«Folio veinticuatro»

935 120 14
                                    

Los días pasaban y mi móvil no dejaba de sonar. Tus llamadas no cesaban... Tampoco mis lágrimas. Papá no sabía qué me pasaba, y no le conté por miedo a que te fuera a hacer daño.

Porque aún te amaba.

Te habías vuelto una droga para mí, y me extinguías poco a poco. Todavía tus recuerdos me consumen.

Me diste cientos de explicaciones en mensajes de texto que solo leía pero que nunca respondía. Me negaba a darte la oportunidad de verme, de explicarme frente a frente porque sabía que al sentir tu fresco aroma a menta y tus manos sobre mi cintura, caería nuevamente.

Pero entonces fuiste a mi universidad, y a pesar de que me negué a escucharte, me tomaste y me subiste a tu hombro. Todos nos miraban, mientras yo te gritaba que me bajaras. Me subiste a tu auto y me colocaste el cinturón de seguridad.

Sabía que podía bajar en ese momento mientras rodeabas el auto para subir al lado del conductor. Pero no quería.

Deseaba, por sobre todas las cosas, volver a sentirte junto a mí.

Me llevaste a una playa solitaria fuera de la ciudad y tendiste una manta que habías sacado del vehículo. Luego colocaste sobre ella una canasta de picnic y me invitaste a sentarme. Y así lo hice.

Me brindaste un poco de uvas y fresas que habían en la canasta. Y allí, en silencio, nos quedamos con la mirada al frente, sin querer romper el silencio. Pero entonces te miré y tus ojos expresaban cuan desesperado estabas por mi perdón. Y mientras mi cerebro me decía que eras un peligro para mi, mi corazón me gritaba que volviera a tus brazos.

Y en la batalla, ganó el más ingenuo: el corazón.

Y con la puesta del sol frente a nosotros, hicimos el amor, y todo mal recuerdo fue borrado con cada suspiro que mis labios exhalaban, mientras me embriagaba con tu ritmo constante y suave.

Pero la felicidad no es eterna, lo tuve que aprender de golpe.


Notas teñidas de sangre © [Notas #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora