Capítulo 1.

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Abro la cerradura con la llave que me ha dado mi padre y entro, tratando de no hacer ruido. Imagino que ha dado resultado, porque el único sonido que me recibe al entrar es el de la canción "Rara", de Georgina, saliendo a todo volumen desde alguna de las habitaciones de la casa. Adoro esa canción.

Tarareando entre dientes, echo un vistazo a mi alrededor y lo primero que pienso es que la casa es enorme. Solamente el recibidor ya te da la sensación de estar entrando en un palacio. Un palacio a pocas calles de la Gran Vía Madrileña. A través de una puerta abierta alcanzo a ver el salón, también enorme, y ya no puedo ver nada más porque unos brazos me rodean el cuello y dejan alguna que otra palmada sobre mi espalda.

-Me alegro de que estés aquí.

No puedo evitar sonreír al escuchar la voz de mi padre. Qué coño, aunque esté completamente en contra de lo que ha hecho, es mi padre.

-Hola, papá -Respondo, cambiando a un gesto más serio. Manteniendo la pose. No voy a dejar que crea que estoy feliz con todo esto.

-Las habitaciones están en el piso de arriba. Tus cosas ya están colocadas. Es la habitación de la derecha. En quince minutos cenamos, ¿vale?

Mi padre y su manía de tenerlo todo controlado. Qué ironía, dadas las circunstancias.

-Vale, pá' -Digo, y me escabullo rápidamente escaleras arriba.

Abro mi nueva y enorme habitación pensando en que la de enfrente debe de ser la del niñato, porque es de donde viene la música, y no creo que a la novia de mi padre le guste escuchar música a ese nivel de volumen que puede dejarte sordo. Me lanzo en la cama y cierro los ojos. Nunca admitiré esto delante de cualquier otra persona, pero me estoy dejando llevar. La música, el olor a limpio, a nuevo, el ruido del tráfico madrileño entrando por la ventana. Podría acostumbrarme a esto.

Cuando abro los ojos me doy cuenta de que hay una puerta blanca en uno de los laterales de mi dormitorio. La abro y descubro que tengo un baño en mi habitación, con una bañera que ya podría ser un jacuzzi, y, por qué no, me decido a estrenarla. Me doy una ducha rápida con el agua tan caliente que casi quema. La música que sale de mi móvil ahoga la que pueda estar escuchando el niñato.

Salgo y me lío una toalla a la cintura, sin preocuparme de secarme. Apago la música y abro la puerta de un golpe. Lo siguiente que oigo es un golpe seco. Miro hacia abajo y veo a un chaval. Oh, mi vida no puede ser tan bonita. Acabo de tirar al niñato de culo al suelo de un portazo. Se levanta y me tomo un segundo para mirarlo bien. En persona es aún más guapo. Y sus ojos aún más azules. Es bonito, el niño.

-Esas cosas pasan por estar donde no debes, niño -Digo- ¿Qué cojones haces en mi habitación? -recalco el mi, por si el bebé nos ha salido medio tonto y no se ha enterado de dónde duerme él y dónde yo, aunque tampoco me importaría que se me colase en la cama a medianoche, para ser sincero.

-Tu padre me ha dicho que te llame para cenar, imbécil. Por cierto, soy Blas -Añade, extendiendo una mano.

Me muerdo el labio para no sonreír. Tiene la voz más grave de lo que imaginaba. Mi cabeza en realidad se había hecho a la idea de alguien poco masculino y con voz chillona. Un poco tópico, lo sé.

-Así que te presentas a la gente después de insultarlos. Ya sé que eres Blas, niño. Y tú sabes de sobra que yo soy Álvaro.

Al chico parece darle de pronto un ataque de timidez, porque agacha la cabeza y... No, oh, no, no es timidez. Sigo su mirada y suelto una carcajada.

-Oh, venga ya -Suelto, sin dejar de reírme, mientras me acerco al armario y rebusco hasta encontrar unos bóxers- Así que te gusta ir mirándole el paquete al primero que pasa por delante.

Miro por encima del hombro y veo que Blas se ha puesto rojo. Dejo caer la toalla al suelo y me giro. Y me vuelve a dar un ataque de risa al ver su cara. Me pongo el bóxer y alzo la ceja.

-No te estaba mirando nada -Bufa.

-¿A quién pretendes engañar, niñato?

Se acerca bastante peligrosamente a mí y esos dos o tres centímetros que le faltan para ser igual de alto que yo me hacen morderme el labio para no volver a reír.

-No me llamo niñato -Dice, marcando cada palabra- Ni niño, ni ningún otro derivado. Si eres de esos tíos que piensan que su polla es el centro del universo, vamos a tener más de un problema. Y te estamos esperando para cenar.

Se gira y anda hacia la puerta, pero no le doy tiempo a salir antes de gritar.

-Mi polla no es el centro del universo, pero ahora mismo sí de tus hormonas... niño.

Sacude la cabeza a la vez que resopla y sale de la habitación dando un portazo y con unos aires de diva que me hacen rodar los ojos.

Me visto con lo primero que encuentro, pantalón de chándal gris y camiseta de tirantes azul y salgo de la habitación dispuesto a bajar a cenar.

Al final, mi vida en Madrid va a resultar incluso divertida.


Hermanastro | blálvaro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora