(Carlos)
La oscuridad solo duro unos segundos. Entonces, regrese a aquella cabaña perteneciente a mi familia. Me encontraba en la sala. No sé dónde estabas tú.
Comencé a caminar indeciso. Cada día escogías un nuevo lugar donde esperarme. Pero lo que me importaba, era que cada día, estabas aquí.
Decidí iniciar por la habitación donde habíamos dormido juntos. Ahí estabas, recostado.
Tu respiración era tranquila, y tu cara era serena. Me acerque en silencio, me puse de cuclillas frente a ti, y acerque mi mano a tu cabello. Te había extrañado mucho.
Pude quedarme así todo lo que pudiese... el resto de mi vida incluso. Solo, aquí contigo. Nadie más.
— Pensé que no volverías hasta mañana —dijiste en medio de un bostezo comenzando a despertar.
— Tengo un nuevo enfermero. Solo lo asuste un poco, y las enfermeras de siempre llegaron a su auxilio —respondí viendo tus brillantes ojos, y sin dejar de acariciar tu cabello.
— No sé si debas seguir haciendo eso Carlos —me reprendiste. Igual que siempre que te mencionaba algo sobre el hospital.
— Es la única manera en que puedo verte —te recordé.
— No necesitas verme —respondiste poniendo un semblante serio.
— Si lo necesito —te respondí del mismo modo.
— No es cierto Carlos. Yo solo quiero que... puedas olvidar, y volver a... ser feliz... aquel chico alegre que yo conocí... quiero que vuelvas a ser él... y no solamente cuando... estemos aquí —dijiste llorando.
No dije nada, solo te abrace. Tú te aferraste a mí, llorando aún más. De nuevo.
— Tú me haces feliz... nadie más. Si tú te vas, yo me desmorono. Solo quiero permanecer el resto de mi vida junto a ti —susurre en tu oído.
Te separaste rápidamente de mí, y me di cuenta que no debí hacer dicho aquello.
— No puedes estar el resto de tu vida en un hospital —dijiste mirándome incrédulo.
— Lo hare si así puedo estar contigo —dije decidido.
— ¡No puedes Carlos! ¡Simplemente no puedes!
— ¿Y por qué no?
— ¡¿Y todavía lo preguntas?! ¡¿Por qué lo niegas tanto Carlos?! ¡ACEPTA LAVERDAD!
— ¡¿Qué maldita verdad?! —grite, completamente alterado.
— ¡La verdad de que estoy muerto!
Ninguno de los dos hablo por algunos segundos. Yo podía verme a mí mismo a través de sus ojos cristalizados, y solo veía mi rosto lleno de lágrimas, y con los ojos llenos de dolor, cansancio y pesadez.
Te levantaste de la cama, cubierto por la cobija y te dirigiste hacia la puerta. Me volteaste a ver. Yo también te vi, pero no hace nada.
— Por favor Carlos. Acéptalo, y supéralo. No quiero que vuelvas a hacer algo malo para que te den tranquilizantes y puedas venir a verme. Según tú, claro. Solo quiero que te recuperes. Adiós Carlos —y saliste de la habitación. Reaccione inmediatamente y me dispuse a seguirte, pero cuando abrí la puerta, tu no estabas.
— ¡No Ale! ¡Vuelve! ¡No me dejes solo! No otra vez...
***