás pensando en escoger una carrera, o algo por el estilo, el único consejo que puedo darte es el siguiente: elige con la cabeza, pero también con el corazón. De nada sirve escoger algo con lo que "vas a encontrar trabajo en seguida" si cada minuto que pasas estudiándolo es horrible. Y más aún si luego odias el trabajo que encuentres.

Como ya he explicado, la parte de estudiar en segundo de bachillerato fue dura. Mi mellizo y yo no estábamos en la misma clase, pues él seguía queriendo estudiar Cine y por lo tanto había escogido el itinerario de Ciencias Sociales. En mi clase estaban agrupados los del bachillerato tecnológico y los del de la salud. Huelga decir que yo no tenía demasiados amigos allí, porque tampoco había ido demasiado a clase en los años previos.

– Tú eres Luna, ¿verdad? – me preguntó una chica bajita y morena el primer día del curso. Se sentó a mi lado sin ninguna ceremonia – Soy Nuria. ¿Te parece que me siente aquí?

– Eh... claro, sin problemas – respondí, tratando de ubicar a la chica. ¿De qué me sonaba? La había visto antes, pero no sabía dónde –. ¿Qué quieres estudiar? – pregunté, pues había oído tanto aquella pregunta en el último mes que ya la tenía clavada en el cerebro.

– Pues no lo sé – replicó ella, encogiéndose de hombros –. ¿Y tú?

– Cualquier cosa menos ciencias – murmuré, mientras pasaba las páginas del libro de Biología que tenía delante. Recordaba vagamente algunas de las cosas que tenía delante, como las células hidrófilas e hidrófobas. Cadenas de glúcidos –. Y cualquier cosa menos Bioquímica, eso seguro – añadí, mirando con pavor las largas fórmulas que tenía delante.

La Chica de LluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora