El regreso del príncipe

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Había pasado cerca de un año desde el ataque a la residencia de la Casa de Anar. Innumerables días de actividad frenética y tensión, pues Eoloran y Eothlir temían que los guerreros de Anlec lanzaran una ofensiva en cualquier momento y cayeran sobre Elanardris antes de tener listas las defensas. Los jinetes viajaron raudos a todos los rincones del reino de los Anar, visitando a los príncipes de menor rango y a sus pares con el fin de congregar a los soldados en la vetusta mansión y realizar los preparativos para la contienda. Otros príncipes, los de la Casa de Atriath y la Casa de Ceneborn, ambos largo tiempo aliados de los Anar, eligieron Elanardris para dejar claro su desafío a Anlec.

Los temores de la Casa de Anar no se cumplieron y las amenazas de Heliocoran nunca se materializaron. Durante el verano, el otoño y la primavera siguientes, las tropas leales a Eoloran fueron llegando y acampando en las colinas que rodeaban la residencia, hasta alcanzar un número de unidades cercano a las diez mil. El estandarte de la Casa de Anar —el ala dorada de un grifo sobre un fondo blanco— ondeaba en lo alto de la residencia, junto con los emblemas de los regimientos que habían acudido a la llamada de su señor.

Sin embargo, Alith se hallaba profundamente decepcionado. Nada menos que la mitad de las tropas no habían respondido a la llamada a las armas. En numerosas ocasiones los mensajeros habían sido enviados de regreso con una respuesta de rechazo a cualquier acción en contra de Anlec. Este hecho también afligía a Eothlir, pues Alith se percataba del gesto de contrariedad que adquiría el rostro de su padre cada vez que llegaba algún heraldo con este tipo de nuevas.

Alith, al igual que Eothlir y otros elfos, intuía que los nobles disidentes habían sucumbido al chantaje y las amenazas de Morathi. Resultaba imposible adivinar si el papel que iban a desempeñar en el conflicto se limitaba a mantenerse al margen de la situación o si, por el contrario, formaban parte activa de una trama más tenebrosa y aún por descubrir. ¿El propio pueblo de Eoloran osaría volverse contra él? ¿Se levantaría en armas contra su antiguo señor? Esa incertidumbre era el tema central de las asambleas de los Anar mientras ultimaban los preparativos. ¿De dónde provenía la mayor amenaza, de las legiones de Anlec o de los vecinos traidores?

* * *

El gran salón de Elanardris estaba atestado de príncipes y señores elfos que discutían acaloradamente. Alith se había sentado en el rincón más cercano a la chimenea vacía, ajeno al parloteo que lo envolvía, hasta que oyó a su abuelo alzando la voz en demanda de silencio.

—¡No os he pedido que vengáis para que os peléis entre vosotros! —declaró Eoloran.

Estaba sentado a una mesa al otro lado del salón y flanqueado por Eothlir y Caenthras. A su espalda permanecían de pie varios príncipes naggarothi.

—Ya tenemos suficiente con las divisiones actuales en Nagarythe como para añadir otras nuevas.

—¡Exigimos que se tomen medidas ya! —gritó un elfo, un noble menor del sur de Nagarythe llamado Ytrian—. ¡Morathi nos ha robado las tierras y nos ha expulsado de nuestros hogares!

—¿Y quién se atreve ahora a exigir? —preguntó con severidad Caenthras—. ¿Los que no se opusieron a los cultos que estaban floreciendo ante sus narices? ¿Los que no movieron un dedo mientras los agentes de Morathi menoscababan sus derechos como señores? ¿Dónde estaban esas exigencias de justicia hace un año, cuando Morathi acusó de traición a la Casa de Anar?

—Carecemos de los medios para defendernos —apuntó Khalion, cuyos dominios compartían frontera con Elanardris al oeste—. Depositamos nuestra confianza en las casas principales, a las que hemos sustentado con tributos y tropas durante siglos. Ahora ha llegado el momento de que se nos devuelva ese apoyo.

El Rey SombríoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora