Capitulo 1

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Era lo mismo de siempre, pero diferente a la primera vez. Se sentía como si mi esternón fuera una puerta en la que alguien más o menos había introducido y girado una llave. La puerta, mis pulmones, quería abrirse, quería parar de luchar contra la llave retorciéndose. La parte más primitiva de mi cerebro, la que está diseñada para sobrevivir, quería que respirara. Sin embargo, la parte más fuerte de mi cerebro estaba también peleando contra la necesidad de poder dejar correr el agua en su interior. El agua oscura cogió, revolvió y encontró agarre en cualquier lugar que pudo. Mantuve los labios apretados y los ojos cerrados con fuerza, aunque necesitaba desesperadamente la vista para escapar de esta pesadilla. Sin embargo, el agua seguía entrando en mi boca y nariz en pequeños sorbos. Incluso mis ojos y oídos no podían aguantarlo. El agua se envolvía alrededor de mis brazos y piernas como una tela cambiante. Tirando y tirando de mi cuerpo en todas direcciones. Yo estaba enterrada bajo capas y capas de escurridiza, tela retorcida, y no iba a arañar para abrirme camino. Había forcejeado durante mucho tiempo, peleado muy duro, y ahora mi cuerpo estaba debilitado por la falta de oxígeno. El movimiento de mis brazos hacia lo que supuse que era la superficie se volvió menos exagerado, como si la tela invisible a mí alrededor se hubiera espesado. Sacudí la cabeza literalmente por la necesidad de respirar. Yo gritaba: ¡No! en mi cabeza. ¡No! Pero el instinto era algo evasivo, demasiado, definitivo e ineludible. Mi boca se abrió y respire. Y como siempre hacía, excepto la primera vez que experimenté esta pesadilla, me desperté. Mis ojos permanecieron cerrados y yo continuaba boqueando. Esta vez mis bocanadas trajeron tragos de aire, pero no el agua salobre que había inundado mis pulmones y parado mi corazón durante aquella primera pesadilla.

Ahora el aire era inútil, sin sentido en mis pulmones muertos. Aun así sentía una apagada alegría ante su presencia: aunque mi corazón ya no latía, el aire significaba que ya no me estaba ahogando. Todavía me sentía un poco idiota por estar asustada. Después de todo, no es como si pudieras morir dos veces. Y yo ya estaba muerta, eso estaba seguro. Me había llevado un tiempo aceptar este hecho, quizá años, el tiempo se convierte en algo muy incierto con la muerte. Años de vagar, confundida y distrayendo con cada imagen y sonido. Gritándole a los transeúntes, pidiéndoles que me ayudaran a comprender por qué estaba tan perdida o incluso simplemente que reconocieran mi presencia. Podía verme, pies descalzos, vestido blanco, y cabello castaño oscuro que se había secado en gruesas ondas, pero otros no podían. Y nunca había visto a otra persona como yo, alguien muerto, así que realmente no había punto de comparación. Las pesadillas fueron las que me hicieron finalmente ver, y aceptar, la verdad. Al principio nada en mi errante existencia me trajo recuerdos de mi vida, nada más que la esquiva familiaridad de los bosques y caminos por los que anduve. Pero entonces empezaron las pesadillas. De repente y sin previo aviso caigo en periodos de inconsciencia. Durante ellos me ahogo de nuevo. Sólo después de las primeras pesadillas, las vi como lo que eran: el recuerdo de mi violenta muerte. Así que los recuerdos de mi mente habían vuelto. Sin embargo, sólo unos pocos recuerdos de mi vida vinieron con ellos: Mi nombre, Camila , pero no mi apellido, mi edad cuando morí, dieciocho, pero no mi fecha de nacimiento; y, por supuesto, el hecho de que aparentemente me había lanzado desde un puente hacia la tormenta que inunda del río. Pero no la razón porque lo hice. Aunque no podía recordar mi vida y lo que había aprendido en ella, aún tenía algunos recuerdos vagos del dogma religioso. Los pocos principios que recordaba, sin embargo, con toda certeza no explicaban este tipo particular de vida de ultratumba. Las colinas arboladas y polvorosas al sureste de Oklahoma no eran mi idea del cielo; no con la constante revisión de la escena de mi ahogamiento. La palabra "purgatorio" viene a mi mente después de despertarme de cada pesadilla. Llevaría a cabo mi pequeña horrible escena y luego me despertaría, tragando y llorando sin lágrimas, en el mismo lugar exacto cada vez. No importaba por donde hubiese estado vagando cuando estaba inconsciente: una vía de tren abandonada, un bosque espeso de pinos, un restaurante medio vacío, mi destino era siempre el mismo. Y cada vez que la pesadilla acababa, me despertaba en un campo. Siempre era a la luz del día, y siempre estaba rodeada de hileras de lápidas. Un cementerio. Probablemente el mío. Esperaba no averiguarlo nunca. Quizá podría haber buscado mi lápida. Podría haber aprendido más sobre mí misma, sobre mi muerte. En su lugar, me levantaba de las malas hierbas y me precipitaba hacia la puerta de hierro que rodeaban el campo, corriendo tan rápido como mis inexistentes piernas me llevaran. Y así era mi existencia: un montaje de andanzas sin rumbo; ocasionalmente una palabra dicha a un desconocido que no podía oírme; y después las pesadillas y los subsiguientes escapes apresurados de mi lugar de vigilia. Hasta esta pesadilla. Esta pesadilla había empezado igual. Y como hacía siempre, acabó con un despertar terrorífico. Pero esta vez cuando finalmente abrí los ojos, no vi la luz del sol de un abandonado cementerio. Sólo vi negro. La inesperada oscuridad trajo de vuelta el terror, los jadeos frenéticos. Especialmente porque, después de lo que habría sido sólo un latido de mi corazón, reconocí mi localización. Estaba flotando otra vez en el río. Mis tragos renovados, sin embargo, no arrastraban el agua fangosa que me rodeaba. Mi cuerpo continuaba tan insustancial como lo había estado antes de esta pesadilla. Flotaba, sin que le afectara la corriente ni los tirones del agua. Esta vez las cosas eran diferentes, aunque en la oscuridad, la retorcida escena parecía casi la misma que en cada uno de mis horribles sueños. Casi. Porque esta vez no era yo la que se estaba ahogando. Era ella.

Más allá de la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora