XIX: De la ciudad de los contrastes

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Aterricé en Dublín un quince de agosto de un verano que ya en mi soleada Castilla había resultado frío. Ewa, una encantadora alemana de origen búlgaro que llegó solo dos días después, le escribió a su padre un mensaje que condensa perfectamente lo que sentí al llegar a Irlanda:

"Bueno, está siendo una sorpresa descubrir que, hasta ahora, la isla que se suponía iba a ser verde es solo GRIS."

Dublín es una ciudad gris, he de admitirlo por más que ame Irlanda con todo mi corazón. Incluso el río Liffey parece gris al atravesarla, reflejando el cielo gris sobre el agua, reflejando las piedras grises de los edificios que lo rodean, el gris del asfalto. El Liffey surca Dublín de oeste a este y divide la ciudad en su parte norte y su parte sur y de acuerdo a mis amigos irlandeses una orilla no es tan recomendable como la otra; pero no recuerdo cuál es cada una.

No me quedé demasiado tiempo en Dublín; tan pronto como pude cogí un autobús barato y crucé la isla hasta la costa oeste, donde estaba la ciudad en la que iba a vivir los próximos seis meses de mi vida: Galway.

Recuerdo que mientras cruzaba la isla en el interior de un autobús frío y traqueteante no era capaz de concentrarme en nada. Ni leer, ni escribir, ni tan siquiera escuchar música era suficiente para mí. No podía quedarme quieta y sentada y dejar que el autobús me condujera, sin más. Tardé un rato en darme cuenta de que estaba emocionada, cargada de expectativas, ilusiones. Eco había tenido razón. Necesitaba aquel viaje. Necesitaba empezar de cero.

Cuando llegué a Galway llovía a mares, para no variar. Mi desconsuelo fue tremendo cuando intenté comunicarme con los habitantes para preguntar por una dirección y no conseguí encontrar a nadie nativo de la ciudad. Todos eran turistas, con lo cual me resultó poco menos que imposible conseguir las indicaciones que necesitaba; y peor aún, cuando al fin conseguí dar con un anciano nacido en Galway a duras penas pude entender su acento. Y él, desde luego, no entendía mi desafortunada pronunciación del gaélico.

Por si no lo sabes, te diré que en Irlanda hay dos idiomas oficiales. Casi todo el mundo habla inglés, pero el gaélico irlandés está muy extendido y es la lengua materna de buena parte de la gente de la isla, aparte del primer idioma oficial.

El gaélico es una lengua celta, nada que ver con las raíces latinas, sajonas y normandas del inglés. Y las normas de pronunciación son completamente diferentes de cualquier idioma que yo hubiera oído antes.

Y casi todas las calles y lugares importantes llevan nombres gaélicos.

– ¿Sabe usted dónde está Bóthar Na mBan? – pregunté por enésima vez, casi desesperada.

– ¿Pero qué está buscando usted, señorita? – me preguntó el anciano irlandés, con su cerrado acento gaélico y un millar de encantadoras arrugas en torno a sus hermosos ojos claros.

– La Sleepzone – respondí, suspirando –. Debe ser algo así como un albergue. Lo siento, no hablo muy bien inglés...

– Su inglés es tan bueno como el mío, little lady – me tranquilizó el anciano, sonriendo de nuevo –. Se refiere usted a Bóthar Na mBan – añadió, y las palabras sonaron completamente distintas a las que yo había dicho –. Está cerca, señorita. Tiene usted que ir a Eyre Square y subir por Williamsgate hasta Prospect Hill. Una vez esté allí gire a la izquierda, esa es la calle que busca. Verá enseguida el albergue.

– ¿Eyre Square? – pregunté, confusa.

– La plaza cuadrada donde están los emblemas de las diferentes casas nobles. Ah, ya veo que recuerda – añadió, al ver como sonreía aliviada –. ¿Se queda para mucho tiempo?

La Chica de LluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora