Tap tap tap.
Desgraciado ruido que no había dejado de sonar en los últimos 30 minutos. Sabía que solo existían dos opciones posibles: o que esta persona X tuviera algún problema con un tic nervioso o que deliberadamente quisiera echar lo poquito que me quedaba de buen humor-tras el incidente de esta mañana- por los suelos.
Hay millones de razones incomprensibles por las que uno decidiría hacer una cosa u otra. Y parecía que la de Dante era el ser una mosca cojonera. Aquí la definición: se dice de ese bicho molesto que ronda alrededor de ti obligándote a sacar a la luz tus instintos más primitivos para sobrevivir: aplaudir al aire con la esperanza de alcanzar al molesto bicho.
Me giré conteniendo la creciente sensación de impaciencia que solía corroerme en situaciones tan extremas como el golpeteo de un bolígrafo contra la mesa. Respirando pesadamente y contando hasta diez, dibujé en mi rostro una sonrisa de medio lado. De saber que mi comentario dañaría su orgullo de hombre, le hubiera sacado más jugo a la conversación.
-¿Dante?- susurré mientras el profesor se giraba a escribir en la pizarra.
- ¿Sí?- sonrió maliciosamente.
-¿Eres tú el que está haciendo ese ruido?
- Sí, ¿por qué?- preguntó levantando una ceja- ¿Acaso te molesta?- me estudiaba inocentemente, una sonrisa cínica en sus labios.
- Digamos que tras media hora escuchándolo, se hace un poco repetitivo ¿sabes? Al menos podrías probar con otra melodía.
- Ohhh, pero entonces no sería tan divertido ¿no?- en ningún momento se desvaneció de sus facciones esa sonrisa presuntuosa que tan bien conocía. Su porte recio y vanidoso desprendía excesiva confianza, como si fuera capaz de adivinar cada uno de mis movimientos con previa antelación.
- Mira, es mi primer día de clases y no quiero problemas ¿vale? Quédate fuera de mi camino y yo haré lo mismo. En esta academia hay literalmente suficiente espacio como para no entrometernos en la vida del otro- aseguré convenciéndome firmemente de que esta era la mejor solución.
Dante me estudiaba impasible. Era tan difícil leerle, como si tuviera que ojear entre líneas para siquiera revelar un atisbo de lo que realmente estaba pensando o sintiendo.
Caímos en un silencio cómodo, simplemente observándonos. No sé en qué momento mi mirada se suavizó sobre la suya, ni mi cuerpo se relajó ante el de él.
-¿Skyler?- Dante me observaba ligeramente confuso ante mi repentino cambio de humor.
Inesperadamente, le ofrecí mi mano, tendiéndola enfrente de él. Debajo de su inmensa tontería y fachada de engreído insensible, quizás pudiera des-cubrirle o quizás, por otro lado, aquello solo me llevaría a un súmmum de su aparente idiotez.
De todas formas, merecía la pena intentarlo.
-Te respetaré. Con la única condición de que reciba el mismo trato a cambio- solté decidida.
Tras segundos de vacilación, lentamente dejó caer su mano, apretando la mía y acariciando mis nudillos en el proceso. Tragué nerviosa ante el tacto de su piel contra la mía. Solo había sido un mero roce, pero el cosquilleo permanecía, ascendiendo impetuoso por mi brazo.
-¿Señorita Walsh es usted abstraída por naturaleza o simplemente encuentra agradable el disfrutar de la vista de niños bonitos? - el Sr. Andersen alzó la voz, lo suficientemente alto para romper mi pequeña burbuja que progresivamente había formado a nuestro alrededor.
Desviando mi mirada de la de Dante, me giré automáticamente en el asiento, desenredando nuestros dedos que habían permanecido enlazados en un fuerte agarre. Todos los ojos estaban puestos en la chica nueva como si esperasen que actuara en base a alguna fórmula o ecuación matemática.
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Give me love.
RomanceEscapar. Eso es lo único que Skyler ha deseado este último año. Todavía podía ver a su madre trasteando en la cocina como una loca mientras que su padre leería tranquilo en el sofá. Un cúmulo de sentimientos se asentaría en su estómago ante el recu...