Capítulo 12

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Los días van pasando y yo cada vez me siento como un inútil. Desde la distancia la observo como trabaja o habla con algún cliente. Mis ojos están distorsionados de la penumbra de no poder mirar a sus apreciados ojos azules.
La necesito tanto como un pez el agua, la aclamo tanto en la soledad de la oscura noche, qué me ha podido pasar para que ya nada de mi vida tenga sentido.

―Por dios Gabriel, ¿qué haces con esa botella de vino?

―Destruyéndome, no me ves.

―Maldita sea Gabriel, que te está pasando. ¿Dónde tienes la cabeza?

―Sheila, ella es la consecuente de todos mis males.

―¡¡Basta ya!!Gabriel, Sheila no es tú problema. El problema de todo lo que te ocurre eres tú mismo. Tu falta de desconfianza, te lleva a la prevención y el recelo. Eso es lo que hace que trates con conjetura y escepticismo a esa mujer que tanto te ama. Deja de ser un cobarde y si de verdad la amas ve y habla con ella.

―Dé que me sirve amarla si no la tengo, si lo que más deseo se lo está entregando a otro hombre.

―No me puedo creer que estés dudando de Sheila de esta manera. Ahora entiendo por qué está tan dañada. Tú eres el culpable Gabriel, tú y solamente tus actos te llevan a esto. Haz lo que quieras, pero si quieres acabar de destruirte tú mismo, hazlo. Pero no te lleves a otras personas por delante.—Me grita Jorge dejándome solo con este dolor que se va agravando más.

Vencido por no tener a Sheila a mi lado, humillado por pensar lo que no es de mi enamorada siento como mi corazón se rompe en mil pedazos y yo soy un fracasado para intentar reparar todo el daño que estoy haciendo.

Tras un ducha y tratar de ser yo de nuevo, me monto en mi auto lo único que tengo en mente es ella debo hablar o por lo menos intentarlo.

―Buenas noches Sheila. Mi corazón comienza a recuperarse, tan solo con verla ya todo me da igual.

―Qué haces aquí Gabriel.

―Vengo hablar contigo. Si me lo permites.

―Entre tú y yo no nada de qué hablar.

―Yo pienso que sí, no me cierres la puerta, escúchame porque pienso gritar.

―No te das cuenta Gabriel que me estás lastimando, que siento un dolor aquí en mi corazón que es irreparable. Si no me quieres y vas a estar siempre acusándome de lo que pasó aquella noche, haz el favor y déjame con mi vida.

―Tú vida me pertenece.

―Jamás. Nunca entregaré mi vida a nadie. Ya la entregué una vez y no estoy dispuesta a pasar lo mismo.

―Sheila, mírame a los ojos, solo te lo voy a preguntar una vez. ¿Me amas?

―Dejaré de amarte cuando el sol se apague.

―Sheila, mi amor. Yo siempre te amaré, lucharé contra quien sea, para tenerte para mí y devolverte tu alma.

―Gabriel.

―Mami, que está pasando.

―Mira Nico, este es Gabriel, ¿te acuerdas de él?

―Si, hola Gabriel.

―Hola Nico, que grande estás. Me das un abrazo.

Cuando siento ese pequeño cuerpecito entre mi pecho, me doy cuenta de lo miserable que soy, ese niño me acaba de mostrar una luz con su ternura que jamás supiera que existía.

―Qué os parece si vamos a cenar una rica hamburguesa.

―Mami, si, si. Vamos.

Miro con ruego a Sheila intentando convencerla. Su bondad y ese corazón que tanto amo consiguen que mis esperanzas no se pierdan.

LA ESPERANZA ES LO ÚLTIMO QUE SE PIERDEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora