Lauren sabía que nos costaría al menos veinte minutos llegar desde el colegio hasta la primera dirección que había apuntado en un pedazo de una hoja de su libreta. Sacó un teléfono pequeño. (Había visto móviles cuando estaba viva, estaba segura, pero ninguno de ellos cabía en la palma de la mano como este.) A través de ese prácticamente invisible aparato, llamó a su madre para decirle que llegaría tarde. Tras encargarse de eso, Lauren condujo en silencio, lanzando ocasionalmente alguna mirada preocupada en mi dirección. Estoy segura de que se daba cuenta de que estaba demasiado inmersa en mis propios pensamientos como para mantener una conversación.
Pero, para ser justos, lo que había en mi cabeza no eran exactamente pensamientos. Eran imágenes y sonidos, acompañamientos a los vagos y borrosos recuerdos de mi familia. Gente que había desaparecido de mi mente desde la última hora. Gente a la que vería, por primera vez en más de una década, en sólo unos minutos.
Lo primero y lo más desconcertante, fue ver la cara de mi padre. Una extraña neblina cubría la mayor parte de mi memoria, ocultando el entorno y el resto de gente que formaba parte de la escena. Pero allí, claro e inconfundible en el centro de la imagen, estaba mi padre. En el contorno de sus ojos cafés se formaban las arrugas mientras se pasaba una mano por su castaño cabello. Entonces, de repente, la imagen se convirtió en una mujer. Mi madre. Estaba sentada en un raído sillón reclinable, quizás el que había en nuestra sala de estar, y elevaba la vista hacia mi padre. No, hacia mi padre no. A la pequeña bebida de color ámbar que llevaba en la mano. Papá solía beber en Navidad, y a mi madre no le gustaba.
Pronto esas imágenes se mezclaron con el paisaje que pasaba volando por la ventanilla del coche. El efecto empezó a marearme y, al final, acabó por provocarme náuseas. Era un sentimiento extraño considerando que los fantasmas no se ponen enfermos. Me incliné levemente, colocando los codos en las rodillas y me froté las sienes con las puntas de los dedos.
—¿Camz? ¿Estás bien?
Sin quitarme las manos de la cabeza, le eché una mirada a Lauren entre los dedos. Mientras intentaba mirar a la carretera, ella también me lanzaba tantas miradas de reojo preocupadas como podía sin que el coche acabase en la cuneta.
Suspiré y me apoyé en el asiento.
—No, no estoy bien —contesté con una sonrisa lánguida—. Es que
sigo... recordando cosas. Gente, en realidad. Mi familia. Así que, como es lógico, estoy aterrorizada. —Sí, yo también, más o menos. Fruncí el ceño. Esa tarde Lauren había estado totalmente segura,
segura de que descubrir mi apellido y a mi familia era la decisión correcta. Ahora su seguridad parecía tambalearse.
—¿Por qué ibas a estar tú asustada, Lauren?—Bueno, supongo que más que nada estoy nerviosa —dijo—. Por ti. Asentí, riendo en silencio.—¿Te enfadarías si te digo que me alegra oír eso? Lauren rió también. —Para nada. Estamos juntas en esto, ,¿no?—Supongo que sí —dije con una sonrisa apenas visible.—Entonces —continuó Lauren— ¿quieres que hablemos, para
distraernos? Podemos seguir hablando de cosas serias, si quieres.
Pensé en su sugerencia. En realidad, distraerse de mis recuerdos sonaba bien. Incluso si eso suponía hablar de los mismos recuerdos. Al menos, no estaría sola con ellos en mi cabeza.
—Sí —dije—. Me parece una buena idea.
Lauren asintió. Me lanzó una rápida mirada, llena de preocupación, de las que me lanzaba cuando quería preguntarme algo que no sabía si me ofendería.
—¿Le preocupa algo Srita. Jauregui ? —Me obligué a ponerle un tono de broma a mi voz, intentando ocultar la tensión y los nervios.
—Estaba pensando en que da asco.—¿Qué da asco? —pregunté con una sonrisa.—Que murieses en tu cumpleaños. Mi sonrisa desapareció.—Ah. Eso.Lauren no contestó, pero levantó una ceja. Sabía por su expresión que no estaba intentando que dijese nada más. Simplemente, ella tampoco sabía qué más decir.
—Al parecer —dije, sin esperar a que Lauren encontrase su respuesta. —¿Al parecer? —Al parecer morí en mi cumpleaños. Realmente no recuerdo mi muerte. —Pero estás empezando a recordar otras cosas, ¿no? Como tu familia. —Sí, más o menos. Pero no mi muerte. Bueno, nada excepto la parte
exacta en la que muero. No recuerdo por qué estaba en el agua cuando me ahogué. —Me estremecí ligeramente y continué—: Quizás esto forme parte de ser un fantasma. No recordar la mayoría de las cosas relacionadas con tu muerte.
—¿Quieres saber el resto?
—No sé, no estoy segura. Verás... —Busqué una buena analogía, pero sólo encontré una mediocre—. Lo único con lo que lo puedo comparar es con un accidente de coche, o romperse una pierna o algo así, y no querer mirar porque sabes que no será agradable, pero al mismo tiempo querer mirar.
Lauren se quedó callada un momento. Frunció el ceño justo antes de lanzarme una mirada cautelosa.
—¿Crees que el problema puede ser psicológico? —preguntó—. ¿Y no sobrenatural?
—¿Eh? —Fruncí también el ceño e incliné mi cabeza hacia el lado.
—Bueno, quizás tú misma estés bloqueando esos recuerdos inconscientemente. Quiero decir, esos recuerdos no vuelven a ti, pero hay otros que sí.
Giré la boca, reflexionando sobre lo que acababa de decir. Después de unos segundos, asentí.
—Es posible, sí.
Ella me miró otra vez, con la preocupación aún en sus ojos. Cuando habló, lo hizo con la duda en su voz.
—Entonces... eh... ¿crees que te suicidaste? Bajé la cabeza. Por supuesto que iba a hacer esa pregunta. Dije en voz alta—: ¿Sabes? Siempre pensé que lo había hecho. Mi
muerte parecía muy deprimente, así que no era descabellado pensar que mi vida también lo hubiese sido. Pero últimamente, desde que te conocí, ya no estoy tan segura. Sé que caí desde el puente. Pero ya no estoy segura de que saltase.
Lauren me sorprendió cogiendo mi mano de mi regazo y entrelazando sus dedos con los míos.
—Puede que no lo hicieses. De hecho... apuesto a que no lo hiciste. Tú no eres así. Para nada.
Noté que mi cabeza flotaba y le dediqué una sonrisa cada vez más amplia. El dolor se desprendía de mi pecho en templadas ondas, imitando el calor que ahora sentía en mi mano.
Quizás Lauren se equivocaba. ¿Y qué? Quizás me suicidé, quizás no. Posiblemente nunca lo supiésemos, pero Lauren creía que no lo había hecho. Ella creía que yo era mejor que eso, en mi vida y ahora. Que ella creyese en mí, removió algo en mi interior que insistía en que quizás, sólo quizás, yo no hubiese hecho nada para merecer esa muerte.
Antes de que pudiese decirle nada a Lauren , de repente echó un vistazo a mi ventana y frunció el Ceño. Redujo la velocidad antes de girar hacia una carretera secundaria.
Al darme cuenta de lo que estaba pasando, me quedé paralizada mirando a Lauren con una sensación de terror renovada. Me negaba a mirar fuera del coche ni siquiera un segundo, así que mantuve mis ojos fijos en su sombría expresión. Por un breve instante deseé estar de vuelta en la niebla. Para recobrar la paz y poder prepararme para lo que iba a suceder a continuación. La voz de Lauren me obligó a concentrarme.
—Hemos llegado.
Para mi sorpresa, sus ojos reflejaban mi propio pánico. Tragué saliva y apreté su mano con más fuerza. Ella también apretó la suya para hacerme saber que no le importaba que nos quedásemos así sentadas toda la tarde, mirándonos la una a la otra en lugar de a la casa que había a nuestras espaldas.
Pero no podíamos quedarnos así para siempre.
Con dolorosa y casi chirriante lentitud, solté la mano de Lauren y me giré en mi asiento hasta estar frente a la ventanilla del pasajero.
Al otro lado de un césped de postal había una pequeña casa de madera, de no más de cien metros cuadrados y no menos de cincuenta años. La pintura exterior era blanca y había empezado a desconcharse hacía mucho tiempo, y el tejado se hundía bajo el peso del recuerdo de medio siglo de nieve. Detrás del edificio se extendía el césped había crecido hasta el punto donde empezaban las gruesas maderas que rodeaban el patio trasero.
—Esta era la casa de mis padres. Mi casa.
Había dos surcos en paralelo en la tierra que había al lado de la casa. Era un camino de entrada, pero ahora no había ningún coche.
—No están en casa.
Las palabras salieron atropelladamente de mi boca antes de que me diese tiempo a pensar en su significado.
Parpadeé, sorprendida por la facilidad de tal afirmación. No había visto esa pequeña casa destartalada en muchos años, y mucho menos había visto el coche de mis padres aparcado fuera. Y sin embargo, de repente recordé exactamente el aspecto de la casa cuando estaba vacía.
La voz de Lauren casi me hizo saltar en mi asiento. —¿Quieres ir a verla? Asentí sin mirarle. Ni siquiera aparté los ojos de la casa cuando Lauren salió del coche, abrió la puerta y me ayudó a salir. Aturdida, caminé cogida a su mano por el césped de la entrada. No fue hasta que ella puso un pie en el porche cuando tiré de su mano para que parase.
—¿Qué vas a decir? —le pregunté—. Si resulta que hay alguien. —Estaba pensando en eso. ¿Qué opinas? ¿Vendedora de aspiradoras? —¡No tienes ninguna aspiradora! —dije entre dientes. —¿Recaudación de fondos para el equipo de Softball? —Mejor. Algo así. Algo más preparadas, caminamos hasta la puerta principal. Cuando Lauren soltó mi mano, se giró y me dedicó su sonrisa más tranquilizadora, la cual, desafortunadamente, contenía casi tanto miedo como el que yo sentía. Entonces levantó la mano derecha y golpeó la puerta.
La puerta se entreabrió al contacto con Lauren. Las dos dejamos escapar un grito ahogado y dimos un paso hacia atrás.
Al otro lado de la puerta, un vestíbulo oscuro llevaba a la parte trasera de la casa. Nos costó unos segundos darnos cuenta de que el vestíbulo estaba vacío y que nadie había abierto la puerta. Debía haber estado ya entornada, y Lauren sólo la había empujado al tocar.
Tuve un destello fugaz, una imagen de esa puerta abriéndose bajo la mano de una mujer.
Mi madre siempre hacía eso —susurré, señalando con la cabeza—. Se olvidaba de cerrar la puerta cuando salía.
—¿Qué hacemos? —contestó Lauren también susurrando. —Entremos. La aparté y pasé, escurriéndome entre la puerta y su quicio para que no nos diese tiempo a discutir el plan. Después de que ella cerrase la puerta detrás de nosotros, dejé que mis ojos se acostumbrasen a la oscuridad. Estábamos en medio del vestíbulo, alrededor del cual había varias habitaciones. Justo a mi derecha estaba la sala de estar, abarrotada de mobiliario de segunda mano y una vieja televisión. La entrada a otra habitación se veía al fondo, en la derecha. Desde allí podía ver una pequeña cocina, justo al lado de lo que parecía ser un baño aún más pequeño. Me giré ligeramente hacia mi izquierda y me quedé mirando la puerta que había detrás de mí, que estaba cerrada. Por mucho que intentase fingir tranquilidad, tuve que reprimir un grito de sorpresa por la desbordante familiaridad de la casa: el sonido del crujir de la madera, el constante goteo del grifo de la cocina en la parte de atrás, la imagen del descolorido papel rosa en mitad de la puerta cerrada a mi izquierda.
No lo pude evitar. Un gimoteo se escapó de mi boca cuando apreté mi mano contra mi pecho. El dolor que ahora invadía mi corazón era nuevo, y no era ni mínimamente tan agradable como fue el que sentí con Lauren. Este dolor era horrible. Apretaba mis pulmones y podía oírme a mi misma empezar a hiperventilar.
En un instante Lauren había rodeado mi cintura con sus manos y me apretaba contra su pecho. Era lo más cerca que habíamos estado nunca, pero no podía dedicar ni una parte de mi atención a disfrutar de ello.
—Podemos irnos —murmuró Lauren entre mi pelo—. Podemos irnos ahora mismo.
Sacudí la cabeza. —No. —La palabra sonó baja y áspera—. No puedo irme aún. Podía sentir a Lauren asentir mientras me acercaba incluso más a ella.
Nos quedamos así hasta que dejé de jadear. Cuando mi respiración volvió a la normalidad, Lauren me soltó. Me miró de arriba a abajo, deteniéndose en mi cara.
—¿Sabes? —dije con una risa temblorosa—. Creo que puede que fuese asmática cuando estaba viva. Con todos esos jadeos y demás.
Lauren sacudió la cabeza ante mi fallido intento de frivolidad.
¿De verdad quieres quedarte?Apreté mis labios fuertemente y asentí.—Bueno... ¿y entonces, qué es lo que quieres ver primero? —preguntó. Lo pensé un momento y entonces moví rápidamente la cabeza hacia la
puerta de la izquierda.—¿Podemos ir a mi antigua habitación?—Vvvale. Como siempre que quería mostrar precaución respecto a algo, alargó laV. Todavía sonaba preocupada, como si no estuviese segura de que estuviese preparada para eso. Yo mantuve una expresión imperturbable e intenté parecer estar lista para cualquier cosa. Viendo esto (pero obviamente, sin creerlo del todo), Lauren estiró el brazo para girar el picaporte de mi antigua habitación.
La puerta se abrió, y cuando lo hizo, liberó algo que yo no esperaba.
Una ligera ráfaga de un cálido aire rozó mi pie. Pude sentirlo, sentir su movimiento y su calidez. Pude oler el aire, viciado de haber estado Dios sabe cuánto tiempo atrapado en esa habitación, pero con una tenue pizca de mi antiguo perfume. Olía vagamente a fruta... quizá melocotón o nectarina.
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Más allá de la vida
Fanfiction¿Puede existir el amor después de la muerte? A la deriva en las oscuras aguas de un río misterioso, la única cosa que Camila sabe con certeza es que ella está muerta. Sin ningún recuerdo de su vida pasada, o de su actual muerte, está atrapada sola e...