XI: De la debilidad por los héroes y las consecuencias que tuvo

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Desde pequeña he estado enamorada de los libros, de las palabras. Y de un determinado tipo de historias, que me fascinaban hasta extremos increíbles.

Comenzó cuando era muy pequeña, cuando tenía cuatro o cinco años. Aquella época de mi infancia, lógicamente, está muy borrosa, pero fue entonces cuando vi por primera vez Braveheart, aquella película que acabaría viendo una y mil veces en el transcurrir de mi vida. Tal vez pienses que no es una película adecuada para dos niños pequeños y posiblemente tengas razón, pero a quién le importa eso ya.

Supongo que mi mellizo vio cosas que yo no vi. Los paisajes, los planos, el modo en que se movía la cámara, los actores. Mi hermano vio aquellas cosas desde muy pequeño, siempre he dicho que nació con un don para lo que soñaba con hacer. Él veía las películas desde dos ángulos distintos; el de disfrutarlas, que era el único que yo comprendía, y uno analítico, propio de una persona mucho mayor.

Yo recuerdo mi fascinación por los ojos de Mel Gibson. Fue lo primero que me cautivó. Era pequeña y criada en Castilla, nunca antes había visto unos ojos tan azules, una mirada tan intensa. Los ojos de Mel Gibson, y la música. Aquella música que parecía introducirse en mi pecho despacio y desenredar cosas que vivían atrapadas en la maraña de mi interior.

La música, los paisajes de Escocia y los ojos del héroe. Más intensos que los de mi abuelo, más azules que los de Gabriel.

Sí, los héroes. Mi gran debilidad desde pequeña.

Siempre he sido más bien bajita y flojucha, sin ninguna fuerza, sin nada que provoque en los demás lo que en su día provocaron las palabras y los sueños de William Wallace. Vi aquella película tres o cuatro veces seguidas, hipnotizada por el valor de William, de Murron. Por si no lo sabes, William Wallace era un soldado escocés que luchó contra los ingleses en la Primera Guerra de la Independencia Escocesa y que tuvo un final atroz; lo condenaron por alta traición y lo torturaron de manera inhumana hasta su muerte.

En la película toda la lucha de William era por el recuerdo de su amada, a la que asesinaron para intentar capturarlo a él. Aquella mujer, Murron, fue la inspiradora de una lucha épica. Ella y su amado, y Stephen el Irlandés Loco y Bruce y Hamish y la Princesa de Gales, aquellos fueron los primeros héroes que conocí.

Apenas dos años más tarde el mundo de los libros se abrió ante mí y conocí a muchos más. Los héroes de la Odisea; Aquiles, salvaje y fiero hasta el final, Héctor, dispuesto a dar la vida por su hermano. Siempre odié a Paris, por cobarde, por haber sacrificado a su pueblo por una mujer. Y odié a Helena por permitírselo.

¿Ves el tipo de niña que era yo? Admiraba a los héroes, a aquellos capaces de sacrificarse, de darlo todo por un bien mayor. Los admiraba, siempre quise ser como ellos. El coraje, el arrojo, la fuerza, la capacidad de sacrificio, todo aquello que yo no poseía y que deseaba por encima de todo. Siempre quise ser como ellos.

Con los años, más héroes se fueron sumando a los primeros. Hombres y mujeres dispuestos a dar la vida por un ideal, capaces de perseguir un sueño hasta el final. Sí, he de reconocerlo, siempre hubo más hombres que mujeres. La historia nos los ha entregado así y a la hora de buscar modelos ellos siempre estuvieron más dispuestos a luchar.

Hay excepciones, claro. Mis heroínas, las mujeres que eran mi ejemplo, valerosas, incapaces de permanecer en un segundo plano. Boudica, la reina guerrera celta que luchó contra el invasor romano allá por el siglo primero después de Cristo. Leonor de Aquitania, que plantó cara a un marido infiel y mentiroso e instigó una revolución tras otra en su contra. Hua Mulán, la joven china que sustituyó a su padre en el ejército disfrazada de hombre y llegó a general. ¿Creías que era solo una historia de Disney? Ella fue real.

La Chica de LluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora