Capitulo.8.

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El aire golpea en mi cara removiendo mi cabello para todos lados, mis ojos miran hacia un mar azul que pareciese que no tiene fin. El frío me estremece abrazándome a mí misma para intentar aliviarlo. Observo como el agua golpea contra las rocas deshaciéndose, pienso; «ojalá todos mis problemas fueran así, con solo golpearlos un poco desapareciesen».

Camino por la orilla del mar invadiendo en mi mente recuerdos imborrables hallados en el presente. Alzo mi cabeza y ante mí me encuentro con él. Sus luceros brillan como siempre los recuerdo, su sonrisa se amplía dando forma a un rostro serio.

―Hola Sheila.

―Gabriel, ¿qué haces tú aquí?

―Suelo venir cuando necesito pensar, la marea es lo único que me transmite la paz que necesito.

―Yo también vengo cuando necesito pensar. Bueno ya me iba.

―Sheila espera — Con un rápido movimiento su mano agarra mi brazo iniciando esperanzas codiciosas.

―Gabriel suéltame, tú y yo no tenemos nada que hablar.

―Sheila, no deseo más distanciamiento ni esconder las heridas que me duelen de pensar que te voy queriendo cada día un poco más.

―Gabriel. ¿por qué nos hacemos daño?

Seguí admirando a Gabriel, su proximidad era tan incierta como el deseo de quererlo. Lentamente nuestros labios se rozaron saboreando esa dulzura.
Me sentía como su sumisa encerrada para que él me rescatase.
No lo pude soportar más, rodeé con mis brazos su cuello a la vez que él seguía besándome pegando aún más nuestros cuerpos donde ardían por momentos por la avaricia  de querer poseernos nos llevó acabar haciendo el amor.
Entregados, exaltados nos mirábamos entre arrumacos paseando por esa arena que minutos antes fue testigo de nuestro amor.

Al caer la noche Gabriel me llevó a cenar, ante mí tenía un hombre distinto, amable, cariñoso.
Lo miraba y al mismo tiempo me pregunto si estoy haciendo lo correcto.
La cena estuvo exquisita, terminada la velada Gabriel me entregó una caja de terciopelo roja no podía creer que todo esto estuviera pasándome.
Entusiasmada la abrí, mi corazón no podía latir con más intensidad de la emoción de ver aquel anillo de oro blanco con una pequeña piedra blanca en medio.

―Dios mío, Gabriel es precioso.

― ¿Te gusta?-Me preguntó sin aparatar su sonrisa de su rostro.

―Me encanta, pero no debo aceptarlo, esto supera o equivale al dinero que me das consiguiendo que me sienta como una cualquiera. Tómalo, como siempre acabas de romper lo bonito de nuestro encuentro.

―Sheila no te vayas. No pretendo que te sientas así. Mi intención no era esa, deseo que lleves este anillo en señal de lo que siento por ti.

―Gabriel me estás diciendo que me amas.

―Solo quiero demostrártelo, las palabras en ocasiones pueden llevárselas el viento, lo importante son los hechos.

―Pero yo no te he comprado nada...--Dije sonrojándome mirando esa bonita joya.

Acariciando con sus dedos mi barbilla alza mi rostro, mis ojos no tardan en empañecerse, no deseaba que este momento quedará en un sueño.

―Sheila, el mayor regalo que me has ofrecido es ser tú, no puede existir ninguna joya que iguale lo que desprendes cuando te hago mía y estoy a tu lado.

―Tus palabras son tan hermosas, lo único que puedo decirte es que te amo. Te amé desde la primera vez que te vi, fuiste adentrándote día a día en mi interior hasta que no pude más y deje libre mis sentimientos en busca de tu amor.

LA ESPERANZA ES LO ÚLTIMO QUE SE PIERDEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora