XIV: De Dios y el momento de la verdad

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La vida suele sorprendernos de los modos más extraños. Sé que es todo un tópico, pero es totalmente cierto. La vida nunca es lo que esperamos, por más que planeemos al milímetro cada eventualidad, cada pequeño detalle. Aunque seguro que lo sabes de sobra; a todos nos han sorprendido alguna vez. ¿Y acaso no es maravilloso?

Después de semanas de inseguridad, de no dormir, de sentir que estaba engañando a todo el mundo, de morderme los labios mientras me clavaba las inyecciones (en el lado derecho del vientre, entre el ombligo y el hueso de la cadera), de rezar, de llorar y de hacerme preguntas estúpidas... a la hora de la verdad, lo que hice ni siquiera fue para tanto.

No me malinterpretes. Sé perfectamente que sí lo fue. Salvé una vida, aunque en aquel momento no fuera plenamente consciente de lo que estaba haciendo. Lo que quiero decir es que... que en el momento de enfrentarme a ello no me dio tanto miedo como me lo daba cuando imaginaba lo que iba a hacer.

Quiero pensar que hay una reserva de fuerza en todos nosotros, una especie de pequeño núcleo de emergencia al que los seres humanos podemos recurrir cuando se trata de hacer algo realmente bueno. Por si te lo estás preguntando, no creo en Dios. O sí creo en Dios. Cómo te lo explicaría, justo en este momento. Quizá lo más sencillo sea, como siempre, recurrir a los libros. Así que, probemos: ¿sabes quién es Victor Hugo? Era un romántico francés, el novelista que escribió un libro del que se han hecho como medio millón de versiones musicales (sí, estoy hablando de Les Miserables). Nunca he sido una gran fan ni de esa novela ni de sus infinitas versiones musicales, pero hay una cita de esta obra que refleja perfectamente mis creencias religiosas:

"Amar a otra persona es ver la cara de Dios."

Supongo que dicho así no tiene demasiado sentido. Pero deja que te lo explique. De esta extraña creencia religiosa mía puedes culpar a mi padre, él se ha pasado la vida intentando compartir algo de su espiritualidad conmigo. Supongo que al final lo consiguió (pero no se lo digas a él).

Mi padre siempre me ha dicho: "Dios es amor, y amor es dar". No creo en el dios de los cristianos, la verdad (pero no se lo digas a mi abuela). Pero sí tengo claro que ciertas ideas que un hippie nacido hace dos mil años me gustan; amaos los unos a los otros, no os juzguéis en base a lo que hayáis tenido que hacer con vuestras vidas, perdonad, compartid. No estoy muy segura que fuera hijo de ningún dios, honestamente.

Creo que los humanos, simplemente humanos corrientes, vulgares, sin nada divino, somos capaces de los milagros más hermosos. Y cualquier persona que se mezcle con los más pobres pudiendo aspirar a los más ricos merece mi respeto.

Mi padre, siempre tan pacífico, tan en su mundo, dice que Dios es amor. Victor Hugo decía que vemos su cara al amar. A mí me gustan ambas ideas. Me gusta pensar que hay algo divino en amar, en entregar. Me gusta creer que el amor, aparte de ser universal, tiene algo... inmortal, imperecedero. Cuando pienso en "Dios" no pienso en una especie de padre dictándome unas normas de comportamiento, ni amenazándome con una eternidad entre las llamas si no las acato. Para mí Dios está en las pequeñas cosas.

Yo rezo, pero no rezo pidiendo ayuda, no exactamente. En realidad, tengo muy claro que la persona que puede ayudarme con casi todos mis problemas soy yo misma. Pero me gusta rezar. Me gusta dar gracias por todas las cosas buenas que he recibido en mi vida, por todo lo que ha ido cambiando poco a poco para mejor. No estoy segura de para quién lo hago, ni de si hay alguien al otro lado para escucharme. En realidad, tampoco estoy segura de que importe. Me parece que lo importante en realidad es dar gracias, ser consciente de todas las cosas que tengo que agradecer.

Créeme, cuando eres tan depresiva como yo, eso es importante.

Suelo decir que creo en Dios. Pero lo digo porque necesito un nombre para ello. Ya te avisé al principio de este pequeño desastre que yo necesito un nombre para casi todas las cosas. Y en este caso, me gusta llamar a mi fe en la bondad humana (en el destino, en el amor) Dios. ¿Por qué no? Sería un poco raro dirigir mis plegarias a "La Fuerza Cósmica que Mueve el Mundo", por ejemplo. Dios no es mal nombre.

La Chica de LluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora