(Yeray)
Mi cara enrojeció de golpe y me separe abruptamente de él.
— ¡¿Q-qué crees que haces?! —pregunte alejándome de él todo lo que podía. Que realmente no era mucho, pues la pared estaba justo detrás de mí.
— Darte un beso, como siempre —dijo restándole importancia.
— P-pero te he dicho que d-dejes de hacerlo... n-no me gusta —desvié la mirada, y trate de pensar en algo que no fuese cuan avergonzado estaba.
— Oh, pero vaya que aun eres un inocente y penoso acerca de estas cosas se burló de mí.
—Ya te he d-dicho que s-solo mi p-pareja ha de besarme en los labios —él rio.
— Pues podría besarte en los labios con libertad, y sin que te pusiese así si fueras mi pareja, Yer —me volvió a mirar con sus lindos ojos negros, que tenían un atisbo de miel. Una extraña, pero hermosa combinación.
— Ya hemos hablado d-de eso Santiago... y pensé que habíamos llegado a un acuerdo...
— Si, no tienes que repetírmelo. Y sabes que estoy de acuerdo con eso... es solo que... quisiera que las cosas cambiaran... para los dos... —suspiro, y no me quedo otra más que mirar hacia sus ojos, que ahora los tenia cristalizados.
— Solo debemos esperar. Estoy seguro de que en la nueva escuela podrás encontrar a alguien quien realmente te guste, y no con quien quieras estar solo porque conoce tu pequeño secreto —dije rodeándolo con mis brazos.
— Ya no quiero llorar más Yer... ya no... —su voz comenzaba a quebrarse y no me quedo otra más que hacer lo que él había hecho hacía unos momentos. Besarle.
— No quiero verte así... y sabes que en cuanto yo o tú, encontremos a alguien a quien queramos de ese modo, dejare de “consolarte” de esta manera... debes comenzar a superarlo... —dije después de haberle dado aquel pico.
— Lo sé, solo lo necesitaba una vez más. Bien, te veré por la tarde, ya te dejare trabajar. Adiós Yer —dijo alejándose del pasillo. Suspire.
Así era él. Huía delos sentimientos. Al menos de los de amor. Le dolía abrir su corazón de nuevo, incluso hacia mí, que tenía toda la vida de conocerle. Pero yo no le culpaba, se lo que pasó, y no tenía por qué hacerlo. A parte de que este no era momento de pensar en aquel pasado de mi amigo, sino hora de ir a ver a mi paciente.
Comencé a caminar rumbo a la habitación del paciente. Me encontraba bastante nervioso, jamás había hecho esto... pero así debe ser con todos y su primer día, ¿no?
Me detuve frente a la puerta y solté el aire que tenía contenido.
Saque de mi bolsillo la llave, y después de girarla, empuje ligeramente la puerta para poder entrar.
No pude decir nada, cuando una voz apagada, y llena de lo que parecía ser tristeza y, quizás, confusión, hablo.
— Volverán a darme los tranquilizantes, ¿cierto?
Mire por toda la habitación intentando encontrar el origen de esa voz. Hasta que note a un chico, de cabello color negro, que miraba hacia un punto en la nada, y sus ojos, en vez de tener ese brillo particular de cualquier “vivo”, estaban tan apagados, que apenas pude notar que no eran del mismo color que su cabello.
— No he venido a eso —respondí, un poco confundido por su mirada, y lo que había dicho.
— Eres nuevo —concluyo sin siquiera verme.