«Folio seis»

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Nos estuvimos escribiendo por toda una semana: tú con la excusa de saber de mi padre, y yo con la de mantenerte informado.

Me invitaste a salir un día y yo como boba acepté. Me llevaste a un parque de atracciones y disfrutamos mucho.

Perdón, disfruté. Ya no sé si creer en tus risas o pensar que fueron fingidas también.

Recuerdo que te reté a una de las atracciones del lugar. Todo se basaba en tirar las latas que estaban al fondo de aquella tienda con una pistola de mito. Pagaste por ambos y empezamos a jugar. La primera ronda la perdiste, y el señor de baja estatura y barba de pocos días recolocó todo, y así jugamos la segunda ronda.

Tú me ganaste.

Disparaste con habilidad, acertando seis, mientras yo acerté las cuatro restantes. Mi boca formó un círculo por la sorpresa y me quejé de que habías fingido no saber. Reíste y jugamos la última ronda: la decisiva.

También la perdí.

Al final, ganaste un oso de peluche barrigón rosa y me lo tendiste.

—Para que te cuide en mi ausencia —dijiste.

Y a pesar de que era un gesto tan conocido, ese oso se volvió especial para mí. Y hoy lo conservo en un viejo cajón, junto con todas las cosas que recibí de ti. Y así desearía guardar también los recuerdos y sentimientos que hoy me torturan, reviviéndose cada día dentro de mi mente.


Ese mismo día me llevaste a cenar a un pequeño lugar muy acogedor. Me tomaste de la mano por encima de la mesa mientras esperábamos la comida. Mis latidos podían escucharse como música de fondo. Al menos eso pensaba.

Me confesaste que te agradaba, más que como una amiga. Te pedí que fuéramos despacio, que aun no te conocía lo suficiente.

¿Pero lo hago ahora? ¿Te conozco ya? No creo haberlo hecho nunca.

Y a pesar de todo, de tu comprensión ante mis palabras, quería decirte que tú también me gustabas. Pero al menos hoy siento que hice lo correcto. Que había tomado una buena decisión, aun yo cayera en tus redes después.

Me llevaste a casa y te despediste con un beso en la mejilla. Mi cuerpo se volvió un torbellino de sensaciones con ese mínimo toque. Y ya sabía que estaba condenada a caer rendida a tus pies. Solo que pensé que era la mejor condena.

Sigo siendo una ilusa.


Notas teñidas de sangre © [Notas #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora