Capítulo.3.

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Me encontraba parada enfrente del espejo contemplándome cómo iba vestida, mi vestido era azul marino liso que me llegaba por debajo de mis rodillas a juego con unos zapatos de tacón. Me maquillo un poco para tapar de alguna manera la marca de mi lamento terminando con unas gotas de perfume.
Me monté en mi auto conduciendo hacia el hotel,  mi mano frotaba mi frente recordando porque estaba haciendo esta locura.
Nicolás, mi pequeño, por él me encuentro en esta situación.
Sentía miedo y deseos de dar marcha atrás, pero no me atrevía hacerlo porque todo esto era para salvar la vida a mi hijo.
Una noche, tampoco debe ser tan malo mantener sexo con hombre pero la idea de que se trate de mi jefe me producía náuseas.
Sigo conduciendo cada vez más temblorosa hasta llegar al hotel que me indicó Gabriel.

Al entrar al hotel aspiré todo el aire que pude intentando profesar todo lo que me estaba ocurriendo.
Caminé algo cabizbaja hasta llegar donde se encontraba él sentado con un vaso de whisky en la mano.
Me puse delante de él agarrando mi bolso inquieta, sintiendo como mi cuerpo se destemplada con su mirada. Me humedecí los labios, apenas podía moverme de lo exaltada que estaba.

―Buenas noches Sheila, veo que eres puntual. Así me gusta. Deseas tomar algo.

―No.

―Está bien, vayamos a la habitación, verás que bien lo vamos a pasar. -me susurra rozándome mis mejillas.

Caminé detrás de él con mi cabeza gacha sintiendo las palpitaciones de mi corazón golpeándome en mi pecho acelerando mis pulsaciones.
Al entrar en la habitación, miré para todos lados, era preciosa, no faltaba ningún detalle.
Una cama amplia, una mesa de madera adornada con rosas, un mini bar y por supuesto un jacuzzi en gran baño donde había un balcón con unas preciosas vistas de la ciudad.
No podía ni dar un paso pareciese que mis pies se habían quedado clavados en el suelo, mientras a mí me comían los nervios, él camina por la habitación tan tranquilo puniendo música de fondo.

―Ven relájate, ponte cómoda. -Cada palabra que pronunciaba conseguía que todas mis fibras se alterasen.

―Yo señor Vivens — No sabía ni que decir sus manos comenzaron a rozarme por encima de mi vestido, con sus dedos hábiles me quitó el recogido dejando caer mi cabello para hacerlo a un lado y besarme mi cuello.
Sentía un cosquilleo que me hacía vibrar todo mi cuerpo.
Mi boca se me secó aunque yo intentaba mojarme mis labios muy difícil me resultaba ya que él se apoderó de mi boca acariciándome con su lengua. Intenté resistirme difícilmente, él se había apoderado de mí por completo, comenzando besándome atrayéndome más hacia el para poder abrazar su calor. Agasajándome con interminables besos y caricias comenzaba a sentir un acaloramiento que sin darme cuenta comencé agitarme, tumbada bajo su cuerpo desnudo sin dejarme de mirar entrelazo mis manos con las suyas hundiéndose dentro de mí, mi cuerpo se revolucionaba a cada embestida culminándome de atenciones y dulces besos mientras yo recorría su espalda con las yemas de mis dedos aferrándome a sus brazos musculosos para llegar a mi orgasmo. Era una locura pero él consiguió avivarme, sentir de nuevo lo que es estar en el séptimo cielo.
Con nuestras respiraciones aun agitadas, lo miraba con adoración sonriéndole.

―Te ha gustado.

―Sí...— Digo con timidez.

―Te lo dije que te iba a encantar. Tú tampoco has estado mal. —Se hizo un silencio a la vez que se levantó entregándome un bolso.

-—Hay tienes el dinero, sólo quiero decirte que lo que acaba de pasar no debe salir de esta habitación.
Mañana volveremos a mantener la misma relación de jefe a empleada. ¿Entendido?
Aquello me pilló de sorpresa, donde había quedado el hombre dulce y atento de hace unos minutos para convertirse en todo lo contrario.

LA ESPERANZA ES LO ÚLTIMO QUE SE PIERDEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora