Capitulo 3

301 21 0
                                    

Pasaron dos días. Pasaron, probablemente no muy notable para los vivos, pero extraordinarios para mí. Nunca había tenido la necesidad de contar el paso de los días. El sol salía y se ponía sin tener ningún efecto sobre mí, excepto mi visión oscura por la noche. No necesitaba dormir, y mi falta de compañía durante la luz del día no cambiaba con la puesta de sol. Cuando empezaron las pesadillas -desgarrándome de mi desvelo hacia un terror inconsciente y después a la desconocida luz del día- había perdido la voluntad de marcar el tiempo por completo. Hasta ahora. Ahora ni podía parar de contar cada momento a solas que pasaba. En la primera noche, mientras miraba una ambulancia conducir a la distancia, pensé fugazmente en seguirla a pie. Pero al final rechacé la idea. Incluso a pesar de que podía viajar instantáneamente a través del espacio y el tiempo en mis pesadillas, no había descubierto cómo hacerlo cuando estaba despierta. Me seguí moviendo a un paso normal humano, y podría probablemente andar por años antes de encontrar el hospital en el que habían llevado a la chica. No sé me había ocurrido hasta que vi el último coche irse de la orilla del río de que podría haber estado en un asiento vacío, quizá ir con el conductor hacia el hospital... ¿y entonces qué? La idea de polizón con un desconocido en el que había una mínima posibilidad de que fuera al hospital, vagar perdida por los pasillos buscando a otra desconocida -bien, me sentí tonta e irracional imaginándolo. Por supuesto, dar vueltas alrededor de la escena de mi muerte tampoco parece muy racional. Desde la orilla del río, miraba como la policía barricaba la brecha del puente por encima de mí. Los miraba como a un equipo de demolición, completamente ajena a su audiencia, remolcando el coche empapado de la chica del agua. Mientras estas actividades se tomaban a cabo, me cuestioné mi deseo de quedarme aquí-realmente, ¿Quién no estaría interesado en estas cosas?

Pero después de que terminaran, cada momento que pasaba aquí me hacía sentir más y más tonta. Durante un tiempo estuve justificando mi necesidad de quedarme aquí. Me dije a mi misma que necesitaba un rato para reorganizar mis sentimientos antes de que empezara a vagar sin rumbo de nuevo. En el fondo, sin embargo, sabía la verdad. Sabía la verdadera razón por la que no quería dejar el río. Ya no quería vagar sin rumbo. Quería vagar hacía un lugar concreto. Quería vagar hacía alguien.  Alguien que había estado muy cerca de morir (o en realidad murió; no estaba segura) en este río. Alguien quien, al hacerlo, me había cambiado de manera irrevocable. Hubo señales, aparte de mi falta de voluntad para irme, de que había habido un cambio. Primero, no sabía que consideraba yo como "flashes". Iba a estar andando por el bosque al lado del río, o por lo largo de la orilla, y un flash sucedería. Una imagen -clara y colorida, y llena de olor y sabor- aparecería en mi mente y desaparecería tan rápido como había llegado.  Como en mis pesadillas, los flashes ocurrían inesperadamente. Pero en lugar de terror o dolor, los flashes traían algo infinitamente más atractivo: sólo podía asumir que eran memorias de mi vida antes de morir. Nada significativo había aparecido aún: un lazo negro ondeando en el viento, el sonido de los neumáticos chirriando sobre el suelo, el olor a tierra mojada en una tormenta de primavera. No había gente, no habían nombres, no habían escenas para darme alguna información sobre quien era o por qué morí. Realmente no tenía experiencia del gusto y los olores. Las cosas que ocurrían en los flashes eran más como fantasmas de estas sensaciones. Pero eran suficientes. No obstante lo poco que vi, me convencía más de que estas imágenes eran mías. Los recuerdos de mi vida, liberándose de la niebla que la muerte había envuelto alrededor de mi mente. Y fue gracias a ella. Porque me miró. Porque puso su mano en mi mejilla, puesta tan natural y tan fácilmente como si hubiésemos estado hechas del mismo material. Piel, sangre, huesos. Respirando, mirando, tocando. El simple recuerdo de su piel en la mía me hacía estremecerme. Pero no un cosquilleo, un estremecimiento imaginario -era una sensación. Una actual, psicológica sensación. Y después, más milagrosamente, el cambio a mi nueva existencia. La primera vez que sentí algo fue la noche del accidente. Mientras estaba de pie en la orilla del río mirando las luces de la ambulancia desvanecerse, me di cuenta de algo extraño, la sensación de alfileres y agujas en las plantas de mis pies. Mire hacia ellos, confusa y asustada. De repente, pude sentir el barro entre los dedos y el cosquilleo de la hierba seca contra los pies descalzos. Entonces, tan abruptamente como había comenzado, la sensación terminó. La situación me había asombrado, como mínimo. Había estado por mucho tiempo desesperada para despertar, físicamente. Había querido sentir algo, cualquier cosa. A pesar de que podía poner mi mano sobre algún objeto, presionarla contra este, nunca importaba. No sentía nada. Nada más que una presión sorda que me impedía ir más allá. Mi otra vida había probado todos los estereotipos sobrenaturales mal. No podía andar a través de las paredes o flotar de una habitación a otra. La gente viva que venía hacia mí no andaba a través de mi cuerpo sino que parecía moverse a mí alrededor sin darse cuenta, como si tan sólo fuera un obstáculo en su camino. La única cosa que podía sentir, que me podía afectar, era yo misma. Podía tocar mi pelo, mi vestido, mi propia piel. Tras una temporada esto dejo de consolarme. En realidad, pasó a ser más una gran, horrible broma: estaba atrapada en una prisión de uno. Era como si existiera en mi pequeña y propia dimensión, invisible e inaudible para los demás pero enloquecedoramente consciente de mí entorno. No tengo palabras para describir el modo en el que esto me hace sentirme: no sólo invisible, sino también sin el poder del olfato, el gusto e incluso el tacto. Así que, ¿Cómo puedo describir el modo en el que me siento cuando me di cuenta que mis únicas sensaciones físicas ocurrían en mis pesadillas en las que recordaba mi muerte? O, alternativamente, ¿Cómo describía el tacto de una mano en mi mejilla después de tanto tiempo? No sólo el propio tacto fue extraordinario, pero sólo este abrió una especie de avalancha de sensaciones. En los dos días siguientes al accidente, y en los momentos más extraños, sentía cosas del mundo vivo. Cosas como la áspera corteza de la encina de un árbol contra el que me apoyaba, o una pequeña gota de lluvia cuando una breve ducha pasaba por encima del río. Estos sentimientos iban y venían rápidamente, fuera de mi control.

Sin embargo, encontré que podía tener el control de uno de ellos: la emoción que pasaba por mis venas cada vez que pensaba en su piel. Esta emoción dio luz a un inquietante parecido a un pulsó aumentando en mis muñecas y en el cuello, así que traté de repetirlo tantas veces como pude. Estaba pensando en su piel de nuevo cuando un flash se repitió. Sin previo aviso, un aroma me invadió, capturándome por completo. Me quede helada donde estaba, olfateando el olor de un grupo de moras de verano que se aferraban a una zarza a lo largo de una línea de árboles. Me incliné más cerca de ellas, respirando su olor, ácido y maduro bajo el sol del mediodía. Aunque el olor no tardó mucho en desvanecerse y el entumecimiento volvió lentamente hacia mí, me reí en voz alta. Esta fue la segunda vez que me reí en mi otra vida, y quise que hubiera más. Sin pensarlo, corrí hasta el terraplén de hierba hasta el puente. Delimitador de altas colinas en un sólo aliento. O ningún aliento. Súper chica muerta. Reí de nuevo, sintiendo vértigo cuando llegué a la cima de la colina y empecé a cruzar la hierba. Cuando crucé el hombro de la carretera, de algún modo, me congelé, un pie descalzo sobre el pavimento y el otro sobre la hierba, los brazos en una imitación de un artista del trapecio. El camino del puente alto. Las palabras fueron susurradas como una amenaza en mi mente, e inmediatamente tuve el urgente deseo de escapar de ese lugar. Podía sentir un roedor en la parte trasera de mi menta, una picazón arrastrándose de arriba abajo por mi piel. ¿Estaba empezando una pesadilla? No, esta sensación era diferente a la aprensión, una que nunca antes había experimentado. Negué con la cabeza. Estaba empezando a ser ridícula. Después de todo, estaba muerta. ¿Qué podía asustarme? Me forcé a mover el pie fuera de la hierba y dar un paso dentro del pavimento. Mis piernas se movían casi involuntariamente, y cada paso me hacía sentir un desgarrado hormigueo por mi columna vertebral. Esto es estúpido, pensé. Enderecé mi espalda. Me negué a esconderme al lado de la carretera como un perro con su pelo de punta. -Muévete -me ordené a mí misma. Camine hacia delante con un propósito, aunque todavía un poco rígida. Cada paso me desalentaba más, pero no reduje la velocidad hasta que crucé la mitad del puente.

Sólo me detuve cuando llegué a la brecha irregular en la barandilla de metal hasta mi cintura, a mi derecha. Una cinta amarilla de policía y unas pocas barras de madera se interponían entre la brecha y la carretera, listos y dispuestos para mantener nada de la caída del puente. La barandilla rota colgaba sobre el borde del puente en ambos lados de la brecha, balanceándose suavemente con la brisa. El coche de Lauren había sido arrancado de un agujero de por lo menos seis pies de ancho en la barandilla antes de volar al río. Me estremecí por la idea del accidente como por la del sonido de su nombre en mi cabeza. Envolviendo mis brazos alrededor de mi cuerpo, libré una tímida mirada al suelo. Rayas de caucho negro recorrían el pavimento de cuando sus neumáticos habían hecho el inútil intento de evitar salir por el borde. Fue entonces cuando escuché el grito, el terrible, repique grito que hubo detrás de mí. De hecho, me levanto del suelo al aire. Un improperio, uno que no sabía que sabía, salió de mi boca cuando me di la vuelta para enfrentar el sonido. Sólo entonces, me di cuenta que el horrible sonido no había sido realmente un grito, después de todo. Había sido el sonido de unos neumáticos chirriando tras una parada repentina. A sólo diez metros de mí, un coche negro estacionó y abrió la puerta.  Sin pensarlo, me relajé. Mis instintos fantasmales aparecieron y me dijeron que no había necesidad de correr, no había necesidad de tener miedo de nada. Porque si conducía un coche, no podía herirme. No podía verme. Pero obviamente mis instintos habían olvidado la única excepción a esa regla, aunque no mi corazón. Una chica salió del lado del conductor y cerró la puerta. De perfil podía ver que tenía los labios gruesos y la nariz fina, con una leve curva, como si se hubiera roto una vez, pero ya estuviera bien fijada. Tenía el cabello negro y los ojos grandes y esmeraldas. Cuando sus ojos encontraron los míos, me di cuenta de que ese color parecía mucho más saludable que cuando la vi la última vez. -Tú, ¡eres tú! -gritó, señalándome. Sin pensarlo, me di la vuelta y corrí.

Más allá de la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora