(Yeray)
Vergüenza. Ira. Remordimiento. La verdad, era lo único que podía reconocer del mar de sentimientos que tenía, lo demás era solo confusión. ¿Por qué había besado a ese chico? ¿No había otra manera de humillarme?
Di una vuelta quedando boca arriba en mi cama, e intente recordar más sobre la noche de ayer, esperando que funcionara. Pero lo único que lograba recordar de él, eran unos ojos cafés, divertidos e intrigantes. ¿Por qué tenía que recordar justamente esa imagen de él?
¿Por qué tenía que recordarlo como alguien que logro hacerme olvidar todo por más de un instante?
—¡Fue el alcohol! —grite. Sí, mierda, fue el puto alcohol y no aquel pervertido del bar.
Mi teléfono volvió a sonar, y considerando el hecho de que no era de nadie conocido, supe que era del tal David. No había parado de enviarme mensajes, cada vez con una insinuación sexual peor. Deje de revisarlos al llegar al mensaje número trece, y ahora, ya debía estar cerca de los treinta mensajes.
Pero ya no sabía que era peor. La noche del bar y el pervertido, o el hecho de que mi padre dejase una nota diciendo que aun debía cumplir mis responsabilidades en el hospital, y que me estaría esperando. ¡Apenas había pasado un día! No pensaba ir a dar la cara hoy, ni nunca.
Aunque le hubiese dicho a Santiago que enfrentaría la situación, ambos sabíamos que no lo haría de no ser obligado. Por ello había huido de su casa en la primera oportunidad. Afortunadamente Eduardo acepto ayudarme, pese a que le dije que vendría aquí a prepararme para la tarde, y no a ocultarme hasta la anoche. Sí, muy bajo de mi parte.
Quizás estaba exagerando, quizás todo podía resolverse de manera sencilla, ¡pero yo no sabía cómo era eso! Necesitaba ayuda.
—¡Yeray! ¡Abre la maldita puerta! —bueno, Santiago no parecía querer ayudarme, solo obligarme a actuar. ¿Cómo puedes actuar de la manera correcta cuando sientes que incluso es respirar empeora el problema?
—No lo harás salir así, Santi.
—Entonces tirare la puerta.
—¡No! Solo... solo deja que hable con él, ¿sí?
Santiago pareció dudar a la petición de Eduardo, pero como era de esperarse, termino accediendo. Ese chico se había convertido en una verdadera debilidad para mi amigo.
—Bien, pero si no sale en treinta minutos, tirare la puta puerta —y lo siguiente, fue el sonido de sus pasos que se alejaban.
—¿Podría pasar, Yeray? —bueno, él sí parecía querer ayudar.
Me levante y camine hacia la puerta, quite el seguro y deje pasar a aquel chico. Cerré la puerta nuevamente y volví a tirarme en mi cama, bajo la mirada preocupada del peli-morado.
—Sabes que no es la solución.
—Pero no se me ocurre nada más.
—Es porque no estás pensando a como lo harías normalmente. A quien yo estoy viendo ahora no es el chico del que me hablo Santiago.
Suspire. Quizás necesitaba que alguien me dijera lo obvio, rectificarme a mí mismo que no era una pesadilla, y que debía encontrar la respuesta. Me senté en la cama y vi que estaba sentado a un lado de la pared, viendo nada específicamente.
—Te escucho.
—¿Has escrito una carta alguna vez?
—¿A qué se debe esa pregunta?