Hace frío.
No, no hace frío. Más bien hace fresco... el tipo de temperatura que solo puede hacer en Valladolid, casi a las doce de la noche en la ribera del río una noche de junio. Pero multitud de fuegos encendidos en la arena de playa templan el ambiente, creando ráfagas que mezclan frío y calor. El aire huele a humo, a alcohol en algunas zonas, a porros en otras. Está lleno de música, música a todo volumen y voces de cientos de conversaciones distintas, unas agudas y otras graves, gente cantando, charlando en una curiosa sinfonía. Todas en español, en castellano. A ratos aún se me hace un poco ajeno. A veces me siento tan lejos de casa...
Pero estoy en casa. Eco y Julio están revolviendo en la hoguera a apenas unos pasos de mí. La voz de mi hermano, tan grave, y las palabras de Julio, tan seguidas, sin apenas pausas para respirar. Discuten sobre cómo poner la madera, pero las risas que oigo estallando cada pocas palabras me dejan claro que ni hay ni va a haber ningún problema real.
– ¿Estás bien, pequeñaja?
Yo suspiro y me giro sonriendo. Tiene los ojos de color chocolate, como los míos, pero el pelo mucho más claro y rizado. Sonríe casi todo el tiempo, lo cual suele hacerme sonreír a mí. Eso no está nada mal. Tiene ese don, el don de quitarme un peso de encima solo con estar a mi lado. Ese don que solo mi hermano había tenido hasta que le conocí.
– Solo estaba pensando, no te preocupes – respondo, ladeando la cabeza.
La larga cola de caballo se desliza por mi espalda cuando lo hago. Me gusta la suavidad de mi pelo contra mis hombros desnudos, me gusta el tacto de la arena de playa entre mis pies descalzos, el frescor contra mis muslos desnudos. Llevaba meses anhelando poder llevar ropa de verano, poder liberarme de la prisión de las capas y capas de ropa abrigo.
Adoro el verano.
– Se te pone ceño cuando piensas – comenta él, alisándome la arruga entre las cejas con los dedos –. Parece que estás enfadada con el mundo.
Yo me echo a reír sin poderlo evitar. Nada más lejos de la realidad. Miro al cielo por encima del humo de las hogueras, miro las chispas ascender entre las llamas. Nuestra hoguera es aún un montón de madera informe, apagada, pero huele a humo de los papeles que Eco y Julio llevan largo rato tratando de prender. Álex se ha unido a ellos y parece que la cosa empieza a avanzar, pero aún así no creo que la hoguera esté lista a las doce.
Mi mirada se cruza con la de Anabel, que sonríe automáticamente.
– Parece que va para largo, ¿eh?
– Es que son ingenieros – respondo, encogiéndome de hombros –. Y todos sabemos que los ingenieros...
– ¡Eh!
Dos voces a coro responden a mi provocación y yo no puedo evitar volver a reírme. Me dejo caer en la arena de espaldas, totalmente desconectada de todo lo que quiera que me espere ahí afuera. Ahora mismo solo importa ahora. No importa que mañana vaya a tener que sacarme la arena del pelo, no importa el olor a humo, no importa... nada excepto ahora.
Ya soy filóloga. O graduada, o lo que sea. Una mujer adulta con una carrera universitaria. Por delante de mí se extiende un camino largo y sinuoso, un camino que no sé a dónde me llevará. Nunca lo he sabido y cuando he intentado saberlo ha sido un desastre. Pero sí sé que no tendré que recorrerlo sola. Eco estará a mi lado, como siempre, y también mis amigos. Ewa y yo encontraremos el modo de volver a reunirnos. Nunca pasa un año sin que nos veamos, al menos una vez. Somos hermanas, de un modo especial.
Cierro los ojos y respiro hondo, inundando mis pulmones con el aire con olor a humo, el aroma del chico, no, del hombre que hay sentado a mi izquierda, a apenas unos palmos. Huele a desodorante masculino, de alguna marca conocida, y también un poco a sudor. Y a humo.
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La Chica de Lluvia
Novela Juvenil"Ven conmigo. Te revelaré algunas cosas. Te contaré una historia. Te explicaré cómo mi madre se quedó embarazada de mellizos, cómo el amor de mis padres se convirtió en algo diferente y cómo se volcaron en los dos niños sietemesinos que nacieron de...