«Folio trece»

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Cuando las clases se reanudaron, llevábamos un poco más de un mes. Aún no me había animado a presentarte a mi padre por los asuntos de su salud. Tú dijiste que me comprendías.

Nuestros tiempos se volvieron limitados por la cantidad exorbitante de tareas y exámenes, sin contar que trabajabas. Pero eso nunca se volvió un obstáculo para seguir queriéndonos.

Corrijo: para seguir queriéndote. Y para que siguieras jugando conmigo.

Tú conocías mis horarios de clase, y en cada tiempo libre me llamabas al móvil. Cuando te tardabas en hacerlo, la preocupación me invadía, pero siempre sacabas una excusa para ahuyentar esa desconfianza que tenía.

Y no únicamente de ti, sino también de mí. De no haber estado haciendo las cosas bien.

Estudiabas de día y trabajabas de noche. Me parecía que te esforzabas de más, pero querías valerte por ti mismo y eso me parecía admirable.

Pasabas por mí los fines de semana y salíamos a cualquier lugar. Conocí a tu madre un sábado por la noche cuando me invitaste a tu casa. Estuve nerviosa, lo recuerdo perfectamente. Pero me dijiste que tu madre era una maravillosa mujer; y así era.

Me contaste que a tu padre, al cual le habían diagnosticado cáncer de pulmón hacía menos de un año, continuaba en cama. Él trabajaba para su familia antes de ser diagnosticado con aquel mal, pero poco después debió suspender toda actividad cuando el dolor se hizo más frecuente y el soportarlo se volvió imposible. Entonces tu madre empezó a trabajar por y para ustedes. Tú habías querido asumir toda la responsabilidad del hogar, pero ella se negó a dejarte toda la carga. Decía tener el mejor hijo.

Al menos eso hiciste bien.

Recuerdo las bolsas debajo de los ojos de tu madre y la palidez en el rostro de tu padre. Pero ambos compartían un sentimiento: la felicidad de ver a su único hijo enamorado.

Y pensé que eran los padres perfectos. Y aún lo sigo pensando. Pero su hijo era el mismo demonio vestido de ángel.


Notas teñidas de sangre © [Notas #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora