THOMAS
Era lunes y la empresa estaba repleta de gente yendo de acá para allá, cada uno haciendo lo que debía como abejas en una colmena.
Excepto que estas abejas no visten de elegantes trajes ni llevan un portafolios en la mano.El edificio, uno de los más famosos por su éxito de la ciudad, se compone de cuatro pisos siendo el cuarto en donde se encontraba mi puesto. Sí, en lo alto del rascacielo.
Estaba llegando tarde; si tan solo hubiera puesto la alarma diez minutos antes me hubiese ahorrado diez minutos de retraso y no me descontarían esos malditos minutos del sueldo. Así de estrictos son.
Mi oficina está pasando la de "el jefe", como desea que le digamos. Sigo sin poder creer que tenga mi misma edad pero yo deba hacer lo que el diga; muchos se esfuerzan duro para conseguir ese bendito puesto y él solo por ser el hijo del dueño de la empresa lo dejan ser el jefe de tu mejor amigo. Antes íbamos a la escuela juntos y éramos mejores amigos, para aclarar. En fin, solo ruego que no me vea pasar.
-Tarde, Thomas, como siempre -. Mierda.
-Oye, vamos Minho, esta será la última vez, te lo prometo.
-Eso me dijiste ayer, ¿lo recuerdas?
-Bueno... es que... ayer... ¡Espera! Escucha, anoche estuve terminando todo el papeleo que me habías pedido sin falta para hoy...
-Y... ¿lo tienes?- dice, como si fuese lo único que le importara.
Saco de la maleta las cientos de hojas que estuve preparando para hoy.- Aquí-. Se las entrego y me las recibe con una sonrisa y unos ojos achinados.
-Así se hace Tom, continúa así y con mucha suerte te ascenderé.
-¿Podrías de dejar de llamarme Tom?
-Cuando tu dejes de llamarme chino.
-Eso nunca pasará. Y hoy no te he dicho chino
-Pero lo pensaste.
-Tal vez-. Reímos por lo bajo y él acomoda su despacho como para estar apunto de comenzar una larga charla.
-Mi padre quiere aceptar gente nueva a la empresa. Dice que los nuevos tienen nuestra edad y que "si nosotros podemos administrarla ellos también podrían ser de gran ayuda". Y, ya sabes, mientras mayor cantidad de empleados mejor.
-Es una buena idea, así podremos tomarnos tiempos libres, hacer lo que querramos y decirles que hacer a esos cerebritos.
-Hablando de cerebritos, vendrán dos de ellos en unos minutos- dice mirando su reloj- y serán nuestros asistentes el tiempo que sea necesario para evaluarlos y esas cosas. Yo me quedaré con uno y te daré la libertad de eligir al tuyo.
-¿En serio? ¿Para mí solo? - el asiático asiente con la cabeza- ¡Genial! Será como tener un mayordomo o como la servidumbre pero en el trabajo y podré ordenarle lo que quiera... ¿puedo hacer eso?- vuelve a asentir con la cabeza- Fantástico. Gracias, chino, digo, Minho-. No me despido y salgo de su oficina para conocer a mi nuevo asistente, pero retrocedo hasta la puerta por donde asomo la cabeza.- ¿En dónde se supone que están nuestros futuros esclavos?
- Segundo piso, puerta 18 al fondo-. Contesta sin mirarme pero tampoco le presto atención ya que estoy al tope de la emoción. Recuerdo haber tenido un asistente en mi antiguo empleo pero creo que renunció. Decía que estaba harto de mí y ya no me podía soportar. Cretino.